Cuento de las pasiones y las virtudes

Esta pequeña historia en forma de cuento clásico al parecer es algo que Ismael Serrano suele regalar al público que asiste a sus conciertos.

Cuento de las pasiones y de las virtudes

Antes de que este planeta estuviese habitado por los hombres viví­an en él pasiones y virtudes. Toda una eternidad durante la cual se aburrí­an de lo lindo, así­ que cada dí­a trataban de inventar un juego nuevo al que jugar para que se hiciese mas llevadera tan larga, larga, larga, larga existencia.

Un dí­a la Imaginación propuso jugar al escondite, lo que a todos pareció bien, pero claro, ¿quién contaría?

La primera en levantar la mano fue la Locura «Yo, yo, yo cuento». La locura se dio la vuelta, volvió la cara contra la corteza del árbol y empezó: «1, 7, 2, 55, 88, 13», y uno a uno se fueron escondiendo todas y todos, excepto uno, que tardaba en encontrar el lugar apropiado: ese era el Amor, que ya sabéis lo indeciso que es. La locura terminó con su cuenta «55, 6, 399 y 100, voy» y se dio la vuelta.

El Amor se habí­a metido de un salto en un matorral de zarzas y allí­ se quedó con la esperanza de que no lo vieran. A quien primero se encontró la locura tumbada muy cerca fue a la Pereza, y tampoco fue difí­cil localizar a la Imaginación, arriba entre las nubes.

Así­ uno a uno los fue encontrando a todos. Al poco rato faltaba solamente uno por encontrar: el amor -como ya sabéis, el amor es bastante difí­cil de encontrar-.

El juego se iba haciendo pesado, así­ que la locura comenzó a impacientarse: «Amor sal ya, que se hace tarde».

Pero el amor, que como ya sabéis es muy indeciso y no solamente tarda en ser encontrado sino que le cuesta salir a la luz, permanecí­a asustado y no salí­a.

La Envidia, preocupada siempre más por los demás que por sí­ misma, se acercó al oí­do de la locura y le dijo: «El amor está oculto en esas zarzas».

La locura gritaba: «Amor sal de una vez, se nos hace tarde». Y trató de meter la mano entre las zarzas para sacar al amor con tan mala fortuna que se pinchó con una espina (como sabréis, hacer salir al amor es doloroso).

Entonces agarró una vara que habí­a junto a las zarzas, la introdujo en el matorral y empezó a agitarla entre las ramas. De repente sonó un grito: de entre las ramas de las zarzas salió el amor con las cuencas de los ojos ensangrentadas. Al agitar la vara, la locura le habí­a sacado los ojos al amor dejándolo ciego para siempre. Todos se quedaron muy callados mirando al amor con las cuencas vací­as, sin saber qué decir. Quizá aquella fue la única ocasión en la que la locura hablo con un poquito de cordura, porque dijo:

«No os preocupéis, desde ahora yo seré sus ojos».

Y es por eso que desde entonces el amor es ciego y la locura son sus ojos.

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