Un día de furia
Un día de furia («Falling Down» en su título original) es una película acerca de la tensión y frustración extrema que puede llegar a generar en muchas personas la vida contemporánea en las grandes ciudades. Esta crónica de realidad urbana data de 1993 y presenta una historia a la medida de cualquier escenario o momento de la actualidad.
El personaje protagonista decide enfrentarse a la adversidad por el camino de la violencia, un gesto inconsciente de consecuencias impredecibles.
En ciertos momentos de la vida la mayoría de nosotros nos recreamos imaginando lo mismo: en nuestro fuero interno desearíamos desprendernos de la máscara de hipocresía y poder cantarle las verdades a más de uno. El civismo y el sentido común -aunque también la falta de valor- nos detienen siempre.
«La aventura de un hombre corriente en guerra con el mundo de cada día», rezaba el cartel del film. El director Joel Schumacher se muestra inspirado y rueda con agilidad una propuesta esquemática, directa y carente de juicios, lo que es de agradecer. La impresión tras los primeros minutos de la película es clarificadora: el protagonista no dice nada y aún así, lo dice todo. Hay bastantes mensajes reconocibles desde el principio.
Argumento
Primera hora de la mañana. Hora punta y un calor abrasador sobre la ciudad de Los Angeles. Se deduce que no hay aire acondicionado en el coche de Bill Foster (Michael Douglas), anónimo ciudadano atrapado en un interminable atasco de circulación. Nuestro hombre viste camisa blanca y corbata oscura, peinado de corte militar y gafas de montura negra que le dan aire de ciudadano correcto, serio y respetuoso. Sin nada que poder hacer, observa a su alrededor a toda esa gente que, hoy lo ve claro, parecen marionetas en una sociedad fraudulenta.
Foster es empleado de una importante firma de defensa norteamericana pero todavía no sabemos que está sin trabajo desde hace un mes. En un ataque progresivo de ira, estrés o simplemente crisis desbordada, abandona su coche sobre el mismo asfalto y decide ir a pie a ver a su familia, ya que es el cumpleaños de su hija. Por encima de todo él sólo quiere volver a casa, aunque tampoco sepamos aún que en realidad está separado y sobre él recae una orden de alejamiento.
Comentarios
La película plantea diversas situaciones en las que Douglas tiene oportunidad de despertar el demonio que lleva dentro, demostrando ser víctima y monstruo a la vez, mientras siembra el caos a su paso por toda la ciudad en plan castigador, atrayendo hacia sí el interés de un peculiar investigador de la policía que se encuentra en su último día de trabajo antes de la jubilación (Robert Duvall).
Se enfrentará al abusivo precio de una tienda de alimentación, a unos matones callejeros, a los empleados de un restaurante de comida rápida, a un vendedor neonazi y entre una cosa y otra contempla con desesperación gradual el mundo desatinado lleno de impostores que le ha tocado vivir.
Como la odisea de un Ulises moderno sorteando calamidades en su pugna por regresar a la seguridad del hogar.
Foster irá experimentando una creciente agresividad; mal momento para los que se cruzan en la trayectoria de un tipo que sabe que sin lazos afectivos ni obligaciones profesionales, su vida no vale nada y a quien nada queda por perder.
La trama apuesta por un trasfondo en el que predomina el desahogo frente a la racionalidad. Representa la reacción que podría tener una persona normal fuera de control y deja un recado para el telespectador: ¿es el protagonista héroe o villano? ¿Un valiente o un perturbado? En el fondo Bill es una persona normal, de hecho cuando su mujer llama a la policía y la interrogan para saber si su ex-marido es peligroso y determinar si deben acudir a protegerla, ella no sabe bien qué decir en su contra.
Una película que merece ser vista y que deja para el recuerdo secuencias memorables: la protesta en el burger, el enfrentamiento con los jubilados ricos del campo de golf… Rara vez un personaje genera tanta empatía; podría ser el perfecto representante del movimiento: «basta ya de chulearnos».