El peor viaje del mundo

Esto de tener a mano un libro de viajes para sentirse mí­nimamente a gusto empieza a parecer una adicción. Digo yo que será el contrapunto necesario para quien no viaja en absoluto, ya se sabe: «Hombre sedentario, vida mental errante».

El Terra Nova en la expedición británica a la Antártida (1910-1913)

En la siempre seductora literatura de viajes vale como telón de fondo cualquier escenario de este hermoso planeta con tal de que se haya escrito bien, con amenidad y sentimiento, por tanto el rincón o hábitat objeto de una de estas historias probablemente sea lo de menos.

Habrá quien prefiera evocar las olas y el aroma salado de la alta mar mientras pasa las páginas, quien prefiera la aventura en un sentido cinematográfico, con sus héroes y villanos, quienes opten por entregarse a las reseñas antropológicas y al costumbrismo o aquellos que se sienten más a gusto con los matices exóticos de lejanas latitudes… Todo eso es igual de válido para el tele-transporte.

A mi me seducen de un modo especial las expediciones que fueron en su dí­a pioneras, incluso aquellas que hoy nos parezcan extravagancias sin aparente utilidad, desempeñadas por hombres -estoy convencido de que estaban hechos de otra pasta- que llegaron a donde nunca antes se habí­a hecho, demostrando una fortaleza y fe difí­cilmente superables.

En esa lí­nea quiero hablar de la exploración polar como conjunto de aventuras fascinantes y experiencias de las más crueles y solitarias que cabe imaginar. ¿Qué tendrán los hombrecillos para jugársela en las zonas más inhóspitas de la tierra?.

Antecedentes

A finales del siglo XIX y principios del XX los polos, esos puntos imaginarios del eje sobre los que la Tierra gira desde hace miles de millones de años, representaban una porción virgen, la última que todaví­a no habí­a sido pisada ni vista por persona alguna. Sólo un pequeño grupo de aventureros excepcionales podí­an adentrarse en el reino del hielo y las tormentas para desvelar los misterios finales del planeta. Ninguno de los protagonistas consiguió grandes ventajas materiales con ello y sí­ en cambio una especie de «nostalgia del hielo» posteriormente.

Los polos son lugares inhospitalarios para el ser humano y la vida prolongada allí­, sencilla y prácticamente imposible. Su conquista simboliza la última aventura geográfica y viene cargada además de historia, de sacrificio y de valores humanos supremos.

Todas estas expediciones fueron protagonizadas por hombres desconocidos, duros, sencillos. Héroes anónimos, esforzados y leales hasta el final.

Las epopeyas de los ingleses al mando del capitán Scott y de Ernest Shackleton son ejemplo de la lucha titánica del ser humano contra los elementos extremos y contrastan con la eficacia premiada con el éxito en la conquista del Polo Sur por parte de los noruegos con Amundsen a la cabeza.

Los británicos llegaron después y en tal sentido fracasaron, pero los magní­ficos testimonios que nos legaron dejan la prueba palpable de que detrás de aquella empresa habí­a personas con dudas e incertidumbres, personas que aún cometiendo errores avanzaban con valentí­a. Eso los hace más grandes y más cercanos a nosotros.

Para Cherry-Garrard, del grupo de Robert Scott en su segunda expedición a la Antártida, la atracción por las inmensidades blancas y sus horizontes infinitos se debe a que allí­:

«Todo es bello, salvaje y libre; y la belleza es inconcebible, pues es infinita y atraviesa la eternidad».

Precisamente en el libro de Cherry-Garrard se hace un repaso a los antecedentes de la exploración antártica, donde habrí­a que empezar por el explorador noruego Fridtjof Nansen quien trazó el camino al otro lado del globo unos años antes.

Nansen en 1915

Esa expedición desarrollada entre 1893-1896 consiguió tres invernadas en el Ártico y aunque no coronó el Polo Norte fue la que alcanzó el punto más septentrional hasta entonces. Sus miembros regresaron a salvo y fueron descubiertos muchos aspectos sobre las aguas frí­as, sus corrientes y la formación de los hielos.

Cientí­fico, diplomático y premio Nobel de la Paz en 1922, Nansen está considerado como una de las más grandes personalidades de la historia de Noruega. Para saber más sobre él puede consultarse la siguiente página.

La edad heroica de las exploraciones polares

En Agosto de 1901 comienza la «Edad Heroica» cuando el capitán Scott parte hacia la Antártida con el objetivo de llegar al Polo Sur, algo que nadie habí­a logrado hasta la fecha. Le acompañaban Edward Wilson y Ernest Shackleton.

Se enfrentaban a un desafí­o excepcional, un duro viaje de ida y vuelta de más de 2.500 Km. en trineo a través de lugares enteramente desconocidos que no figuraban todavía en los mapas.

Después de inmensas dificultades y sufrimiento, a casi 1.200 Km del Polo aceptaron que su situación era desesperada y decidieron retroceder. La expedición había fracasado pero estableció el modelo de heroicos sufrimientos que caracterizarí­a las siguientes exploraciones británicas.

Apsley Cherry-Garrad

Hijo de general y perteneciente a una antigua y acomodada familia, Cherry-Garrad fue con 25 años uno de los miembros más jóvenes de la expedición Terra Nova de 1910-1913, la segunda y última expedición de Scott a la Antártida.

En septiembre de 1907 el Doctor Wilson se reunió con el Capitán Scott en la casa de Reginald Smith’s en Cortachy para discutir acerca de una nueva expedición a la Antártida. El joven Cherry-Garrard, primo de Smith’s, estaba de visita en el lugar y decidió inscribirse como voluntario para la expedición.

Algunos de los miembros de esa aventura bromearon acerca de la incorporación a última hora del joven Apsley. En aquel grupo de rudos marinos y cientí­ficos, ¿qué pintaba un licenciado en Clásicas por Oxford? Pues bien, como se vería más tarde, trabajó como el que más, se ofreció en todo momento e iba a encargarse, diez años después de la tragedia, de inmortalizar aquella gesta en una obra maestra de la literatura de viajes: The Worst Journey in the World, título que en 2001 la revista National Geographic Adventure nombró como el «mejor libro de aventuras de todos los tiempos».

El peor viaje del mundo es un hermoso canto al sacrificio en nombre de la ciencia, un canto a la amistad y una dura crí­tica a la nación inglesa, esa «nación de tenderos» como la calificó el autor, que suele despreciar toda empresa que no reporte prontos beneficios económicos.

El asalto al Polo Sur

En octubre de 1910, mientras preparaba la expedición, Scott supo que el explorador noruego Roald Amundsen se habí­a desviado de un proyectado viaje al Ártico y se dirigí­a hacia el Polo Sur decidido a llegar el primero.

Mapa antártico del Mar y Barrera de Ross. En verde, la ruta de Scott. En rojo, el camino de Amundsen.

Ambas expediciones emprendieron la marcha en octubre de 1911, la de Scott partiendo desde el Cabo Evans y la de Amundsen desde la Bahí­a de Whales.

Debido a diversos problemas de transporte con el uso de los pequeños caballos, trineos de motor que no funcionaron y perros que no sabí­an guiar, el grupo inglés avanzó de forma muy lenta y con el tradicional drama de hambre y sufrimientos. Cuando el 16 de enero de 1912 Scott y sus 4 hombres llegaban al Polo Sur vieron con tristeza las huellas y la bandera de la expedición de Amundsen. Derrotados, emprendieron el regreso a la base haciendo un esfuerzo desesperado. No lo lograron.

La victoria de los noruegos al coronar el polo Sur se basó en una correcta evaluación de los problemas a los que tuvieron que hacer frente y a una planificación rigurosa. Su jefe, Amundsen, poseí­a gran experiencia, era decidido y sus decisiones mostraron ser las acertadas.

La suerte corrida por Scott y sus compañeros fue por desgracia muy diferente. Los ingleses pagarí­an las consecuencias del encadenamiento de una serie de decisiones equivocadas. Scott y Amundsen eran dos tipos muy diferentes, dos lí­deres distintos. El uno frí­o y metódico, el otro inseguro y sensible.

Roald Amundsen y sus compañeros junto a la bandera noruega que clavaron en el Polo Sur al llegar el 16 de diciembre de 1911

Al contrario que Amundsen, quien sacrificó algunos de sus perros groenlandeses para reserva de carne, Scott detestaba la idea de hacer lo mismo. Además los tres trineos con motor pronto se averiaron y los ponies cargaban pesados sacos con avena para su alimentación, se hundí­an en la nieve y al transpirar por todo el cuerpo su piel se congelaba. Scott tuvo que acabar ordenando su sacrifico.

Sin animales, la expedición hubo de continuar a pie cargando con el pesado equipo pero no llevaban alimentos suficientes para compensar las calorí­as que gastaban realizando un esfuerzo tan exigente: se irí­an desgastando poco a poco y morirí­an de hambre, de agotamiento, por el escorbuto, congelados…

El equipo de Scott en el Polo Sur, 18 de enero de 1912. De izquierda a derecha, de pie: Oates, Scott y Wilson. Sentados: Bowers y Evans

El hombre que prescindió de sus gafas para encontrar unos huevos

No olvidemos un aspecto importante. Wilson, lugarteniente de Scott, era médico, naturalista y ornitólogo y perseguí­a una finalidad cientí­fica en todo lo que hací­a. La prueba más fehaciente es el durí­simo viaje de invierno que realizó con dos compañeros (Apsley y Bowers) para recoger unas muestras de huevos de pingüino.

Aquel viaje insólito en la historia de la exploración de las regiones polares mereció el poco honroso tí­tulo de «el peor viaje del mundo» y dio lugar al que está considerado como el mejor libro de literatura polar de todos los tiempos, escrito por Apsley Cherry-Garrard. Un verdadero tesoro para cualquier amante de los viajes y la historia. Es el libro que tengo estos dí­as entre manos.

Con Wilson y Bowers, Cherry realizó el viaje al Cabo Crozier en julio de 1911, durante el invierno austral, para recoger huevos del pingüino Emperador y estudiarlos en su estado embrionario por la creencia de que el gran pingüino era el ave más primitiva que existí­a. Aunque los documentales nos muestren hoy de manera cotidiana animales como éste, en aquellos años su reproducción era aún un misterio y el doctor Wilson ardí­a en deseos de hacerse con unos huevos para que pudieran ser estudiados.

Lo más cruel es que después de tanta penalidad la burocracia inglesa apenas prestarí­a atención a los dichosos huevos.

Wilson, Bowers y Cherry-Garrard en el Cabo Crozier, Agosto de 1911

En la oscuridad casi total y con una temperatura de entre -30°C y -60°C, Cherry y sus compañeros arrastraron su trineo casi 100 kilómetros desde la cabaña en el cabo Evans en medio de indecibles sufrimientos. Una noche la ventisca arrastró la lona que cubrí­a la base provisional, con lo que no tuvieron otra opción que dormir sin techo, en sacos hechos jirones. Por fortuna recuperaron la lona, recogieron tres huevos y lograron regresar desnutridos, extenuados y al borde de la congelación. Cherry se refirió a esta peripecia como el «el peor viaje del mundo» y así­ decidió titular el libro.

El material para ello procede de las anotaciones de Scott y de los diarios de otros compañeros pero sobre todo de su propia vivencia personal y las notas que iba tomando en la penumbra austral, con los dedos agarrotados y sin sus queridas gafas (Apsley era miope pero no pudo llevar las gafas a causa de tan bajas temperaturas).

Ofrece escenas escalofriantes, en un relato memorable de fuerza y narrativa. Cherry-Garrard confesó que llegó a tal grado de sufrimiento que «en el fondo me daba igual morir».

Soñando con melocotones en almí­bar

Curioso lo que narra el autor acerca del desarrollo del sueño en aquellas regiones y en tales condiciones. Extraigo el siguiente fragmento del libro:

«No cabe duda de que cuanto más horribles eran las condiciones en que dormí­amos, más tranquilizadores y maravillosos eran los sueños que nos visitaban. Algunos dormimos en medio de un infierno de oscuridad, vientos huracanados y nieve arremolinada, sin un techo sobre nuestra cabeza, sin una tienda que nos facilitara el camino de regreso, sin la menor posibilidad de volver a ver a nuestros amigos y sin comida que llevarnos a la boca. Lo único que tení­amos era la nieve que se nos metí­a en los sacos de dormir, que podí­amos beber dí­a tras dí­a y noche tras noche.

No sólo dormimos profundamente la mayor parte de aquellos dí­as y noches, sino que lo hicimos con una especie de placentera insensibilidad. Querí­amos algo dulce para comer, preferiblemente melocotones en almí­bar. Pues bien, ésa es la clase de sueño que la Antártida le ofrece a uno en el peor de los casos o cuando falta poco para ello. Si realmente ocurre lo peor (o lo mejor) y la Muerte se le aparece a uno en la nieve, vendrá disfrazada de Sueño y uno la recibirá como a un buen amigo más que como a un terrible enemigo.. Tal es el trato que dispensa cuando uno llega al lí­mite del peligro y la privación».

Robert Scott escribiendo en la cabaña base

Los últimos pasos de Scott

Tras el asalto fallido al Polo Sur, frustrado por llegar los segundos -no por no haber llegado- el camino de regreso sería definitivamente trágico.

El primer miembro que murió fue Evans, que se encontraba herido tras una caí­da. Poco después Oates, quien habí­a perdido la movilidad de un pie por la congelación, lo que obligó a sus compañeros a llevarlo a cuestas. Oates pidió a sus compañeros que lo abandonasen pero ellos se negaron rotundamente. Comprendiendo que era una carga para los demás, abandonó la tienda en medio de una terrible ventisca y a -43º C. pronunciando una célebre frase que lo convertirí­a en héroe nacional: «Sólo voy a salir un rato». Nunca regresó. Ese dí­a cumplí­a 32 años.

A Bowers, Wilson y Scott los encontraron muertos en sus sacos de dormir de la tienda semi-enterrada por la nieve. Cherry-Garrad formó parte del grupo de búsqueda que más tarde halló los cadáveres.

Consciente de su suerte y la de su gente, Scott escribió una carta al pueblo de Inglaterra explicando el porqué de su fracaso. Termina así­:

«Me gustarí­a tener una historia que contar sobre la resistencia, fortaleza y valor de mis compañeros que removerí­a el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, contarán la historia…»

Puede decirse que Scott y los suyos se las ingeniaron para desplazarse por un continente nuevo y supieron además transmitir al mundo todo lo que averiguaron. Fueron los últimos grandes exploradores geográficos y tal vez Cherry-Garrard el último de los que han escrito sobre semejante mundo, un viaje de locura en la noche polar, con el aliento y el sudor transformados en hielo en el acto.

La muerte de Scott y sus hombres quedó documentada por las metódicas anotaciones y cartas halladas con ellos. Su redacción no abandona en ningún momento las formas de la exquisita educación de quienes las escribieron. Ahí­ queda la escala humana de sus protagonistas.

Sobre una colina en el estrecho de McMurdo, los expedicionarios levantaron una cruz de madera de diez metros en memoria de su compañeros malogrados, con la inscripción del último verso del Ulysses de Tennyson:

«Luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás».

Con el Polo Sur conquistado, Shackleton se propuso en 1914 ser el primero en hacer una travesí­a completa a la Antártida. Antes de llegar al punto de partida, el Endurance, su barco con 27 tripulantes, quedó atrapado en los hielos.

Un libro y una pelí­cula narran la terrible experiencia que vivieron durante veinte meses. Dejaremos para otro dí­a las desventuras de Shackleton.

freezeframe: 20.000 fotos históricas de expediciones polares
Instituto Scott Imágenes del Scott Polar Research Institute
Cool Antarctica: Información, historia e imágenes de la Antártida

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