Tu oreja pequeña
¡Oh, musas! ¿Qué hado funesto me empujó a dedicar égloga alguna a aquella oreja pequeña?
Tantas veces perseguí de reojo el perfecto contorno redondo de tu cara, para detener después la mirada en una deliciosa oreja pequeña… Cuando veo que zumban pretendientes en torno a ella me pinchan alfileres sobre la nuca.
¡Oh, dioses! Ansío que todos se vayan y poder dirigirme directamente hacia ella como oso tras el salmón fresco. Y aunque sepa que no hay posibilidad de que un murmullo amoroso preparado acapare toda tu atención, quisiera susurrar muy cerca a esa oreja blanquísima y embelesarte y que mi voz te acaricie hasta dibujar una «O» perfecta en el gesto de tu boca y mecerte en un sueño intenso cuya sensación fresca y cautivadora perdure el resto del día.
¡Ojalá pudieras oír cuán bellamente puedo pintar todos nuestros sentimientos!