La cuestión malthusiana

Un pasatiempo habitual del siglo XX fue reí­rse de Thomas Malthus. A finales del siglo XVIII, Malthus postuló que, mientras que la población crece de forma exponencial, la capacidad de producir alimentos lo hace de forma lineal. Así­, es sólo cuestión de tiempo el que no hubiera alimentos suficientes para todos.

A Malthus se le citaba para ridiculizarlo, y, de paso, exaltar la capacidad humana para crecer sin lí­mites, y negar cualquier necesidad de poner freno a nuestra expansión. Se pensaba que el progreso eliminarí­a cualquier limitación, que la población crecerí­a y crecerí­a, construyendo ciudades en el fondo del mar, plantaciones de algas y peces llenando el océano, que terraformarí­amos Marte y nos irí­amos también a vivir allí­.

Ahora, en el siglo XXI, la pregunta ya no es si Malthus tení­a o no razón, sino qué podemos hacer para superar la crisis. La catástrofe malthusiana está sucediendo: el precio de los alimentos sube y sube, hasta quedar fuera del alcance de los más pobres, provocando revueltas alrededor del mundo; muchos paí­ses están poniendo trabas (como Argentina con la soja) o directamente prohibiendo (como Kazakistán) la exportación de alimentos básicos, para evitar que su población pase hambre, e incluso en Estados Unidos comienza a racionarse el arroz (aún no de forma extrema, pero Wal-Mart ha puesto un lí­mite al arroz que una sola persona puede comprar).


Hay siete mil millones de personas en el mundo, y eso ya es mucho más de lo que este puede soportar, especialmente con nuestras voraces costumbres consumistas.

Hemos entrado en una espiral de la que sólo se puede salir cambiando drásticamente nuestra forma de vida:

  • Crece la población, por lo que aumenta la demanda de comida. Al no crecer lo suficiente la producción de esta, los precios suben.
  • El coste de la producción de alimentos depende, como toda nuestra economí­a, del coste del petroleo. Como cada vez hay menos petroleo, y cuesta más extraerlo, el precio de este también sube, por lo que suben los alimentos.
  • Algo a lo que aún se aferran los que niegan la crisis es que el nivel de vida está mejorando mucho en paí­ses como la India o China. El problema es que  por “mejorar” se entiende adoptar los mismos errores que hemos cometido en Occidente. Toda la nueva clase media de estos paí­ses desea tener coches, y nuestra respuesta es, por supuesto, dárselos. Consecuencia: más consumo de petroleo, con lo que suben aún más los precios, y, con estos, los de los alimentos.
  • ¿Nuestra respuesta al aumento del precio del petroleo? Absolutamente demencial: los biocombustibles, utilizar comida para mover coches mientras muchos pasan hambre. Se nos intenta, además, presentar los biocombustibles como una energí­a no contaminante, basándose en que el CO2 que se emite en su combustión es absorbido luego por las mismas plantaciones de biocombustibles. Esto es cierto, pero el argumento tiene trampa: para crear estas plantaciones se están destruyendo bosques. Y los árboles crecidos absorben mucho más CO2 que la caña de azúcar o la soja que se utiliza para producir estos combustibles.



Y toda esta espiral de producción/consumo no hace más que deteriorar más y más el planeta, y alimentar el calentamiento global. Toda nuestra agricultura depende de unas condiciones climáticas y medioambientales determinadas, que están cambiando rápidamente, haciendo aún más grave la crisis. Nos comportamos como si la Tierra fuera un recurso más, que puede sustituirse por otro, pero no hay recambio posible. No somos los amos del planeta, solamente vivimos en él, y lo compartimos con muchas otras especies a las que también estamos destruyendo.


Si persistimos en nuestra hybris y seguimos cerrando los ojos y pretendiendo vivir como si nuestros actos no tuvieran consecuencias, no haremos más que internarnos más y más en este catástrofe, de la que cada vez será más difí­cil escapar. Todaví­a estamos a tiempo de cambiar nuestra forma de vida, todo nuestro sistema de producción, reducir la natalidad, y recuperar suavemente el equilibrio con el planeta. Si no lo hacemos el equilibrio se alcanzará de todas formas, como ha sucedido muchas otras veces a lo largo de su historia, pero el precio a pagar será mucho más elevado.

Fuente: Nostalgia del reino

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