Black Mirror
El verano del año pasado tuve la oportunidad de ver el estreno en España de la primera temporada de Black Mirror, una miniserie inglesa conformada por tres historias inquietantes que me causaron gran impresión. ¿De qué trata la que fuera calificada como «serie británica del momento»? En pocas palabras: del impacto que puede llegar a tener la tecnología en nuestras vidas.
Aquellos tres episodios emitidos la misma noche no tenían conexión aparente entre sí, excepto que todos ellos se ambientan en un futuro más o menos cercano en el que la tecnología y las redes sociales se han fundido imponiéndose en nuestras vidas de manera inexorable.
Había un despliegue espléndido de efectos especiales y muchos detalles en prácticamente cualquier escena. Estaba claro que era una filmación muy cuidada visualmente pero más aún destacaba el trasfondo: sociedades distópicas cuyos avances tecnológicos han llegado a tal punto que no solamente intensifican la paranoia del ser humano sino que alteran la propia conciencia y cuestionan la moralidad de nuestras acciones.
Por ejemplo, en uno de los capítulos los personajes llevan implantes que graban todo lo que ven y oyen; basta apretar en un mando a distancia para «rebobinar» la secuencia y repasar lo sucedido con todo detalle. Como se demostrará, eso no deja de plantear a los protagonistas profundos dilemas, ya que tienen la posibilidad de borrar y alterar recuerdos.
La relación entre dos personas queda condicionada por esta tecnología omnipresente capaz de sembrar muchas dudas sobre cómo y quién gestiona su control y de qué manera afectará a la privacidad. ¿Realmente querríamos poder recordar todo lo que vemos u oímos?
La serie transfiere una visión negativa de la búsqueda interminable de avances científicos y tecnológicos, de hecho la mayoría de los episodios no tienen un final feliz. A fin de cuentas el peligro de dichos avances radica en que pueden agravar los rasgos de nuestra personalidad más problemáticos. Recurriendo a la imaginación y a la sátira, Black Mirror presenta una realidad incómoda que invita a reflexionar.
La serie se nutre de un sentir colectivo basado en el malestar ante los riesgos de una evolución tecnológica acelerada e imparable y lo hace indagando en las miserias vinculadas a nuestra cada vez mayor dependencia de esa tecnología, con historias tecno-paranoicas que exploran los límites del ser humano enfrentado a esos esquemas. Al final son las relaciones humanas las que están en juego.
A mi todo esto me recuerda a alguna de las muchas visiones inquietantes de Phil K. Dick, quien siempre insistió en que la realidad percibida solo es un montaje destinado a confundirnos.
Esperando el estreno de la 2ª temporada de Black Mirror en la cadena TNT.