American Beauty

«Supongo que podría estar bastante cabreado con lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo.

A veces siento como si la contemplase toda a la vez y me abruma. Mi corazón se hincha como un globo a punto de estallar… Pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida. Seguramente no tienen ni idea de lo que les estoy hablando, pero no se preocupen… algún día la tendrán». Lester Burham en American Beauty (1999)

Poquito antes del último cambio de siglo American Beauty conseguía dejar en la gran pantalla un trago amargo de actualidad en la tradición del mejor estilo americano, esto es, contra el propio estilo americano. Una especie de fábula sobre la clase media occidental, acerca de sus aspiraciones y al mismo tiempo de sus muchas miserias.

Matrimonio acomodado con hija única, buen casoplón y toda una serie de comodidades materiales conseguidas… Todo parece encarrilado y sin embargo algo esencial falla en el escenario de barrio residencial con césped impoluto y garajes que atesoran coches relucientes.

El decorado, a poco que escarbes, revelará el fracaso generalizado de las relaciones personales.

Los demás seguramente tampoco lo han hecho mejor. No creerí­ais lo que se esconde bajo los tejados (y mejor no saberlo). La vida ordinaria de muchas personas respetables y respetadas navega por aguas revueltas de insoportable hipocresí­a y doble moral, clara evidencia de que algo apesta en nuestro tinglado.

Aquí­ es por donde entra un guión ácido, demoledor, con personajes magistralmente dibujados. Son prototipos de la sociedad en que vivimos, gente dominada por el ansia de sacar la cabeza por encima de los demás y en el fondo muy inseguros, con un carácter frustrado que parece oscilar entre la represión y la perversión.


La historia de la pelí­cula gira en torno a Lester Burnham (colosal Kevin Spacey) un hombre en plena crisis existencial de los cuarenta que percibe cómo está perdiendo el tiempo bajo el peso de los conflictos familiares y de su propia rutina.

Odia su trabajo, su mujer es una trepa egocéntrica (una también muy creí­ble Annette Bening) y tiene una hija con la que apenas sabe comunicarse.

Aplastado por la monotonía y una insatisfacción permanente, un dí­a sus sentidos se encaprichan de una amiga de su hija adolescente. Saca pecho, recupera forma fí­sica y sueña con conquistas imposibles.

En realidad es sólo el principio de un despertar que lo empuja a romper convencionalismos y redescubrir toda una serie de causas perdidas por el camino.

Una tragicomedia perturbadora con dosis de humor socarrón que plantea situaciones ácidas; una pelí­cula crí­tica con la falsedad imperante, los odios reprimidos y la infelicidad general y que busca reivindicar la belleza no atendida.

Con una narración cautivadora, poderí­o visual y buena banda sonora, American Beauty arremete contra la fragilidad de los pilares en que nos sustentamos y en particular contra la expansión de las relaciones superficiales.

Se agradece el cine que practica la reflexión mordaz para que nos veamos reflejados sin por ello imponer criterios. Y que trate temas profundos y universales en torno a la infelicidad de manera aparentemente ligera. Eso es algo que lo hace posible, entre otras cosas, la ironí­a que asoma en cada sonrisa de Spacey.

¿Tenemos lo que merecemos, una sociedad donde la proyección de la imagen es más importante que la vida misma? Si así es, se demuestra cuán desorientados andamos.

Mensaje final: dejad de fingir, malditos. Dejad de querer ser lo que no sois. No malgastéis tanto tiempo en aparentar.

Incluso una bolsa de plástico flotando al aire tiene su propia belleza. Aprendamos a valorar la hermosura de las pequeñas cosas que nos rodean. A pesar de los pesares la vida vale la pena.

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