Predicar en el desierto
Publicado un año antes de su muerte, en Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados Labordeta rememora con peculiar estilo su paso por el Parlamento, donde estuvo dos legislaturas, entre 2000 y 2008 como diputado de la Chunta Aragonesista.
José Antonio Labordeta (1935-2010), cantautor, profesor, escritor, presentador de televisión y uno de los aragoneses más queridos.
«Ingenuos, sí, pero con el carácter despierto hacia un mundo donde las ineptitudes se evalúan más que al tipo silencioso que contempla la vida con la sospecha de que algo no va bien y de que alguien le está sacando la sangre por debajo de la puerta».
Un libro didáctico, ameno y directo, en realidad más que memorias, un conjunto de notas esbozadas por un hombre sencillo y honesto a quien el destino reservó el papel de representante político por unos años.
Labordeta es un claro ejemplo de las minorías políticas en las Cortes (él era el único diputado de su partido), y de lo que supone luchar sin descanso contra el rodillo de la mayoría absoluta, un monstruo que en un sistema bipartidista saca las leyes adelante por encima de lo que sea, incluido el sentido común, y que seca toda iniciativa contraria a los intereses propios.
Nos ofrece un bosquejo de la galería de personajetes encumbrados que por allí pululan, así como del día a día de «los otros partidos» que conviven en el hemiciclo, cuyos representantes han de soportar el vacío, la indiferencia o incluso el desprecio por parte de los pitbull con «zapatos brillantes y gomina en el cabello» que se consideran políticos antes que nadie, por encima de todos los ciudadanos y que no sienten la obligación de prestar atención a otros asuntos que las directrices de su partido y la propia carrera. De ahí surge el «beduino» del título del libro para expresar la soledad del habitante del desierto.
Frente a todo ello alza la voz un hombre circunstancialmente en el ruedo de la política que sigue considerándose ciudadano, una hombre sereno y respetuoso pero también contundente cuando la hipocresía y el cinismo reinantes le sacan de sus casillas:
«Ocho años contemplando las huellas de los ambiciosos, ambiciosas, de los poderosos, poderosas, de los divertidos y de las divertidas, y viendo, asombrado, la caída de los tipos combativos y defensores de sus ideologías, mientras ascendían los obedientes, lameculos y simplones».
Cumpliendo con sus obligaciones como representante, Labordeta anduvo metido en diversas comisiones parlamentarias, nada importante (como él mismo comenta con sorna) que incomodara el poder absoluto de los que están arriba. Además le tocó vivir una época de crispación con el último gobierno de Aznar, la guerra de Irak, las movilizaciones en la calle y el 11-M.
Desconocemos el mundillo del Congreso de los Diputados por dentro, guardando ante el órgano más importante de la democracia un respeto reverencial desde el momento -o así lo han inculcado- en que allí unos señores importantísimos toman decisiones trascendentes que a todos nos afectan. Es el templo de los discursos que luego comentan los medios hasta la saciedad, el hábitat para los pactos políticos pero también un verdadero teatrillo lo que allí se desarrolla en cada sesión.
Este lectura constituye una buena oportunidad para acercarse a los mecanismos de que hacen uso nuestros representantes políticos, para descubrir algunas de sus imperfecciones y de sus trampas y para comprobar cómo en todos lados cuecen habas.