Creo que siempre estuve indeciso respecto a la poesía: aunque me atrae mucho, a veces la detesté. Durante los años de juventud una pasión me empujó a indagar en la obra poética de distintos autores en lengua castellana y con frecuencia, tras una lectura particularmente sentida, permanecía confuso en mi rincón bajo el eco despertado
«Saborea un instante de gozo. La vida no es más que eso». Imagino a este hombre en una noche lejanísima del S. XII, sentado al aire libre bajo el parpadeo cósmico de las estrellas. El aire está intensamente perfumado por el aroma que escapa de las flores en la oscuridad. Con el mentón apoyado sobre
«Esto… espero que me concedas una novia que esté buena, buena, buena, buenísima. Por favor, ¿eh?». Es uno de los muchos mensajes que reposan en Sevilla junto a la tumba del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, al que sus admiradores piden deseos de amor como si de un genio de la lámpara se tratara.
Sabemos adónde vamos y de dónde venimos. Entre dos oscuridades, un relámpago. Y allí, en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto, una mueca más bien, iluminada por una luz de estertor.
Yo no sé lo que busco eternamente en la tierra, en el aire y en el cielo; yo no sé lo que busco; pero es algo que perdí no sé cuándo y que no encuentro, aun cuando sueñe que invisible habita en todo cuanto toco y cuanto veo, Felicidad, no he de volver a hallarte
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado, soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego, y así atizo las llamas, y salto la fogata, y apenas si
Hoy, por ejemplo, estoy más bien contento. No sé bien las razones, pero por si acaso anoto: Mi estómago funciona, mis pulmones respiran, mi sangre apresurada me empuja a crear poemas. (Solamente -¡qué pena! no sé medir mis versos).
Puede reírse el mundo con sus mandíbulas, con sus huesos, su esqueleto batiente de rabia seca y dura, con sarcasmo y aristas, puede reírse, enorme, sin verme tan siquiera. Porque estoy solo, y, solo, yo lloro, no lo entiendo.
Sin duda. Si resulta que esa mujer, además de inteligente y hermosa, es la más afamada poetisa en el Al-Andalus del siglo XI, entonces el asunto puede ser verdaderamente letal.
Poeta y flamencólogo, Ricardo Molina Tenor nació en Puente Genil (Córdoba) en 1917 y murió en 1968 en Córdoba, ciudad donde siempre vivió, entre la docencia, la creación literaria y el afán de indagar las raíces de la tierra a la que tanto amó.