La navaja de Occam. Porque lo más sencillo es lo más probable
A menudo La navaja de Occam es algo entrañablemente certero. Y no hablamos de un instrumento de afeitar sino del viejo principio medieval que reza:
«Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem»
«Los entes no deben multiplicarse sin necesidad»
El principio
Aunque para mejor entenderlo podríamos formularlo de esta otra manera:
«No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias».
En otras palabras, ante una disyuntiva procura elegir la explicación más simple.
Esta pequeña tontería, dogma del sentido común, resultó ser todo un modelo para aquellos que pretenden explicarse la realidad, o sea, cualquier persona con el afán de saber, ya que cimentó una metodología que arropó a la Ciencia desde entonces.
Siempre se encuentren varias explicaciones a un fenómeno, lo que complica las cosas hasta el infinito, de modo que para no aturdir la mente en vano no será mala idea escoger la más sencilla de las explicaciones que esclarezca dicho fenómeno.
El principio de la Navaja de Occam («Occam’s Razor» en inglés) se conoce también como «Principio de economía de pensamiento de Occam» y es utilizado como complemento de las leyes de la lógica para burlar al pensamiento mágico que tanta pupa hace.
Orígenes del término
Durante la primera mitad del S. XIV, en pleno oscurantismo medieval, un monje franciscano inglés llamado Guillermo de Occam (Ockham según otras grafías) alumbró el camino con una idea simple pero afilada y poderosa como una navaja, de ahí el nombre.
Sus tesis permitieron entre otras cosas separar por fin a la ciencia de la teología e iniciar la senda hacia una filosofía libre y abierta a la razón. Un pilar para la metodología científica.
La Navaja de Occam, conocido principio científico, nos dice que ante varias posibles soluciones de un determinado problema la más sencilla probablemente sea la correcta.
No se sabe con seguridad si Guillermo de Occam nació en 1280 o 1288, pero sí que fue fraile franciscano y filósofo inglés y que su muerte acaeció en 1349 por efecto de la terrible peste negra.
Como buen franciscano practicó en vida la pobreza extrema pero poseía una aguda inteligencia y de hecho sus ideas fueron objeto de controversia en su tiempo.
Pensar mucho te convierte en hereje
Tradicionalmente se consideró que fue convocado a Aviñón en 1324 por el Papa Juan XXII acusado de hereje y que pasó cuatro años allí bajo arresto mientras sus enseñanzas y escritos eran investigados. Ahora sin embargo se cree que, enviado a Aviñón para enseñar filosofía, se creó enemigos entre las filas de los seguidores de Santo Tomás de Aquino, quienes lo acusaron de enseñar herejías.
En 1328 el dirigente franciscano Miguel de Cesena solicitó a Occam que estudiase la controversia entre los franciscanos y el Papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, eje central de la doctrina franciscana pero patata caliente para el Papado y los dominicos.
Occam concluyó que el Papa era un hereje y a su vez fue excomulgado por lo que no tuvo más remedio que salir por piernas. Finalmente él y los suyos obtuvieron la protección del emperador Luis IV de Baviera.
Tuvo Guillermo suerte en una cosa: aunque perseguido, oficialmente su filosofía no fue condenada. Por ello el resto de su vida siguió escribiendo sobre asuntos políticos, la riqueza y la pobreza y acerca del choque evidente entre los derechos de papas y príncipes.
Guillermo encarna a una serie de pensadores que someten a crítica los supuestos y afirmaciones fundamentales que sostenían la filosofía y teología medievales, abriendo una nueva vía que desembocará en el pensamiento moderno.
Para saber más y a la vez disfrutar de tan apasionante debate histórico, no hay nada como una copa en la mano y en la otra un ejemplar de El nombre de la rosa de Umberto Eco, o bien revisionar la película del mismo nombre que protagonizó el gran Sean Connery.
En el terreno de la ficción Guillermo de Ockham sirvió de inspiración a Umberto Eco para crear el personaje de Guillermo de Baskerville, el detective monástico que usaba la lógica de forma implacable como fiel precedente de Sherlock Holmes.