A pesar de merecerlo sobradamente, Heinrich Heine no ha entrado todavía en el panteón de los literatos germanos más ilustres, seguramente por la relación de amor-odio hacia su país que marcó gran parte de su vida. Heine negó a Alemania ese papel mítico que en ocasiones se le ha atribuido como país de genios:
«Pienso en Alemania por la noche y se me quita el sueño».
Su lírica fue siempre punzante, su espíritu en permanente análisis crítico, su pensamiento satírico, su carácter contradictorio. De familia judía, renunció a un cargo en la banca de su tío Salomón y más tarde se convirtió al catolicismo.
«Un amigo me preguntaba por qué no construíamos ahora catedrales como las góticas famosas, y le dije: los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones, y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una opinión».
Postrado y enfermo de esclerosis múltiple en París durante los últimos años de su vida, Heinrich Heine se quejaba de ser víctima de las bromas espantosamente horribles de Dios. Él, que fue toda su vida ateo y hombre de humor incisivo.
Su mujer, profundamente religiosa, se torturaba con el continuo escepticismo de su marido. Un día le dijo:
«No sé si Dios te perdonará». «Claro -respondió Heine-, Dios me perdonará. Es su oficio».
Heinrich Heine (1797-1856) poeta y periodista alemán