¿A qué esperamos para ser felices?
Creo que siempre estuve indeciso respecto a la poesía: aunque me atrae mucho, a veces la detesté. Durante los años de juventud una pasión me empujó a indagar en la obra poética de distintos autores en lengua castellana y con frecuencia, tras una lectura particularmente sentida, permanecía confuso en mi rincón bajo el eco despertado por la batalla sonora de las palabras y la manera en que danzaban tratando de construir una melodía a partir de sentimientos íntimos que todos compartimos.
Era apasionante descubrir que algo con un significado profundo pudiera hablarte directo al corazón.
Los versos nacen del dolor, y comunicarlo siempre será difícil. La poesía se ve obligada a realizar un proceso de síntesis previo muy intenso que comprime la expresión a lo esencial, por eso a veces necesitamos leer varias veces antes de comprender los equilibrios y contrastes, las luces y las sombras que puede ofrecer un poema.
La gente en general huye de los libros de poesía, un género que no parece encajar con el mundo y los modos de vida actuales. Pero no olvidemos que en realidad no pertenece a un tiempo preciso, sigue por ahí apartada hasta que alguien al leerla consiga rescatarla.
Desde luego la Poesía no va a explicarnos el mundo, nada puede hacerlo, pero deja un testimonio único del misterio de nuestras vidas.
Un par de citas explicarán mucho mejor que yo de qué va esto:
«Yo sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué».
Jean Costeau
* * * * *
Cuando estoy solo, continuamente estoy tramando poemas porque tengo que poblar mi soledad.
(Jorge Luis Borges)
Hoy tenía nostalgia de versos, esa letrilla suelta que algunos practican intentando ahondar en los sentimientos más profundos. Incluso yo, torpemente, tengo mis intentos:
¿A qué esperamos para ser felices? No supo nadie explicarme por qué estoy aquí o hasta dónde llegaríamos ¿Cómo iba a hacerlo yo? Esto es solo otra existencia canija, de savia poderosa, sí, aunque crónica circunspecta que desaparecerá con el viento, aquel que sopla sobre la tierra y se aleja sin ruido ni cánticos gloriosos como para empañar los ojos de nadie. Espero no derrumbarme al final, ya hube de llorar en silencio muchas veces, padecido de mil maneras, pero nunca fue necesario murmurar una oración a un cielo lejano y sordo. Además, ¿por qué habría de confesarme si solo me arrepiento de lo que no hice? Sabiendo que no hay una forma de justicia terrenal ni mucho menos divina, ya que por ese lado nada espero y después de tantos aciertos como desaciertos, considero que no tengo derecho a reclamar recompensa alguna. Me marcharé sin haber resuelto ni uno solo de los misterios circundantes, sin haberme a mí mismo hallado y aunque también yo intentase disimular mis carencias con las habituales argucias, siempre fui honesto y sincero, todo lo sincero que puede ser un hombre. No es poca la estupidez. Se dicen tales disparates por todos aceptados que a veces pienso que el único loco soy yo. Sí, debe de ser eso... Sin embargo algo me dice que las verdades no lo son por ser proclamadas a gritos. No hay realmente verdades irrebatibles pero sí que hay mentiras evidentes, A mi manera amé la vida frecuentemente, intensamente, desordenadamente. A los que a pesar de todo aman la vida no puede esperarles forma alguna de condenación ¿quién lo cree así? Ignoro por completo cuándo terminará esto, uno, diez, veinte años.. no importa, los números bailan ante nuestro desconcierto: no hay patrón de uno que para otro sirva. El tiempo, como siempre, se escurre sin control. Un día trataré de encontrar un nuevo sol en vano, pues ya se habrá ocultado más allá de mis límites, escapará a mis ojos se alejará de la memoria. Todas las criaturas en su plenitud padecemos la misma sed, sería el mayor de los desconsuelos no seguir soñando, levantarse una mañana y constatar que ya no están los pájaros, ya que cuando le damos la espalda, el mundo todavía es más hermoso. Es trágico olvidar qué poco precisa la vida de un hombre: un trago de agua fría, respirar sobre la tierra compartiendo una ilusión, una taza de café, el abrazo de una mirada cómplice, y llevar consigo canción de amor.
A veces, necesitamos poco para sentirnos vivios: que el sol nos caliente las manos a través de la ventana mientras un par de gorditos gorriones cogen las migas dejadas en el poyete de la ventana o, mirar esa piedra ocupada, en medio del rio, donde un cormorán extiende sus alas para que se le sequen.