La mano que dibujó el surf, la psicodelia y el cómic underground
Las primeras músicas del rock galopando por las emisoras de radio dieron alas a una juventud en busca de diversión. Los años 50 asistieron al surgimiento de una generación rebelde que soñaba con ser libre y diferenciarse del resto, sin importar demasiado el futuro de una sociedad caducada, algo consolidado poco después cuando la revolución del surf tomaba las playas de California y el mundo sucumbía ante la mágica explosión de los 60.
A finales de la década prodigiosa coincidieron innumerables creadores artísticos inspiradores de la cultura underground, del movimiento hippie y de la psicodelia. Fue un momento plagado de iconos y rebosante de personalidades con talento y entre ellas destaca alguien que ilustró aquel movimiento contracultural: Rick Griffin. El estilo y simbología de sus dibujos están íntimamente asociados a todo eso.
«Cada uno tenía su propia imagen de Rick Griffin, porque él siempre estaba de paso y conectaba las personas con sus dibujos y sus historias».
John Van Hamersveld
Poco conocido en Europa, Rick Griffin fue un perfecto exponente del arte visual ligado a la música, algo que ahora parece olvidado y que sin duda constituye un triste error; es importante que la música vaya de la mano de otras artes plásticas: de ellas se nutre y a ellas alimenta con su inspiración.
Rick Griffin nació en 1944 cerca de Palos Verdes, al sur de California. Su padre era un ingeniero aeronáutico aficionado a la arqueología y los fines de semana él lo acompañaba a las excavaciones. Descubrió así la mística de los nativos norteamericanos que tanto marcaría su carrera artística en el futuro.
Pasaba las horas dibujando, algo para lo que poseía un talento innato. Pintaba murales en las habitaciones de sus colegas y sus compañeros de clase le pagaban para que decorase sus camisetas. Por las tardes procuraba ir con sus amigos en busca de una buena ola. El surf constituyó una de sus grandes pasiones.
John Van Hamersveld, un joven que editaba una revista de surf (más tarde famoso diseñador), le propuso hacer varias ilustraciones para la publicación, un trabajo que a su vez llamaría la atención de John Severson, director de documentales y fundador de la revista Surfer Magazine, considerada la biblia del Surf.
Rick se incorporó a ella siendo el ilustrador más joven de la plantilla. Allí sus personajes, sobre todo el emblemático Murphy, la mascota favorita de gran parte de los grupos californianos, cobraron verdadera vida gracias a su humor salvaje. De la noche a la mañana aquellos dibujos aparecieron en gran número de cómics y portadas de discos.
A pesar del éxito, en 1964 Rick, poco amigo de rutinas, decide abandonar la revista. Lamentablemente un coche que lo había recogido haciendo autoestop sufre un accidente y él queda con el ojo izquierdo dañado -de ahí el ojo que aparece repetidamente en su obra- y varias cicatrices en la cara. Desde entonces se le verá con barba y un ocasional parche negro.
Tras la hospitalización se matriculó en el Instituto de Arte Chouinard donde conocería a Ida, su futura esposa. Ella lo recordaba así:
«Rick era muy tranquilo, vergonzoso y con mucho sentido del humor».
A ambos les gustaban los cómics, el océano y las portadas de los discos.
Aunque su etapa como estudiante no duró demasiado, ahora es cuando forja su estilo dando comienzo un periodo creativo muy fecundo sobre la base de influencias tan diversas como la cultura nativa americana, la escena surf californiana y el floreciente movimiento hippie.
Escarabajos, calaveras y surfistas pueblan sus composiciones de vivos colores, intrincados patrones y tipografías salvajes.
Después de un viaje por las playas recónditas de México para practicar el surf, en 1966 la pareja se muda a San Francisco y Rick se centra por completo en la profesión de ilustrador.
La escena psicodélica se imponía, el mundo miraba a California y la música era el mejor reflejo del ambiente contestatario vivido en las calles, con la segregación racial, las protestas contra la Guerra de Vietnam, etc. Sin embargo Griffin, inclinado durante horas en su mesa de dibujo, nunca se vio como un activista. Era un tipo que, aparte de dibujar amaba hacer surf, conducir su furgoneta y escuchar música en la radio.
El póster que hizo para un festival en el Golden Gate Park, en blanco y negro mostrando a un jefe indio montado a caballo con una guitarra eléctrica, fue el gran culpable de que miles de jóvenes acudieran a un evento que prendió la mecha del verano del amor. Sus carteles para Janis Joplin, The Grateful Dead, Jimi Hendrix, Jefferson Airplane o The Doors pasaron a decorar las habitaciones de todos los aficionados a la música que soñaban con aquellas estrellas.
El secreto de su éxito habría que rastrearlo en unos dibujos de personajes con expresión alucinada, como bajo los efectos del LSD, los recurrentes ojos voladores, las calaveras y unas tipografías impactantes y casi ilegibles.
En 1967 cofunda Berkeley-Bonaparte, una empresa que crea y comercializa pósters, recibe el encargo de crear el logotipo de la revista Rolling Stone y dibuja para distintas publicaciones norteamericanas que por aquel entonces estaban renovando a fondo el género del cómic.
Empezó entonces a vivir como un nómada, dejando atrás el bullicio de San Francisco y pasando largas temporadas en Texas, San Pedro y San Clemente. Aquellos viajes marcados por el surf y la carretera le llevaron a retomar el contacto con Severson y a resucitar el personaje de Murphy para la revista Surfer.
En algún momento del año 1970 se convierte al cristianismo. Sí, resulta chocante, pero basta rememorar una época con potentes dosis de ansia espiritual, llena de caminos transitados donde no era insólito cambiar de rumbo, de dioses y de cobijo, a veces rápidamente.
Ello supuso una variación en el estilo y contenido de su arte: por ejemplo retrocede el ácido sentido del humor que siempre había caracterizado su obra.
Aunque familiarizado con los ritos de las tribus indias y el arte católico mexicano, no había tenido una educación religiosa. Ahora se interesó por el arte cristiano y en los años siguientes se zambulló en esa espiritualidad, con exposiciones en París, Amsterdam y Londres. Precisamente en aquel periplo europeo aprovechó con su representante para practicar el surf en Biarritz y recorrer el norte de España.
En los años 80 siguió colaborando con la música y diseñando portadas (The Cult, Aerosmith), aunque no al mismo ritmo. Se había alejado de su esposa e instalado en la playa de Mystos al norte de San Francisco, donde frecuentaba un nuevo grupo de amigos bohemios.
En 1991, mientras conducía su Harley-Davidson, Rick tuvo un accidente que le condujo a la muerte a la edad de 47 años. Una pérdida que lamentó toda la comunidad de San Francisco a la que había regresado tras olvidarse un poco de sus convicciones religiosas y para la que era un referente.
Los dibujos de Rick Griffin elevaron el surf a la categoría de pop art; los hippies peregrinaron a los conciertos gracias a sus carteles psicodélicos; los más jóvenes soñaron con los cómics ilustrados por él.
Fue y es uno de esos artistas que inspiran siempre.
Esta entrada ha querido repasar el legado, la vida y la chispa excéntrica de una de las menos conocidas y sin embargo más influyentes figuras artísticas del siglo XX.
Más info:
Rick Griffin: el arte de la psicodelia
La trinidad del artista Rick Griffin
genialll!