Tengo treinta y ocho años y después de trabajar durante bastante tiempo en varias empresas del sector informático como administrador de sistemas primero y como director técnico después, decidí montar una pequeña empresa con un amigo. Y digo «pequeña empresa» porque solo éramos (y somos) dos personas en la misma.
La patronal propuso anteayer un nuevo contrato de esclavitud para jóvenes, diseñado para la generación sin-sin: Sin derecho a paro, sin indemnización por despido, sin cotización a la Seguridad Social. Sin complejos, que por pedir que no quede. Al rato rectificaron y dijeron que era «sólo un ejemplo».
La verdad es que lo de los PERROFLAUTAS de Copenhague es una vergüenza. Yo ya no tengo edad para estar en primera línea de trincheras pero estar como mamarrachos lanzando consignas contra el calentamiento global o a favor del respeto de los pueblos indígenas, es estar haciéndole el juego a los cabronazos que están propiciando
O de cómo disfrutar de magníficos privilegios sí o sí. Imaginemos por un momento un escenario donde la empresa que acaba de contratar tus servicios ofrece una serie de ventajas. Ventajas que podrían resumirse en el siguiente decálogo:
Soy libre……Puedo elegir el banco que me exprima;la cadena de televisión que me embrutezca;la petrolera que me esquilme;la comida que me envenene;la red de telefonía que me time;el informador que me desinforme;y la opción política que me desilusione. Insisto: …Soy libre (Forges)
En otro momento histórico, no demasiado lejano, espectáculos como los que tuvieron lugar el pasado mes de julio, con afamados futbolistas convocando multitudes ante el anuncio de su mera presentación como nuevos jugadores de un determinado club, hubiera provocado una catarata de críticas, prácticamente todas construidas sobre el mismo argumento.
«En el mundo común de los hechos, los malos no son castigados ni los buenos recompensados. El éxito se lo llevan los fuertes y el fracaso los débiles. Eso es todo». El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde
«No quiero decir que sea contrario al mercado, ni mucho menos. Pero sí lo soy a una sociedad mercantilizada como la nuestra. Aquí se mercantilizan hasta los afectos. Estamos entrando en un periodo de barbarie, como el que se daba en los últimos años del hundimiento del Imperio Romano. Y tenemos a los bárbaros dentro.
Cuando atravesó las puertas del establecimiento una melodía electrónica reprodujo las campanadas del Big Ben. Ante él quedó un larguísimo pasillo con docenas de estanterías repletas de pequeñas cajitas de diferentes colores y tamaños.