Lawrence, alma de la arena candente
Corría el año 1917 y los turcos se habían aliado con los alemanes para fortalecer su imperio, que entonces abarcaba los territorios hoy constituidos por Siria, Líbano, Iraq, Yemen, Jordania, Israel y Arabia Saudita.
Los árabes, heridos en carne viva por esta dominación, se estaban rebelando y corrían rumores de que un joven oficial inglés, a quien los árabes llamaban Ul-Urenz o Aurens, los dirigía contra sus opresores en los desolados desiertos de Arabia.
En medio del eterno conflicto de Oriente Medio irrumpe un europeo enigmático, individualista y seductor. Sus fabulosas aventuras en el desierto hicieron de su nombre una leyenda y contribuyeron a moldear el destino de la región.
Este hombre de apariencia menuda y frágil, era indisciplinado y, como soldado, poco convencional. Sin embargo impresionó a sus superiores por su visión y mentalidad, su entusiasmo por el trabajo y una capacidad única para salirse con la suya.
Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia nació en Gales en 1888, hijo ilegítimo de Thomas Robert Tighe Chapman, un aristócrata terrateniente anglo-irlandés que había abandonado a su mujer y a sus cuatro hijas para unirse a Sarah Junner, institutriz de las niñas. Thomas fue el segundo de los cinco hijos de la nueva pareja. Durante su infancia la familia se trasladó varias veces de domicilio entre Irlanda, Gales, Escocia y Francia, terminando en Oxford donde la familia se asentó definitivamente en 1896.
En los veranos de 1906, 1907 y 1908, la fascinación que sentía por la Edad Media llevó a Lawrence a recorrer Francia en bicicleta recogiendo fotografías, dibujos y medidas de castillos medievales.
Animado por David George Hogarth, arqueólogo especialista en Oriente Medio, emprende en el verano de 1909 un primer viaje a Oriente Medio que le llevó, casi siempre a pie, desde el norte de Palestina, por la costa del Líbano y parte de Siria occidental, hasta la región del Éufrates. El principal objetivo era recoger material para una notable tesis que presentó en 1910: «La Influencia de las Cruzadas en la arquitectura militar europea«.
Todavía en 1910 y otra vez de la mano de Hogarth, Lawrence es invitado a unirse a una expedición arqueológica a los yacimientos hititas de Karkemish, a orillas del Éufrates. Durante el tiempo de las excavaciones entre 1910 y 1914, no sólo consolidó su afición por la arqueología, también amplió sus conocimientos de la lengua y la cultura árabes y despertó su interés por los problemas histórico-políticos de aquellas zonas.
Lawrence (a la derecha) con el gran arqueólogo Leonard Woolley en las excavaciones de Karkemish (hacia 1912).
Ese conocimiento del territorio llamó la atención del servicio secreto británico, para el que Lawrence comienza a trabajar en 1914. Fue el inicio de una serie de expediciones donde bajo la apariencia académica de estudios arqueológicos y topográficos, la política británica tenia el objetivo encubierto de obtener información sobre el ejército otomano presente en la región.
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914 Lawrence se presentó inmediatamente como voluntario aunque no fue admitido hasta unos meses después primero como civil y más tarde como segundo teniente-intérprete, siendo destinado a El Cairo. Inglaterra acababa de declarar la guerra al Imperio Otomano y Egipto había sido proclamado protectorado británico. Allí entró a formar parte del recién formado Departamento de Inteligencia Militar.
Su trabajo consistía en hacer mapas y recoger e interpretar información de diversas fuentes. El Departamento iba diseñando estrategias políticas aún no definidas, no obstante con una intención clara de repartirse el Imperio otomano al finalizar la guerra. Aún siendo evidentes las diferencias de criterio entre los aliados sobre el futuro del Imperio Otomano, franceses y británicos estaban de acuerdo en la necesidad de avivar la subversión de las provincias árabes.
Husayn ibn Ali en el centro, con sus delegados y asesores en la conferencia de paz de Versalles en 1919. Lawrence está detrás a la derecha.
En 1916 Husayn ibn Ali, jerife de La Meca, inicia la revuelta contra los turcos ocupantes de la península arábiga. Lawrence es entonces enviado a reunirse con él y promueve a Faysal, uno de los hijos de Ali, como cabeza visible de la rebelión. Lawrence y Faysal (futuro Faysal I), lideran la ofensiva desarrollando la estrategia y ganándose la adhesión de otras tribus. Ambos estaban convencidos de que la rebelión árabe podía triunfar estableciendo un estado árabe independiente y soberano con capital en Damasco.
Lawrence volvió a El Cairo lleno de entusiasmo. Aunque los británicos también apoyaron aparentemente un estado panárabe independiente, el compromiso quedó anulado por el posterior acuerdo secreto suscrito entre Inglaterra y Francia que definía las ambiciones territoriales de los dos países en Oriente Medio una vez vencido el Imperio Otomano.
En 1917 rinden Aqaba y la campaña termina con una aplastante victoria para los árabes. Un año después la conquista de Deraa provoca la desbandada del ejército turco y Lawrence marcha a Damasco para reunirse con el general Allenby, máximo responsable del ejército británico en la zona.
El curso de la guerra mundial y la imposición de los intereses de estado, agravaron el dilema moral de Lawrence, atrapado entre su lealtad a los árabes y la lealtad a su patria, lo que empeoró el estrés psicológico bajo el que actuaba y su desgaste físico.
Lawrence era un opositor tenaz a la intrusión foránea en los asuntos árabes; por ejemplo la codicia de los franceses lo exasperaba. «Los extranjeros siempre vienen aquí a enseñar cuando en verdad debieran venir a aprender», escribió en 1921. Pero lo que más le sacó de quicio fue el acuerdo Sykes-Picot franco-británico, en una época todavía con fuertes reminiscencias coloniales que acabó con las esperanzas de autodeterminación del pueblo árabe.
La partición fruto de aquel pacto generó estados relativamente pequeños, con fronteras de artificiales líneas rectas dibujadas de manera interesada. Los ingleses se quedaron con la tutela de Irak y junto a los judíos, con Palestina; los franceses con Siria y Líbano.
Se impuso un modelo de realeza a la europea que ahogó el sueño de la independencia. Un duro golpe para Lawrence, quien hasta el día de su muerte viviría atormentado en el convencimiento de que les había fallado a los árabes después de tantos esfuerzos y sacrificio.
Aquella lucha rebelde se había llevado a cabo mediante un ejército irregular y sin entrenamiento militar, compuesto mayoritariamente por beduinos indisciplinados y levantiscos que bajo cualquier excusa se peleaban entre sí (no olvidemos que procedían de tribus rivales); sin embargo Lawrence consiguió lo que parecía imposible: vencer al ejército turco.
¿Cómo pudo un oficial inglés bajito, un letrado procedente de las aulas de Oxford, asceta, vegetariano, introvertido y testarudo, que no trataba a los árabes con desprecio y que para irritación de sus superiores andaba descalzo y vestido de sarraceno, adquirir la talla de héroe universal?
A finales de 1917, en una incursión de reconocimiento tras las líneas enemigas, Lawrence es capturado por soldados turcos, torturado y al parecer violado, motivo por el que se ha dicho que vivió el resto de su vida con profundas secuelas psicológicas.
De todas formas ya era la suya una personalidad compleja, con tendencia a la melancolía y a la soledad aunque siempre impulsado por una poderosa voluntad de hierro. Fiel a su doctrina de sacrificio y sobriedad, soportó el sol del desierto, el frío nocturno, la escasez de comida y agua, la disentería y la malaria para llevar a cabo su destino.
Un personaje historiador, arqueólogo, lingüista, literato y traductor al inglés de La Odisea, es sin duda un hombre culto, nacido para ser un escritor relevante. Pero Lawrence entraría en la historia y la mitología por otra puerta, la del estratega militar que lideró durante la Primera Guerra Mundial la rebelión árabe contra la dominación turca.
Por eso sintetiza como nadie al hombre de acción y de pensamiento. Tipos como él, tan genuinamente británico y a la vez tan atípicamente británico, han desaparecido del mapa.
Rodeado de leyenda, a menudo exaltado, en realidad T. E. Lawrence siempre rehuyó la gloria, prefiriendo el anonimato e incluso el castigo. Sí, tenía un punto oscuro de carácter: sentía la necesidad de «degradarse». En 1922 había escrito:
En ese invierno de 1917 a 1918 emprendió desde su base avanzada de Azrak, en el desierto sirio, algunas de sus acciones más arriesgadas en territorio enemigo, como el intento fallido de dinamitar el puente sobre el río Yarmuk (7 de noviembre), el ataque al tren en Minifir (12 de noviembre) o la incursión casi en solitario a Deraa (20 de noviembre). En esta ocasión Lawrence fue detenido por una patrulla de reclutamiento turca que no le reconoció a pesar de que estaba puesto un precio a su cabeza. Durante su detención fue salvajemente maltratado y violado, pero consiguió escapar con vida. La experiencia fue traumática y tuvo consecuencias profundas y perdurables.15?
Profundamente desilusionado, harto de las atrocidades de la guerra de las que se sentía corresponsable y deprimido, Lawrence pidió el relevo.
De regreso a Inglaterra en 1921 ya no es el mismo. Sin embargo aún acepta la propuesta de Churchill de trabajar para el Departamento de Medio Oriente, vuelve a Egipto y un año después se enrola en la fuerza aérea inglesa con el seudónimo de John Hume Ross. En 1923 se alistó como soldado raso en la unidad de tanques bajo otro seudónimo y poco después pasó de nuevo a la RAF como mecánico.
Abrumado por una fama incómoda y decidido a pasar desapercibido, se retiró a Clouds Hill, una casita rural al sudoeste de Inglaterra donde reunió sus libros y pertenencias para vivir con austeridad. Entre otras cosas terminó de escribir un legado fundamental, Los siete pilares de la sabiduría, que Winston Churchill consideraba una de las obras cumbres de la literatura inglesa.
En 1935 un accidente de moto acabaría con la vida de uno de los personajes históricos más extraordinarios y fascinantes del S. XX. La gran superproducción cinematográfica dirigida en 1962 por David Lean y protagonizada por Peter O’Toole, inmortalizó el mito.
«Continúo aprendiendo porque cuanto uno más aprende, uno menos sabe y algún día podré alcanzar la ignorancia perfecta de este modo».