La humanidad lamenta profundamente algunos descubrimientos
Si Thomas Midgley no hubiera descubierto algo llamado plomo tetraetílico además de los CFC, un historiador no habría dicho de él algo tan terrible como esto:
«Tuvo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo en la historia de la Tierra».
A principios del S. XX una sustancia poco amigable como era el plomo tenía paradójicamente una presencia notoria en la vida y el consumo humanos. Las latas de alimentos, por ejemplo, se sellaban con soldadura de plomo; los depósitos de agua se recubrían con plomo. Aún más, en la composición de pesticidas e incluso de la pasta de dientes había plomo.
Aunque no debería haber sido así, en aquella época existió una razón de peso para tal popularización: el plomo era un material fácil de extraer y de malear y para la industria resultaba muy rentable su explotación. Ya pintaba mal el asunto pero la cosa todavía fue a peor cuando el plomo fue incorporado al combustible de los motores.
Thomas Midgley Jr. (1889-1944) era un ingeniero mecánico norteamericano que terminó dedicándose a la química.
En el marco de un mundo cada vez más interesado por las aplicaciones industriales de la química y mientras trabajaba para la General Motors, Midgley abordó un problema que planteaba la pujante industria estadounidense: el aumento en la actividad del transporte demandaba una gasolina más eficiente y unos motores sin la característica detonación que se producía durante su funcionamiento. En otras palabras, pretendía reducir el traqueteo de los motores.
Midgley descubrió que las detonaciones se debían al aumento brusco de la presión una vez que se llevaba a cabo la ignición. La idea que le sirvió de guía es que el empleo de ciertos aditivos actuaría como antidetonante y en 1921 descubrió el Tetraetilo de plomo (TEL), ideal para este propósito y que además era soluble en la gasolina y se vaporizaba con ella.
Dos años después se introducía la gasolina con plomo en Estados Unidos.
Para ello tres firmas de peso, General Motors, Du Pont y Standard Oil constituyeron la Ethyl Corporation, una empresa subsidiaria para la comercialización del tetraetilo con unas perspectivas de beneficio francamente prometedoras.
Llamaron a su aditivo etilo en vez de «plomo» a secas. El eufemismo parece claro; de alguna manera tenían que saber que el impacto del invento era o podía ser nocivo, puesto que se comporta como neurotóxico, una bomba para nuestro sistema nervioso. Pero no retrocedieron y en poco tiempo su consumo se hizo intensivo.
Los que trabajaban en la producción del tetraetilo empezaron a manifestar síntomas propios de un envenenamiento: andares tambaleantes, confusión mental, delirio… Aunque la opinión pública se interesó por la problemática suscitada, la Ethyl Corporation practicó desde el principio la vieja política de negación de hechos.
El número de afectados, enfermos crónicos o fallecidos por la acción del plomo no puede conocerse con exactitud, entre otras cosas porque la empresa siempre tapó este tipo de informaciones. Es más, cuando crecían los rumores acerca de la peligrosidad del nuevo producto, el propio Thomas Midgley preparó ante los periodistas una comparecencia donde se echó plomo tetraetílico en sus manos y respiró durante un minuto el compuesto asegurando que podía repetirlo todos los días sin problema.
Sin embargo la realidad era otra, ya que él mismo había estado hospitalizado tiempo antes por una exposición excesiva.
Esta anécdota afea por sí misma la carrera de un científico que por otro lado debió ser brillante.
Años después Clair Patterson, uno de los más grandes Geoquímicos (fue él quien determinó la edad de la tierra en unos 4.500 millones de años) detectó en sus investigaciones que los niveles de plomo en la atmósfera habían ido aumentado constante y peligrosamente desde 1923.
Antigua estación de servicio en el Estado de Illinois
A partir de entonces fue un crítico tenaz de la industria del plomo y de sus tupidos intereses y paralelamente se convirtió en objeto de boicot por parte de éstos a pesar de ser uno de los más destacados especialistas.
Ethyl era una empresa mundial poderosa con muchos amiguetes.
Finalmente se aprobó la Ley de Aire Limpio de 1970, sin embargo hasta 1986 no se retiró del mercado la gasolina plomada en Estados Unidos.
No pensemos que el plomo está erradicado. Aunque los países más ricos se comprometan con el Medio Ambiente tomando medidas sobre emisiones y excluyéndolo de los componentes de determinados productos, en los países pobres la situación puede ser bien distinta. A fin de cuentas, ¿de dónde procede el capital y los intereses de la industria más contaminante en el tercer mundo?.
Del plomo se sabe hoy que varias generaciones de norteamericanos han vivido con tasas en cuerpo y sangre muy superiores a las normales.
Aunque las firmas que la fundaron ya no tienen relación con ella, todavía existe la Ethyl Corporation. No fabrica directamente, al menos que se sepa, gasolina con plomo.
De todos modos en 2001 la Ethyl todavía sostenía lo siguiente:
«La investigación no ha conseguido demostrar que la gasolina plomada constituya una amenaza para la salud humana ni para el medio ambiente».
En la historia de la empresa mostrada en la página no se menciona siquiera el plomo, ni tampoco a Thomas Midgley y sólo se dice del producto original que contenía «cierta combinación de sustancias químicas».
Como destacado investigador, Midgley abordó con éxito otra cuestión tecnológica importante en su época: la refrigeración.
Los refrigeradores de los años veinte tenían más peligro que un mono con dos pistolas, ya que hacían uso de gases tóxicos que podían perfectamente propagarse al exterior. Así que buscó un gas que fuera estable, no inflamable, no corrosivo y que se pudiese respirar sin problemas. Con una facilidad casi innata para dar con elementos de gran poder destructivo que además rápidamente se adoptaban a escala planetaria, Midgley creó los clorofluorocarbonos, más conocidos como CFC.
Eran los años 30 del S. XX y en seguida se encontraron mil usos para los CFC, desde los mismos aparatos de refrigeración hasta los pulverizadores de todo tipo.
Varias décadas después se comprobó que estaban destruyendo el ozono de la estratosfera. No sólo tienen gran capacidad destructiva, además perduran mucho tiempo y actúan como grandes esponjas del calor intensificando el efecto invernadero.
La fabricación y empleo de los CFC se prohibió a raíz del Protocolo de Montreal en 1989 -en su lugar se usan otros compuestos orgánicos- y definitivamente en la Unión Europea a partir de 2000 tras aprobarse diversas enmiendas a dicho protocolo.
Los efectos de los tenebrosos retoños de Midgley, TEL y CFC, seguirán rondando por ahí sin que el propio inventor llegara a enterarse mucho de todo esto, ya que falleció en 1944 de manera por otra parte insólita.
Como había quedado paralítico por efectos de la polio, inventó un artilugio que incluía una serie de poleas motorizadas que le levantaban y giraban en la cama. Un mal día quedó enredado en los cordones cuando la máquina se puso en marcha y murió estrangulado a los 55 años.
Si prefieres vivir sin prejuicios contra el plomo o sustancias semejantes, no hay problema. Contamos con los postulados de otros especialistas como el profesor polaco Jaworowski, quien califica todo esto como un mito fraudulento, pone en duda los experimentos de Patterson y arremete contra lo que llama «El lobby ecologista».
Dejando a un lado a los inevitables negacionistas del calentamiento global, la historia de los descubrimientos de Midgley debería de ilustrarnos acerca de lo vital que es evaluar el impacto sobre la salud y el Medio Ambiente de cualquier nueva tecnología química o industrial que pretenda aplicarse.
Fuente principal: Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson
Gran artículo, gran artículo.
Con permiso de usted le voy a poner un link en mi blog «Detalles Miserables» y el «metablog» mío y de mis amiguetes «Alcohol y Furcias»
Gran artículo, sí señor. Voy a meter un link a este artículo en mi blog «Detalles miserables» y en «Alcohol y furcias».