Philip Marlowe en «El sueño eterno»
Como prometí, y la promesa de los hombres de un bloque es ley, he de seguir rescatando más frases de Raymond Chandler puestas en boca de su detective. Dicho y hecho; he aquí unas cuantas pertenecientes a El sueño eterno (The Big Sleep, 1939).
A Chandler le complace que nuestro detective ejercite sus grandes dotes de observación a través de minuciosas descripciones de paisajes urbanos, de la vestimenta y semblante de los personajes con que se cruza o los ornamentos de las decadentes mansiones californianas.
Cuando te has sumergido en ello y menos lo esperas, Marlowe soltará un aguijonazo de ironía, una chispa de fino sarcasmo. Veamos algunos ejemplos:
1
«El recibidor del chalet de los Sternwood tenía dos pisos. Encima de la puerta de entrada, capaz de permitir el paso de un rebaño de elefantes indios, había un vitral en el que figuraba un caballero con armadura oscura rescatando a una dama que se hallaba atada a un árbol sin más ropa encima que una larga y muy oportuna cabellera. Tenía levantada la visera de su casco, como muestra de sociabilidad, y jugueteaba con las cuerdas que ataban a la dama al parecer sin resultado alguno. Me detuve un momento y pensé que, de vivir yo en esta casa, tarde o temprano tendría que subir allí y ayudarle, ya que parecía que en realidad él no intentaba desatarla».
2
– Se me acercó y sonrió; tenía dientes pequeños y rapaces, tan blancos como el corazón de la naranja fresca y tan nítidos como la porcelana (…)
-Es usted muy alto -me dijo.
-Ha sido sin querer.
3
La luz tenía un color verdoso irreal, como la que se filtra a través del depósito de un acuario. Las plantas llenaban el lugar formando un bosque de feas hojas carnosas y tallos como los dedos de los cadáveres recién lavados.
4
El resto de su rostro era una máscara de cuero, con labios sin sangre, nariz puntiaguda, sienes hundidas y los lóbulos de las orejas curvados hacia afuera anunciando su próximo fin. (…) Las delgadas manos, semejantes a garras, descansaban blandamente en la manta de lunares rojos. Algunos mechones de cabello blanco y pajizo le colgaban del cuero cabelludo como flores silvestres luchando por la vida sobre una roca pelada.
Lauren Bacall y Humphrey Bogart en «El sueño eterno».
5
– No veo que haya motivos para andar con tapujos -saltó-, y no me gustan sus modales.
– Los suyos tampoco me entusiasman demasiado -dije-. Yo no deseaba venir aquí; usted me llamó. Me tiene sin cuidado que se haga la elegante delante de mí o que desayune con whisky. Tampoco me importa que enseñe las piernas. Son piernas preciosas y da gusto contemplarlas. Me importa un bledo que no le gusten mis modales: son bastante detestables y lo lamento durante las largas veladas de invierno. Pero no intente sonsacarme.
6
En esos escaparates se exhibía un montón de trastos orientales que no pude apreciar si eran auténticos porque no soy coleccionista de antigüedades: yo colecciono facturas pendientes de pago.
7
Me fui a la cama lleno de whisky y desazón, y soñé que un hombre con túnica china ensangrentada perseguía a una muchacha desnuda que llevaba largos pendientes de jade, mientras yo corría tras ellos e intentaba sacarles una foto con una cámara vacía.
8
Su voz era la que suelen tener los matones de las películas. En el cine siempre son así.
-¡Pchs, pchs…! -musité sin moverme-. Tantas pistolas rodando por la ciudad y tan pocos cerebros.
Amenazo con nuevas frases (me queda dar un repaso a «El largo adiós»).