Adiós al fotógrafo andrajoso
Según se ha comunicado, el pasado 12 de abril fallecía a los 84 años Miroslav Tichy, el fotógrafo salvaje, después de vivir durante 40 años como un anacoreta. Era uno de los grandes del arte marginal.
Tichy había alcanzado notoriedad a partir de 2005 cuando sus fotos fueron expuestas en Zurich, luego en Frankfurt y más tarde en París. En 2009 su obra pudo verse en Madrid y Palma de Mallorca bajo el título Oraciones, sueños y diosas.
Hijo único de un sastre, estudiante de Bellas Artes y aspirante a pintor, fue perseguido por el régimen de su país como tantos otros checos de su generación. A Tichy le prohibieron pintar, le encerraron en sanatorios mentales, lo encarcelaron creyéndole disidente.
Luego regresaría a su pueblo natal de la Moravia checa (Kyjob, 12.000 habitantes) donde viviría prácticamente como un indigente y, como declara en el documental Tarzán jubilado, ejerció un sólo propósito: «Ser famoso haciendo algo y haciéndolo peor que cualquier persona en el mundo».
Tichy construía a mano las cámaras con los desperdicios que iba encontrando: latas de conserva, cartones, elásticos de calzoncillos, lentes de gafas viejas… Revelaba de noche en una ampliadora también fabricada a mano y completaba las fotos con paspartús y molduras.
Ante la omnipresencia de la fotografía digital, Miroslav Tichy representa el camino opuesto. Son las suyas imágenes borrosas, rayadas o subexpuestas, impresas sobre papeles deteriorados y en ocasiones enmarcados con cartón coloreado.
El resultado es tosco y sin embargo de una belleza primitiva, extraña y seductora. Durante treinta años disparó unos cien retratos diarios a las mujeres del pueblo, siempre mujeres. En la piscina, en las calles y caminos, en los parques… Algunas veces cara a cara, pero casi siempre a escondidas.
Los niños se asustaban de sus ropas raídas y su barba asilvestrada. Pero nadie creía que hiciera fotos de verdad, sino que sólo fingía con esas cámaras estrafalarias. Sin embargo sí que funcionaban, y él quiso demostrar que era capaz de valerse por sí solo.
«Las imperfecciones forman parte de cada foto. Son su poesía y lo que le otorga cualidades pictóricas. Para eso necesitas una mala cámara».
Por supuesto lo tacharon de loco toda su vida, aunque sus vecinos en general le dejaron hacer.
Antítesis del artista occidental, creo que queda claro que Miroslav se tomaba muy en serio la fotografía y en eso fue más artista que otros muchos.
La cámara fotográfica siempre ha constituido una especie de máquina del tiempo y él lo sabía. Anteponiendo su independencia a todo, simplemente buscó hacer lo que más le interesaba: capturar el tiempo desde su pequeño rincón de un perdido pueblo centroeuropeo.