Individuos tóxicos
De la copiosa literatura sobre autoayuda y éxito personal publicada en las últimas décadas, no hay más remedio que separar con paciencia la superficialidad que pueda contener, que no es poca, para llegar a algo que tenga consistencia.
Las enseñanzas que difunden este tipo de discursos inciden en que el crecimiento personal y profesional pasa por desarrollar un espíritu dinámico, positivo, creativo y optimista. Demasiadas etiquetas «luminosas» con las que cumplir dentro de nuestro difícil y azaroso día a día. No obstante lo intentamos, si bien contrariamente a lo que estos libros propugnan, no existe un método científico real que nos permita alcanzar dichas metas.
El pensamiento positivo puede responder indirectamente a una ideología y motivaciones económicas concretas. Por ejemplo, premisas con las que nos bombardeamos a diario desde cualquier rincón de las redes sociales del tipo «no hay que ponerse límites» o «uno puede llegar hasta donde se proponga» son algunos de los pilares sobre los que se sustenta la economía liberal y resultan bastante discutibles.
Que puedas soñarlo no significa que puedas hacerlo
Si alcanzásemos el perfil que marcan los objetivos de estas publicaciones, todos seríamos reputados profesionales, líderes sonrientes que nunca desfallecen. Y seguramente oradores brillantes, repitiendo aquello de «proyecto ilusionante», «nuevos retos», «oportunidad», «flexibilidad», capacidad decisoria … lemas enfáticos sobados en exceso.
Pasamos demasiadas horas en el curro como para no conocer la presencia de este léxico tan contagioso venido del mundo de los negocios. En el peor de los casos, el abuso de esta terminología denota la patria de los vendehumos.
La convivencia siempre es difícil, como repetían nuestras madres al intentar prepararnos para la vida adulta y la convivencia en el lugar de trabajo no constituye ninguna excepción. Ahí nuestro cerebro y nuestro instinto han de jugar muchas bazas, barajar todo tipo de situaciones cambiantes.
Tendremos la oportunidad de conocer a personas cuya compañía, enseñanzas y buen hacer nos pondrán en el buen rumbo; estos van a mejorar las aptitudes propias. Del mismo modo entraremos en contacto con muchos personajes complicados, aquellos que protagonizan en su entorno un marcado victimismo, ponen trabas ante cualquier situación, patalean, manipulan voluntades y señalan culpables en todas las direcciones sin incluirse nunca a sí mismos, puesto que carecen de autocrítica.
Pese a todo, será fundamental distinguir dentro del ecosistema de una empresa entre el protestón vago y el profesional experimentado y serio que a lo mejor está quejándose de algo con toda la razón, disconforme con los nuevos procedimientos de trabajo y legítimo es manifestarlo (de manera razonada, no simplemente porque uno haya visto alterado el universo seguro de sus rutinas).
Toda transformación va a desestabilizarnos, hemos de tener asumido que las reglas cambian y los procesos no dejarán de evolucionar. Toca superar ese estrés y adaptarse con rapidez.
Lo malo es cuando no se admite la disidencia, algo que en los últimos años viene siendo una tendencia creciente en nuestra sociedad de consumo. Ahora la clave para optar a un puesto de trabajo o conseguir un ascenso no parece residir tanto en la demostración práctica de conocimientos, competencia y experiencia como en la proyección de una actitud positiva y un compromiso ciego con las consignas marcadas desde arriba.
Si observas que de una reunión salen todos eufóricos y en optimista sintonía, o no se han enterado de nada o acaba de formarse otra tribu de lameculos. A partir de entonces cuidado con lo que dices y a quién, porque pueden tildarte de elemento tóxico.
¿Quién decide quién es una persona tóxica?
Porque si no es cierto estamos fomentando un tipo de marginación hacia personas con baja autoestima o que simplemente atraviesan un difícil trance en su vida y no tienen ni la energía ni la motivación suficientes para subirse al carro.
Si hacemos a las personas responsables únicas de sentirse bien bajo la amenaza de tildarlas de tóxicas, lo único que conseguimos es ocultar las verdaderas causas del malestar psicológico y laboral sin realizar esfuerzo alguno por entender qué ocurre.
Es un error promocionar la autoestima, la iniciativa y la prosecución del éxito sin considerar el contexto en el que han de desarrollarse. No sirve de nada lanzar arengas motivacionales si no se han trabajado habilidades de base o no existe un contexto adecuado, eso acabará tarde o temprano entrando en conflicto con la realidad, que suele ser tozuda.
Quiero hacer hincapié en que el verdadero y grave problema radica en que en el centro de trabajo nos hacen vivir más preocupados de la promoción de la marca que de la calidad del producto. Y en un escenario como el que describo, donde todos aplauden temerosos, complacidos o complacientes, ¿quién va entonces a señalar los puntos débiles de un producto, de un proyecto cuando hace aguas?
El pensamiento positivo no va a ser la respuesta a todos nuestros problemas y mal empleado, su conglomerado de tesis y técnicas puede degenerar en un pastiche envuelto en tópicos con una eficacia muy limitada.
¿Es una persona responsable única de sus males?
Glorificar el individualismo acusando a quienes no triunfan de su precariedad o pobreza, culpar a los infelices de su propia infelicidad, animar al resto a alejarse de influencia tan perniciosa… todo esto conforma el argumento, particularmente perverso, de culpabilizar a una persona de todo lo que le sucede.
El sufrimiento no es una cuestión de actitud sino que está fundamentado en la historia personal del individuo y difícilmente va desaparecer sin cambiar las circunstancias que lo sustentan.
Tener dudas no significa ser pesimista, además, cada individuo es único y como tal necesita diferentes dosis de optimismo o pesimismo. Sentirse mal es real, comprensible y necesario, de hecho unos niveles de miedo o de ansiedad adecuados nos protegen del riesgo de cometer actos inconscientes.
Sin duda emprender la vida con actitud positiva y afrontar activamente los problemas ayuda a gestionar emociones de forma correcta y proporciona una sana autoestima, sin que eso tenga que ver con que el universo vaya a moverse a tu favor. El pensamiento no es tan controlable como creemos. ¿Qué pasa si un día, por lo que sea, no conseguimos ser positivos? ¿La hemos cagado y ya nos sentiremos irremediablemente culpables y obsesionados con ello?
En realidad la idea de programar nuestra mente constituye más que nada una ilusión. El pensamiento es un productor arbitrario de información: nuestra mente no puede decidir qué atraer y qué no.
Por suerte o por desgracia nuestro pensamiento es una herramienta con miles de años de evolución que está ahí para ayudar a interpretar el mundo que nos rodea e intenta dar solución a los problemas que van surgiendo. Simplemente eso.
Para saber más acerca de este tema no dejes de leer Peligros y falsedades del pensamiento positivo, del blog colaborativo sobre psicología Rasgo Latente.