Jamás vayáis a la comarca de la Sagra, hijos míos.

Un miembro del foro de Internet más gamberro, bestia, extraño, divertido y chalado de España (Burbuja Info, un foro sin ningún tipo de moderación) publicó uno de sus artículos más legendarios de este foro titulado: «No vayáis a la Sagra hijos míos«.

En ese post el autor describía las sensaciones negativas que tuvo al pasar por la comarca de La Sagra, que abarca una zona comprendida entre el suroeste de la comunidad de Madrid y el norte de Toledo.

Escrito con un tono malicioso y burlón, rápidamente se convirtió en algo viral.

Cuando lo leí me hizo mucha gracia, ya que los padres de mi ex tenían un chalet en esa zona y yo acostumbraba a ir bastantes fines de semana al año y para ser sinceros, en algunas cosas coincido con el autor de «No vayáis a la Sagra hijos míos«.

La Sagra parece un reflejo de esas zonas de España de pasado industrial y ahora decadentes. Son al mismo tiempo rurales y urbanas y se ubican entre secarrales, como desoladas tierras de nadie.

Sin más preámbulo pego a continuación el susodicho artículo.


No vayáis a la Sagra hijos míos

Si tenéis la mala suerte de ir por la A-42 desde Madrid con dirección a Toledo es muy posible que no tengáis  más remedio que hacer una parada en la comarca de La Sagra. Adentrarse en La Sagra es una experiencia desoladora, cuasi mística, sólo comparable a la bajada de Orfeo a los infiernos. No verás nada más que kilómetros y kilómetros de campos de cultivos, porque sí, están cultivados, aunque parecen más los terrenos del mismísimo Belcebú en su retiro eterno.

Estoy harto de decir que la zona norte de Toledo y Parla y sus alrededores son una zona extraña. Es un lugar raro que trasmite sensaciones raras. Pueblos llenos de urbanizaciones en medio de la nada, medio vacías, aceras sin árboles, chalets abandonados o con puertas y ventanas tapiadas junto a otros bien cuidados. Gente extraña, personas deambulando sin oficio ni beneficio, paisanos con sus Ebros sin capota y la cuba de sulfatar las viñas, fulanas de saldo que ya no son competitivas en Madrid. Páramos infinitos, cielos inmensos que te aplastan y te recuerdan que solo eres un simple mortal.

Hay algo en esa tierra que perturba el alma, los que hemos estado allí lo sabemos, aunque no sepamos qué es ya que el ambiente destruye el espíritu y la tierra se alimenta de sus cuerpos. Está maldita…

En La Sagra la tierra escupe a sus muertos, y los vivos parecen muertos en esas pedanías alejadas de la mano de Dios. Cobeja, Lominchar o Recas están plagados de esos aromas fatuos que vaticinan algún crimen. Por contra, Yuncos, Yunclillos, o Yuncler reflejan la endogamia local, cuyos nombres son tan parecidos, como los genes mezclados de sus habitantes.

Si consigues llegar, en Esquivias solo verás casas con sucios garajes enjalbegados de gris, que antaño daban paso a los caballos y hoy en día cobijan destartalados Citroen C15 con tantos kilómetros como millas de angustia genera la Sagra.

Llegado el momento de buscar algo de comer, te encontrarás con locales con muchísimos lugareños derrotados por la vida, con gorras de Caja Rural cuyo verde corporativo ha sido derroido por el tiempo. Y si aún así sigues con ganas de comer algo, el cocido de La Sagra y su pringá puede revitarlarte tras un angosto y tortuoso camino sin fin en busca de la salida de la región.

Los límites geográficos de La Sagra son tan difusos como sus propios orígenes. No me atrevería a afirmar que esos pueblos fueran de La Sagra o, en menor media, que compartan rasgos definitorios de la región. ¿Qué es ser de «La Sagra» se pregunta el cansado caminante que tiene la desgracia de caer allí? ¿Dónde acaban sus límites? No hay una respuesta segura a tales preguntas pues caer en La Sagra es como entrar en el limbo cósmico del desconsuelo. Una vez que entras, sabes que estás ahí pero no sabes dónde empieza ni dónde acaba.

No verás, incauto viajero de aquellas agrestes tierras, ni una sonrisa en la cara de sus habitantes, ni un niño feliz ni un anciano afable. Lo único que verás será el rostro marchito y caduco del dolor más sofocante de los que por desgracia tienen que vivir allí. No cometas el error de permanecer mucho tiempo en La Sagra, pues tu alma quizás no pueda escapar y si así lo hiciera, ya no volverías a ser el mismo.

Recuerdo que durante todo un día de otoño triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé yo solo esa región singularmente lúgubre del país. Y al fin, al acercarse las sombras de la noche, vi la comarca de La Sagra en la oscuridad. No sé cómo fue pero a la primera mirada que eché invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semi-agradables por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. Miré el escenario que tenía delante —la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos y los escasos troncos de árboles agostados— con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. ¿Qué era —me detuve a pensar— lo que así me desalentaba en la contemplación de La Sagra? Misterio insoluble; y yo no podía luchar con los sombríos pensamientos que se congregaban a mi alrededor mientras reflexionaba.

Es mirar la zona en un mapa y ya te trepan todos los males, como raíces negras, cartografía maldita, como si de una impúdica auscultación de aullidos de galgos nocturnos en su última penuria se tratara… el mapa late envilecido.

Decía José Antonio Primo de Rivera que los castellanos conquistaron el mundo porque no tenían otra opción, quien haya vivido en Toledo Norte sabe que esto es un dogma de fe.

Es una tierra de desdicha. Desdicha mala…

Siempre que hay un secuestro en Madrid, no sé el porqué pero si la cosa sale mal, el cadáver lo encuentra semienterrado en La Sagra, escarbado por unos perros de caza o en alguna antigua fábrica de ladrillos de esa maldita zona.

Esa zona esta maldita. Los perros huyen espantados por el hedor a muerte y sin embargo la tierra engulle desdicha. Pide desdicha.

Conejos con mixomatosis, perdices de granjas que sueltan para que escapen y en su huida mueran. Galgos famélicos, tiñosos, muertos de frío o de miedo que no paran de temblar. Estos son los tres animales que habitan esa tierra, una tierra seca que niega el agua. La antesala al infierno de Dante.

Y cuando sopla el aire, el solano, que es el único aire que allí recorre los llanos, se pueden oír los lamentos de la almas de los oriundos que calladamente agonizan e impregnan el ambiente de dolor y fatigas. En verano el calor te achicharra como si del mismo infierno se tratase y en invierno castañean los dientes y el moquillo cae de la nariz. No hay mujeres guapas, solo viejas y extranjeras medio locas. No cantan los pájaros, no hay sombras de árboles porque no hay árboles, ni pájaros que se posen. Todo es desasosiego y una extraña sensación de angustia.

Por la noche en verano no refresca jamas y oyes a las chicharras cantar con su monótono canto hasta volverte loco.

Y los contenedores de la Maersk reciclados para vivienda con un tinajón enorme de cemento al lado para tener agua son todo un clásico.

Siempre creí que yo era uno, indivisible. Pero la Sagra me desdobló, fue allí donde pude comprobar que no era uno, sino dos. Un cuerpo y un alma que formaban un conjunto. Recuerdo cómo al pisar esa maldita tierra quiso arrebatarme mi alma. Y juro por Dios que noté como se me escapaba del cuerpo y era engullida por aquel lugar. Pero la atrapé y pude mantenerla unida a mi cuerpo, no me extraña que la gente del lugar hayan perdido todos la cabeza. Esa tierra te vacía que roba el ser espiritual y mantiene el cuerpo orgánico, que deambulan por las urbanizaciones sin brillo en las miradas.

Levantas el lomo, el azadón al lado y respiras y el aire te quema las entrañas de miseria y el hedor es más profundo que la mismísima náusea.

Por eso su vino es tan fuerte, porque se hace con el sufrimiento de los que trabajan la tierra. Un vino con regusto a polvo, amargo, áspero al paladar, que emborracha y hace mal vino en los que lo beben. Sacando lo peor de cada uno. Es la sangre maldita del lugar, beber ese brebaje es como probar la sangre de un vampiro. Denominación de origen Méntrida. Si lo veis por ahí no lo probéis. Bueno, haced lo que queráis pero que sepáis que son las lágrimas de esa gente que vive atrapada en un universo paralelo.

Una tierra yerma, estéril que aúlla de dolor, la sangre derramándose en la sementera. No lloverá en meses. Oscurece y el paisano camina entre los cipreses… ¿Quedará algún mendrugo de pan de ayer? La noche abrasa, el regreso duele.

¿Y los olivos? Siempre enfermos, siempre afectados. Solía preguntar por cortesía a los lugareños que qué tal hogaño la cosecha. Y siempre, siempre, pasaba algo al olivo. Cuando no les pica la mosca, no llueve; cuando llueve, les entra repilo; o las heladas tiran el fruto o la sequía no da rendimiento de aceite. Siempre están enfermos o afectados, son como un reflejo de sus dueños. Cuando hay mucha producción, baja el precio. Si no dan nada, sube el precio del aceite. Cuando no es granizo, es la tuberculosis del olivo. Si un año les pagan pronto la subvención, ese año los rumanos y gitanos arrasan los olivares. Siempre, siempre tiene algo malo. No he visto árbol más sufrido que los olivos de esa zona. Y con qué orgullo te cuentan sus enfermedades los agricultores, parece que están deseando que les preguntes para empezar a quejarse amargamente de su existencia.

Los oriundos de La Sagra jamás te dirán lo que piensan. Para ellas decir lo que piensan es el mayor pecado que existe. Mayor que el incesto o el asesinato. Si agarras a un sagreño, lo atas a un sillón, le arrancas una muela con unas tenazas oxidadas a lo vivo y el preguntas si le duele… pues te dirá que no.

El sagreño es celoso de sus pensamientos. Sin embargo si ves a dos sagreños juntándose al azar por la calle es fácil adivinar lo que se dicen el uno al otro: se mienten.

Porque mentir es su deporte comarcal. No hacen sino manipular a los otros mintiéndoles para sonsacarles. «Sacar mentira por verdad» como dicen ellos. Se creen muy astutos con el forastero y no se dan cuenta de que en realidad quedan como unos cretinos.

Sus relaciones humanas son antinaturales, artificiales, extrañísimas. No saben lo que es la espontaneidad, la sinceridad, el trato abierto, cercano, cálido y franco. Y ni lo quieren saber.

Gente que por las tardes apuran los vinos antes de ir al puticlub de Valmojado o al del Lucio en Maqueda.

Ancianos de pinta siniestra que van a misa todos los domingos. Vestidos de negro y con rostro lleno de amargura, soberbia y desesperación. Agarran los rosarios fuertemente en sus temblorosos dedos.

Un consejo añadido os doy, para que veais que soy buena persona y que os aprecio. No vayáis nunca a La Sagra y si vais no paréis, y si tenéis que parar por necesidad o emergencia procurad estar lo menos posible y evitar tocar nada o relacionaros con nadie, no intentéis comprender la idiosincrasia de la gente y los motivos o razones que allí pudieran existir.

Segunda parte

Móstoles, Alcorcón, Leganés, Getafe, Parla; son el cáncer. Hay un cinturón por la zona norte de Toledo que va desde Valmojado a Ocaña, y seguramente siga más para el norte, pero yo esa zona ya no la controlo. Hablo de Illescas, Yeles, Seseña y toda la zona de La Sagra en general. Que se podría decir que es la metástasis. Un páramo inhóspito, todo lleno de chalets adosados con setos sin cortar, Renault 19 desguazados en la puerta, cada tres casas hay una a medio terminar y otra donde hay una caravana o un contenedor marítimo que sirve de vivienda. En las aceras no hay árboles, las calles son de cemento desprendido y no se ve a nadie por la calle. Uno pone malla verde del AKÍ y el otro unas lonas de publicidad para que no se vea que tiene todo el patio lleno de maleza y de mierda. En medio del secarral se levantan calles donde se supone que vive gente. ¿Pero qué clase de persona se iría a vivir en medio de un pastizal seco? Es una zona extraña, rara, es un lugar que da miedo, un lugar poblado de espíritus, de almas en pena, de gente que se esconde de algo.

He visto zonas feas en mi vida, pero esa comarca siempre me ha parecido el lugar más perturbador en el que haya estado.

La Sagra es una comarca maldita. Debe de ser un cruce de capas tectónicas o albergar una de las puertas del infierno, pero es un lugar que da desasosiego.

Los que somos de secano cuando vemos el mar por primera vez experimentamos una sensación de insignificancia por la grandiosidad y la fuerza que transmite esa enorme masa de agua, el olor a libertad, la luz brillante que se refleja en el agua como un espejo, el rítmico sonido de las olas rompiendo con la costa. Uno se siente reconfortado y en paz con el universo.

En la comarca de la Sagra cuando se visita por primera vez una siente una sensación de vacío y soledad. Desasosiego y angustia al verse rodeado de secarrales yermos salpicados por urbanizaciones inhóspitas. Un calor sofocante que hace brotar al cardo borriquero por todas partes y un frío negro, en invierno, que te llena las orejas de sabañones. Y uno se pregunta, ¿qué tipo de personas decide vivir en esta tierra maldita?

Una cosa es segura, la comarca de La Sagra es un área geográfica de tal fealdad que produce miedo y compasión. Es como el trastero de una casa, un lugar sucio, lleno de trastos inservibles, todo desordenado y que se mantiene oculto a las visitas por vergüenza.

Otro área maldita es la zona de Otero/El Casar de Escalona y todas las urbanizaciones infectadas de gentuza que hay a la ribera del Alberche. ¿Alguien me puede explicar qué hay de interesante en vivir en una urbanización de mierda teniendo como vecinos a ninis? Esos seres estrafalarios deprecian la belleza de cualquier lugar donde se les vea por las calles.

El desierto, coño, el desierto de Arabia, es visualmente más atractivo que La Sagra.. Al desierto llega David Lean y se pone a rodar Lawrence de Arabia y es capaz de sacártelo majestuoso; a La Sagra llega David Lean a rodar algo y se pega un tiro en el paladar de la pura miseria que le invade.

Por no hablar de Fuensalida: uno de esos sitios por los que uno echa de menos tener un Delorean y avisarse a sí mismo 3 minutos antes de tomar la decisión de ir allí.

Fuensalida, lugar que tiene una lengua propia extrañísima que se parece a ratos vagamente al castellano pero no es castellano, no se confundan. Es una lengua infernal. En Fuensalida hay un montón de solares y casas en ruinas en el pueblo. Trazado urbanístico demencial sin centro definido. Casas que se hicieron deprisa y corriendo y se empalmaron los desagües donde primero les ocurría. Caminas por sus calles en verano y los hedores que salen de los sumideros de agua de lluvia son espantosos.

También hay un montón de casas a mitad de construir que se quedaron así cuando explotó la burbuja inmobiliaria. Y otras terminadas donde no ha vivido nadie nunca o hay okupas. Mucha gente rara de los arrabales de Madrid, gentuza, traficantes de drogas a porrillo (el consumo de drogas en esa localidad es demencial).

Hay un barrio en esa localidad que le llaman graciosamente «El Bron» por la cantidad de gentuza que hay (en referencia al Bronx, pero dicen «elbrón» porque no saben pronunciar). Están los «Pelones» que piden dinero a gritos siempre a la salida de misa.

Fealdad absoluta. El entorno es desolador. Viñas y olivares yermos en medio de una planicie que no acaba nunca, todo seco, nada agradable donde echar la vista. Mal paisaje y peor paisanaje.

Vertederos ilegales, olor de las quemas de los mismo, cementerios de neumáticos y pestazos de depuradoras.

Fábricas donde se trabaja más horas de las que se debiera sin cobrar extras y sin cotizar y donde los encargados son capaces de arrojar objetos a quienes consideran que no siguen el ritmo. En tiempos había infinidad de talleres clandestino de zapatos, creo que todavía queda uno. Hedores nauseabundos por las noches de las quemas ilegales de los residuos de la fabricación de zapatos.

En verano no refresca jamás, ni siquiera a las siete de la mañana. En invierno el frío es húmedo y cae como una losa sobre los cuerpos y las almas. Y cuando acaba la temporada de caza galgos, galgos famélicos abandonados por las calles. A montones.

Los padres de Cervantes eran de Maqueda y su señora de Esquivias. Yo no entendí el Quijote hasta que fui a vivir a Toledo Norte. Don Quijote y Sancho no son arquetipos de nada sino la excusa argumental para ridiculizar a los tipejos con los que se iban encontrando. Tipos humanos que Cervantes conocía muy bien. Han pasado 4 siglos y siguen igual, no han cambiado nada.

No vayáis a La Sagra ni a ningún lado de Toledo Norte. No vayáis.

Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Privacidad y cookies

Utilizamos cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mismas Enlace a polí­tica de cookies y política de privacidad y aviso legal.

Pulse el botón ACEPTAR para confirmar que ha leído y aceptado la información presentada


ACEPTAR
Aviso de cookies