Cuando los caballeros recogían piedras y extraños huesos
En 1807 acordaron trece caballeros respetables ingleses fundar la Geological Society of London, la sociedad geológica más antigua del mundo. Se reunían una vez al mes para intercambiar ideas sobre cuestiones de Geología, estudiar los minerales de la Tierra y, cómo no, para cenar guapamente y tomar unas copitas de Madeira. Diez años más tarde el número de miembros pasaba de 400. Todos ellos, por supuesto, distinguidos caballeros.
Además los miembros pasaban el verano haciendo trabajos de campo. La mayoría de ellos no tenía un particular interés académico por los minerales; es sólo que disponían de dinero y tiempo libre suficientes… y que la Geología estaba de moda.
Sí, aunque parezca extraño, la Geología conmocionó al S. XIX como no lo había hecho antes ninguna ciencia (también la Paleontología tuvo gran impulso).
Por ejemplo en 1839, cuando Roderick Murchison publicó The Silurian System (El sistema silúrico), un voluminoso estudio sobre un la grauvaca, un tipo de roca que resulta de la disgregación del granito, fue un éxito de ventas instantáneo: se agotaron enseguida 4 ediciones a pesar de que costaba la friolera de ocho guineas el ejemplar y de que ni Dios lo entendía.
Cuando el gran pionero de la Geología moderna Charles Lyell dio un ciclo de conferencias por EEUU en 1841, consiguió audiencias de 3.000 personas sólo para oír excitantes descripciones de zeolitas marinas y perturbaciones sísmicas en la Campania.
En distintos medios intelectuales del mundo y especialmente en Inglaterra, los señores cultos salían al campo a recolectar piedras o huesos de animales extinguidos. Se lo tomaban muy en serio y además socialmente estaba bien considerado verlos salir por rutas campestres vestidos con chistera y traje oscuro (más aún, el reverendo William Buckland de Oxford tenía por costumbre hacer su trabajo de campo ataviado con toga académica).
Mención aparte merece el doctor James Parkinson cirujano, sociólogo y paleontólogo y otro de los fundadores de la Sociedad Geológica.
Parece que estos hombres tenían tiempo y energías para todo. De hecho el tal Parkinson fue también un socialista precoz que había estado implicado en 1794 en una conspiración algo lunática bautizada como «el complot de la pistola de juguete», cuyo propósito era disparar al rey Jorge III un dardo envenenado cuando estuviese en el palco del teatro y provocar así la caída del gobierno. Tuvo mucha suerte de salir indemne, ya que después de comparecer ante las autoridades y estar a un pelo de acabar con sus huesos deportado a Australia, terminó libre de cargos y el caso rápidamente se olvidó.
Hay muchas más anécdotas del doctor Parkinson, por ejemplo que en 1785 se convirtió posiblemente en la única persona en ganar un museo de historia natural en una rifa… pero hoy lo recordamos sobre todo por sus importantes estudios de la afección denominada «parálisis agitante», conocida desde entonces como enfermedad de Parkinson.
Por su parte, Buckland, el de la toga, era primera autoridad mundial en coprolitos, o sea, heces fosilizadas y célebre por su colección de animales salvajes, algunos grandes y peligrosos a los que permitía vagar a sus anchas por su casa y jardín.
También tenía la curiosa costumbre de servir a sus invitados comidas pintorescas, cocinando cualquier especie de la creación: conejillos de indias, puerco espín, babosas marinas…, ya que encontraba virtudes en todas ellas.
Y hubieron más personajes asombrosos y singulares, como Gideon Mantell un médico rural de Sussex ferviente aficionado a la paleontología. Fue quien encontró con ayuda de su mujer el primer diente de una antigua estirpe de seres: los dinosaurios y llegó a reunir la más amplia colección de fósiles de Inglaterra.
Pero descuidó con el tiempo la práctica médica y su desmedido afán coleccionista se comió gran parte de sus ingresos.
También le fue mal la publicación de sus estudios y, angustiado por su situación, ideó convertir su casa en un museo y cobrar entrada pero acabó dejando que la gente entrase gratis. Obligado a vender la mayor parte de sus tesoros para saldar deudas, su esposa lo abandonó llevándose a sus cuatro hijos y poco después al caerse de un carruaje quedó lisiado y con dolores crónicos. En 1852 se quitó la vida.
Sir Richard Owen (1804-1992), anatomista y paleontólogo, solía robar órganos y distintas partes de cadáveres.
En cierta ocasión, llevando a cuestas un saco que contenía la cabeza de un marinero africano, resbaló en la calle y la cabeza se coló rodando por la puerta abierta de una casa. Difícil imaginar el susto que se llevaron los de dentro.
Owen se convirtió en un gran especialista en animales vivos y extintos. Fue él quien acuñó el término dinosaurios. Tenía un carácter frío y ambicioso -Darwin lo detestó siempre por ello- y no dudó en manipular información para desprestigiar a sus colegas y encumbrarse él. El pobre Mantell fue uno de los perjudicados. Owen lo ninguneó en numerosas ocasiones.
No eran, después de todo, tan caballeros …
Fuente: Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson