El antropólogo inocente: etnografí­a con humor

Nigel Barley es un antropólogo recién doctorado, un joven británico algo torpe que en 1978 decide emprender un viaje de investigación sin mucho entusiasmo, simplemente porque sabe que eso es lo que debe hacerse cuando uno ha estudiado en Oxford, cuna de intrépidos trotamundos y prestigiosos especialistas.

¿Adónde ir cuando todo está tan trillado en el mundo de los estudios antropológicos? Después de muchas dudas Barley acaba, se dirí­a que por casualidad, en el paí­s de los Dowayos, una atrasada y poco conocida tribu de Camerún.

Instalado en una pobre choza de barro investigó durante cerca de dos años las costumbres y creencias de los lugareños de tan remoto rincón, escenario para él de todo tipo de penalidades, equí­vocos y hasta situaciones surrealistas.

El fruto de su trabajo de campo fue El antropólogo inocente, una propuesta alejada de los aburridas investigaciones antropológicas al uso.

Nigel Barley

De entrada el autor discrepaba de los métodos tradicionales y académicos de sus colegas y por ello (entre otras cosas) el resultado escrito fue muy distinto. Serí­a algún tiempo después cuando el Museo Británico lo publicó casi como una curiosidad y pronto se convertirí­a en un éxito de ventas.

«El antropólogo inocente» es una muy entretenida visita a un mundo diametralmente opuesto al nuestro, un mundo todaví­a no tocado por la «civilización». Y la novela, contada en primera persona con cierta inocencia y mucho sentido del humor, rebosa ironía del autor para consigo mismo y un magnífico sentido del absurdo.

Los personajes del paí­s dowayo lo son de verdad, es decir, resultan imprevisibles y disparatados, cumpliendo una vez más la máxima de que el carácter africano con frecuencia resulta para los occidentales escurridizo e inexplicable. Este choque de mundos preside la dura aclimatación del autor a la vida de la tribu.

A lo largo de la narración se combinan los descubrimientos cientí­ficos con los apuros del propio Barley por subsistir sin apenas medios, desquiciado por las trampas de la infernal burocracia camerunesa, intentado hacerse entender en una lengua compleja y con unos habitantes incapaces de comprender qué hací­a un blanco por allí­.

Sobre la complejidad de esa lengua dan idea las siguientes anécdotas:

«Los dowayos no tuvieron nunca conciencia de las dificultades que su idioma planteaba a un etnógrafo europeo. Se trata de una lengua tonal, es decir, que el tono en que se pronuncia una palabra altera su significado. Muchas lenguas africanas tienen dos tonos; los dowayos emplean cuatro. Además un tono puede muy bien verse afectado por los de las palabras contiguas. Cuando me encontraba con un dowayo lo saludaba: «¿Está el cielo despejado para ti?». «El cielo está despejado para mi». Una variación de tono convierte la partí­cula interrogativa en la palabra más malsonante del idioma, algo parecido a «coño». Así­ pues, solí­a yo desconcertar y divertir a los dowayos saludándolos de este modo: «¿Está el cielo despejado para ti, coño?».

En otra ocasión Barley cuenta:

«Yo tení­a prisa por marcharme porque habí­a comprado un poco de carne por primera vez en un mes y la habí­a dejado al cuidado de mi ayudante. Me levanté y le estreché la mano cortésmente. «Discúlpeme -dije-, tengo que guisar un poco de carne.» Al menos es lo que pretendí­a decir, pero debido a un error de tono declaré ante una perpleja audiencia: «Discúlpeme, tengo que copular con el herrero.»

Luego de ejercer como viajero un poco a su pesar y tras la dura experiencia en el continente negro, Nigel Barley regresa a su paí­s (incluido un rocambolesco paso por Italia) para constatar que todo sigue igual y sentir que ha despertado en él una extraña añoranza por el paí­s dowayo que lo impulsará a volver tiempo después.

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