El expolio de los sueños. Fin de la clase media
Alguien nos ve como estatuas de sal. Fijaros: la Secretaria General de empleo ha dicho que la cifra de paro actual está en línea con las previsiones del Ejecutivo, que el incremento se ha producido «a ritmos inferiores al año anterior».
Sin que se les caiga la cara de vergüenza, aseguran que en septiembre del año pasado el desempleo subió en 95.367 personas y que en este septiembre «sólo» han sido 80.000. De verdad que no pienso analizar ni comentar esos datos ni ese insulto a la inteligencia, prefiero entrar en lo que significa que la clase media se esté evaporando poco a poco y qué quiere decir todo ello en un contexto mucho más global.
De momento el mayor exponente de nuestro drama doméstico, el paro, sigue sin afectar a la clase media en términos generales. Seguimos con un perfil de parado que pertenece en su mayoría a los sectores más débiles.
Sin embargo estamos en la sala de espera de una nueva dinámica. De momento el riesgo de perder el empleo está entre los que tienen contratos temporales.
El ajuste de plantilla de la mayoría de empresas se ha llevado a cabo a partir de la no renovación. Ese acomodo del sistema laboral en un nuevo paradigma que afecta a los jóvenes de un modo insultante.
De momento una clase media aparentemente robusta aguanta e incluso se da algún capricho, pues su poder adquisitivo ha aumentado gracias a la deflación. Pero el futuro inmediato no tiene previsto mantener esta situación. El estrechamiento de las diferencias será cada vez mayor, hasta el punto que en menos de dos meses el margen para ajustar las pérdidas de las empresas despidiendo los trabajadores menos caros en términos de costes por rescisión se habrá esfumado.
La clase media es el principal sustento de la Hacienda pública y es el garante del Estado de bienestar. Los países dejan de ser pobres no por el puesto que ocupan sus millonarios en el ranking de los más ricos, sino por la extensión de su clase media. Pero parece que la clase media está en franca decadencia. Su destrucción no será algo instantáneo sino prolongado en el tiempo.
Probablemente no habrá modo alguno de evitarlo y la nueva clase dominante que la sustituya será un estrato social inferior económicamente pero con mayor capacidad de adaptación a tiempos difíciles.
Seguramente serán esos que ganan menos de 1000 euros. Jóvenes universitarios recién licenciados aceptando bajos salarios para hacerse con experiencia laboral. A esa clase se han unido obreros cualificados, parados de larga duración, inmigrantes, empleados, cuarentones expulsados del mercado laboral y hasta prejubilados. Unos catorce millones de personas sólo en España.
El sueldo medio en España en 2006 era de 19.680 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de 19.802 euros. Es decir, que en el periodo de mayor bonanza de la economía española los sueldos cayeron si se tiene en cuenta la inflación. Curiosamente las decisiones políticas que el gobierno español ha preparado para luchar contra un déficit que ellos han creado giran en torno a la destrucción de esa clase media.
Bien analizado veremos que los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del color del gobierno en los últimos años y que la riqueza creada ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital.
Que la clase media tiene los días contados es una opinión personal que cada vez veo con mayor claridad. Toda una generación perdida y un montón de gente anestesiada frente al expolio de sus sueños. Está gestándose un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo y en el otro un tumulto social sin clase donde se confunden las antiguas clases media y baja, con una capacidad de consumo cada vez más limitada y cuyo patrón girará alrededor de los servicios y artículos low cost. Una clase social satisfecha por comer en McDonals, viajar con EasyJet y montarse sus muebles de Ikea.
Lo malo de esto es que la sociedad que surge es menos estable, sin valores, oportunista y sin proyectos.
España será candidata a ser la campeona de esa ex clase media pero otros países la están fabricando. En Alemania la clase media ha pasado de representar el 62% al 54%, y se estima que para 2020 estará muy por debajo del 50%. En Francia los babylosers están parados a niveles del 30%.
Lo grave es lo acomodados que se muestran, lo conformistas que resultan. La generación de Mayo del 68 que tiraban adoquines y contaban entonces con 30 años o menos sólo ganaban un 14% menos que sus compañeros de 50 años; ahora, la diferencia es del 40%. Del resto de países, incluidos los EUA mejor no hablamos de momento. De esta quema sólo se libra Brasil que fabrica clase media a una velocidad inédita en el planeta y China que sigue preparando una clase superior de la que emanará su propia clase consumista.
A medida que los resultados del paro son los que son, da igual si desde la administración se falsean los datos, si la oposición no se da cuenta o si la prensa lo traduce. La verdad es que los pobres limpios, como se denomina a los que han descendido desde la clase media, comienzan a saturar los servicios sociales en España. Las peticiones de ayuda en Cáritas han aumentado un 40%, y el perfil social del demandante cambia: padre de familia, varón, en paro, 40 años, con hipoteca, que vive al día y que ha agotado las prestaciones familiares.
La desigualdad crece y el modelo de protección social que hemos conocido tiende reducirse. En España hay un dato que debería asustar a la clase media de verdad. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón y medio. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar está ya en máximos inéditos. Además si en tiempos de bonanza no disminuyó la desigualdad, cabe contemplar con certeza su posible aumento en un periodo de recesión.
Por primera vez desde la II Guerra Mundial, las nuevas generaciones vivirán peor que la de sus padres. La aparente mejora para la juventud en viajes, estudios y medios es una sensación de riqueza ilusoria que surge de un modelo de parasitismo familiar.
El número de jóvenes españoles que dispone de una independencia económica plena disminuyó desde el 24% en 2004 al 21% en 2008 y el proceso es general en toda Europa. Cuando esos maduros estudiantes se incorporan al mercado laboral les esperan contratos temporales para siempre. Son gente que pueden entrar en el mercado laboral a los 33 años y encontrarse con un ERE a los 50. ¡Menuda carrera!
El drama laboral no sólo lo sufren los jóvenes. Puede que los miles de trabajadores que están perdiendo su empleo vuelvan al mercado laboral cuando la crisis escampe, pero no con las mismas condiciones. Todo lo que aprendieron a hacer trabajando en los últimos años les valdrá de poco o nada. Por tanto, no es de esperar que sus salarios sean muy altos cuando encuentren nuevos empleos.
Ser funcionario se ha convertido en el sueño laboral de cualquier español y puede ser el último reducto de la clase media. El único peligro es que su factura es crecientemente alta para un país en el que se desploman los ingresos por cotizaciones sociales y por impuestos ligados a la actividad y a la renta.
¿Puede permitirse España una nómina pública que consume el equivalente al 12% de la riqueza nacional en un año? La respuesta es no y el fin de la seguridad aparente del funcionariado también está a la vuelta de la esquina.
Sigo pensando que pronto se vivirán convulsiones sociales. Sin embargo nada hace pensar que pueda ser así. Aquí no se mueve ni Dios. En España ni siquiera se han convocado paros o manifestaciones. Los sindicatos no hacen nada y cuando lo hacen fracasan. Las huelgas generales convocadas por los sindicatos tradicionales en países como Francia o Italia no han tenido consecuencia alguna porque los más damnificados no se sienten representados por ellos.
Cinco millones de desempleados son hoy menos peligrosos de lo que lo eran en 1929, porque no hay una ideología política que aglutine ese malestar. Como recientemente se dijo en uno de los debates abiertos en burbuja.info:
«El mileurista ya no tiene edad. No gana ni mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela, ni tiene pensado hacerlo».