Como «no» debe utilizarse un procesador de textos
Estamos en el año 2020 y llevo usando ordenadores desde que mis padres me compraron un ZX-Spectrum 48K allá por 1985. La informática profesional me ha dado de comer desde 1995, por tanto se puede decir que tengo cierta experiencia.
Dentro de los muchos programas informáticos que usé, uso y usaré están los procesadores de texto. Por mis manos pasaron los primeros MS-DOS (WordPerfect y WordStar) y posteriormente y con la llegada de Windows también utilicé el omnipresente Microsoft Word.
Desde hará unos cuatro años, ya prácticamente solo uso el Writer de LibreOffice.
Así que con la experiencia que me dan los años puedo afirmar una cosa rotundamente: los procesadores de textos son los programas más sobrevalorados, sobredimensionados, pesados y absurdos que existen en el mundo del software.
¿Y por qué afirmo esto?
Pues porque un procesador de textos solo debería hacer lo que su nombre indica: procesar los textos.
Es decir, ser una especie de máquina de escribir electrónica pero brindando ciertas ventajas que sus homólogos mecánicos no pueden hacer. A saber: corrección ortográfica y gramatical y diccionario de sinónimos y antónimos.
Explicación
Hoy en día un procesador de textos intenta usurpar un terreno que no es el suyo: la maquetación y el diseño. Y lo hace muy pero que muy mal. La prueba la tiene cualquier persona que haya intentado escribir un documento serio en un procesador de textos, un informe de más de treinta páginas, una tesis doctoral, un libro, etc.
En tales casos las cajas de texto se descolocan, los indices funcionan mal, los formatos de texto y tipografías son caóticos, se presentan problemas con los márgenes, las sangrías… y con las imágenes ni te cuento. Y esto pasa absolutamente en todos los procesadores de textos existentes.
Ello simplemente se debe a que los fabricantes han encontrado un «chollo» en aquellas personas que usan este tipo de programas y van metiendo cada vez más y más funcionalidades en unos programas que hace muchos años llegaron al cenit de su desarrollo.
Para hacer un documento «serio» se necesitan dos cosas:
- Un procesador de textos: será el encargado de crear el texto y corregir los posibles problemas que surjan proporcionando las utilidades necesarias para las tareas de automatización de textos. Recomiendo el uso de LibreOffice Writer.
- Un programa de maquetación como Adobe InDesign o Scribus (este último es una alternativa free).
Entonces, ¿tengo que aprender a usar dos programas?
Sí y no, me explico.
En vez de aprender a usar las mil y una funciones avanzadas que ofrece un procesador de textos moderno, recomiendo aprender lo necesario para crear un texto en condiciones, sin faltas gramaticales u ortográficas y haciendo uso del diccionario de sinónimos y antónimos.
Todo ese trabajo que nos hemos ahorrado «no» aprendiendo las funciones avanzadas del procesador de textos, lo invertiremos en aprender a preparar nuestro documento o libro mediante software profesional de maquetación: colocación de cajas de texto con sus correspondientes imágenes, refinar el formato de texto escogiendo bien las tipografías utilizadas y trabajar con los márgenes y sangrías para obtener un buen resultado, legible, limpio y ordenado y que así puedan verlo otras personas. Hecho para perdurar, vaya.
Posteriormente podremos generar un fichero PDF y mandarlo tranquilamente a imprenta.
Obviamente en este artículo no estoy hablando de un trabajo de oficina (ofimática), de la elaboración de documentos de cinco o diez páginas en el ámbito doméstico o de algo informal. Hablo de generar documentos profesionales de cierta extensión (más de treinta páginas).