Sorpresas en la estantería del Super
Gran cantidad de personas de cualquier condición han sido o son diariamente pillados ‘in fraganti’ hurtando productos de cualquier tienda. Muchos huyen con su botín impunemente.
Las grandes cadenas se ven obligadas a invertir importantes sumas en sistemas de seguridad cada vez más «pensados», colocan empleados para esta labor o instalan cámaras camufladas.
Shoplifting es el término usado en el mundo anglosajón para referirse al robo en tiendas.
Queda claro pero visto que este tipo de cleptomanía es universal, cabe suponer que hay que apuntar algo más. Hay de hecho una gran variedad de actos vinculados a la apropiación de algo con la idea de no pagarlo: cambiar el precio a un producto para pagar menos, falsear el peso, hacer fraude en la devolución de un artículo, etc.
Los datos que manejan las autoridades no son capaces a día de hoy de expresar o explicar en toda su magnitud el fenómeno del mangoneo en los comercios, uno de los delitos más comunes pero menos controlados tal como se reconoce en una de las guías elaboradas para orientar a la policía norteamericana.
La proliferación de cadenas comerciales con autoservicio que exponen artículos golosos al alcance de la mano, siempre en permanente renovación, siempre atractivos, animan nuestra creciente ansia consumista y generan esa frustración de no poder poseer por cauce legal lo que otros muchos ya disfrutan.
Eso nos sitúa al borde de la tentación; aunque nuestro presupuesto no da para más, aunque corramos el peligro de pasar una vergüenza de tres pares de cojones, muchos asumen el riesgo: se estima que un porcentaje próximo al 90% de la población mundial ha cometido hurtos en tiendas en algún momento de su vida y aunque los adolescentes puedan ser los protagonistas más habituales, son los adultos los que roban artículos de mayor valor.
Hasta aquí la parte informativa previa, ahora vamos a introducir un término contrapuesto: el Shopdropping
Si por un lado está la siempre popular iniciativa de ratear algo por la cara, alguien en un momento dado pensó: ¿Por qué no hacer lo contrario, es decir, dejar camuflados objetos en los estantes de un establecimiento?
La razón en realidad parte de una idea simple: estoy colocando mis cosas en exposición a la vista de miles de ojos y eso podría ser la mejor de las promociones.
Todo esto me ayuda a recordar que existen o pueden existir en nuestro tiempo formas de expresión nuevas, audaces, disparatadas e imaginativas que tratan de trastocar la realidad cotidiana, al estilo de los Flashmobs (más allá del puro graffiti), para comunicar y darse a conocer.
El ingenio humano no tiene límites y el Shopdropping es una modalidad más que pretende soltar un calambrazo para espabilarnos del tedio.
Los shopdroppers buscan irrumpir con sus propuestas en un espacio comercial, que es un espacio vivo, e incitar a la reflexión por la vía de choque. Por supuesto para otros que no gustan de darle muchas vueltas a las cosas, son simples gamberros o seguidores de modas memas. Me gustaría creer en una fórmula de tintes anarquistas, quién sabe…
Las noticias hablan, no se si exageradamente, que ahora las grandes cadenas estadounidenses tienen a sus espaldas una nueva e insólita molestia con aquello que algunos clientes les dejan dentro: escritores noveles que cuelan sus escritos en las estanterías junto a los demás libros, músicos que depositan sus CD’s entre los que hay a la venta…
A lo mejor, como decíamos, no es sólo autopromoción sino también el eterno incentivo de burlar a la autoridad, a la empresa poderosa. Y eso entronca con la idea de que se trata de una declaración implícita de rechazo al sistema imperante.
Al fin y al cabo, si nos trituran con publicidad estúpida de la mañana a la noche ¿por qué no aplicarles la misma medicina?
De este modo el artista anónimo interfiere en los procesos y en los medios habituales de consumo y de paso se permite el gustazo un pequeño acto de sabotaje a cualquiera de las odiadas grandes corporaciones.
Sirva como ejemplo la colocación de unos activistas en la sección de ropa de un WalMart de multitud de camisetas con el retrato de Marx, Che Guevara y Bakunin y el mensaje:
«Paz en la Tierra… después de que acabemos con el capitalismo.»
Por otro lado, un tal Packard Jennings deslizó en varios centros comerciales disparatados muñecos, como una réplica de Mussolini o un Madelman anarquista. Lo peor es que además se divierte grabando la cara de los pobres cajeros que no saben cómo cobrar un producto que no figura en catálogo.
Este tipo de actos subversivos no es tan reciente como parece, ya que hace años hubo episodios como aquel en que un grupo de veteranos de guerra contrarios a los juguetes bélicos propusieron dar el cambiazo al mecanismo sonoro de las voces de Barbie y el guaperas de su novio, de modo que los compradores se topasen con Barbies afirmando haber nacido para matar y muñecos de mandíbula cuadrada ansiosos por ser madres de familia numerosa.
Había nacido el denominado Frente para la Liberación de las Barbies decidido a intervenir los juguetes (en francés todavía suena mejor: «Le Front de Libération des Poupées Barbie»). Desconozco como acabó el tinglado.
Hubo también quien tuvo la ocurrencia de incluir escenas homosexuales en uno de esos típicos video-juegos que transcurren entre bombazos y soldados-Rambo.
Un programador se ofreció para infiltrarse en una compañía de juegos, Maxis Inc. y tras obtener financiación se llevó a cabo el proyecto. Como resultado de la intervención, en el transcurso del juego unos hombrecitos en traje de baño aparecían para expresar su mutuo afecto dándose unos besos de tornillo que sin duda lograrían descentrar al mismísimo Chuck Norris. Poca gracia sin embargo le hizo a Maxis la jugarreta, puesto que cuando lo descubrieron ya se habían mandado algunos miles de copias del juego a todas partes. La empresa despidió al programador y se dejó correr el asunto.
Y para terminar, otro divertido incidente de hace un tiempo se produjo en una librería de Portland donde unos jóvenes religiosos se dedicaron a introducir folletos cristianos entre los libros de ciencia. Unos días después vino la respuesta cuando otros se encargaron de poner los ejemplares de la Biblia en la categoría de «Ciencia Ficción y Fantasía». ¡Qué bueno!
Vía (entre otros) Fogonazos