Mercenarios románticos, revolucionarios descreidos
Siento debilidad por las buenas películas de acción que incluyen personajes que destacan en alguna especialidad poco edificante, como asaltar grandes sistemas informáticos, timar a millonarios, dominar bombas de precisión o acertar en el blanco a cualquier distancia disparando el arco, el puñal o lo que sea.
Mejor aún si al iniciarse el film los reclutan de uno en uno para un misión suicida mientras vamos conociendo sus habilidades y perfil humano, habitualmente veteranos desengañados con viejos ideales aún pegados al corazón (como en Los 7 magníficos).
Los Profesionales, western dirigido en 1966 por Richard Brooks, es el ejemplo cojonudo, en la línea de otras grandes películas de la época como La gran evasión, Doce del patíbulo, Los violentos de Kelly o Grupo salvaje.
En este caso, un grupo de mercenarios recibe el encargo de un potentado tejano para recuperar a su esposa, secuestrada por un tal Raza, un temido revolucionario mexicano.
Así empieza esta epopeya fronteriza con un rescate infernal a cargo precisamente de unos especialistas, mercenarios desencantados de pasadas revoluciones en las que participaron y que aceptan el riesgo a cambio de un puñado de dólares, preservando casi sin saberlo una independencia de criterio, un fin último.
Aquí veremos esas planificaciones donde se sincronizan ataques y se producen giros imprevistos en el desarrollo de la aventura.
Luego está el juego de caracteres ¡Y qué caracteres!: un ex-militar especializado en táctica, Lee Marvin, un mujeriego experto en explosivos, Burt Lancaster, un ducho arquero y rastreador, Woody Strode y un ex-soldado amante de los caballos, Robert Ryan, constituyendo una especie de precedente del equipo A (ya se que no es el mejor de los ejemplos, pero ahí lo dejo).
De regalo Claudia-bocatto di-Cardinale, esplendorosa, aportando toda la carga sensual, y por último un Jack Palance magnífico en el papel de rudo e insurrecto cabecilla mejicano.
Una odisea de balas, traiciones y sudor (no se ahorra sudor, todos hacen gala de él y el polvo del desierto parece pegarse al espectador), realizada con un pulso intachable a la que no sobra ni falta un maldito minuto.
«Cine crepuscular» llaman a películas así que exponen el final de una etapa, de un tiempo y probablemente Los Profesionales lo es: sus actores son veteranos, aunque en plena forma, y el género, un western cansado de clichés, da un paso más allá.
¿Dónde quedaron aquellos personajes cinematográficos de antaño que destilaban elegancia y carácter, capaces de armar una revolución mientras encaran la muerte con sonrisa franca y una frase lapidaria asomando a los labios?
Cuatro mercenarios románticos que paradójicamente no se venden (Lancaster, Marvin, Ryan y Strode) protagonizan un western mayúsculo presidido por la sonrisa burlona de Lancaster y el gesto adusto y elegante de Marvin. Ya no hay profesionales, sólo aficionados.
En Los Profesionales, Richard Brooks plasma magníficamente en imágenes un guión repleto de frases memorables que quiero repasar hoy:
Frases de cine: Los profesionales (1966)
– Nada menos que cien mil dólares por una esposa. Debe de ser toda una mujer.
– Será una mujer de esas que convierten a algunos niños en hombres y a algunos hombres en niños.
– Si es así vale lo que piden.
– «¿Cómo alguien enamoradizo como tú se hace dinamitero?
– Te lo diré. Yo nací con una fuerte pasión por crear. No sé escribir, ni pintar, ni cantar.
– Y provocas explosiones.
– Así se creó el mundo. La explosión más grande».
– «¿Piensas en algo que no sean mujeres, whisky y oro?
– Amigo, acabas de escribir mi epitafio».
– «Nada es para siempre, excepto la muerte».
«La revolución no es una diosa sino una mujerzuela. Nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos: lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable».
«Es usted un bastardo.
Si señor, pero en mi caso es un accidente y en cambio usted, usted, se ha hecho a sí mismo».
«Todos los amores tienen un terrible enemigo: el tiempo».
«¿La revolución? Cuando el tiroteo termina los muertos se entierran y los políticos entran en acción y el resultado es siempre igual: una causa perdida.
Tal vez haya sólo una revolución desde siempre: los buenos contra los malos … La pregunta es, ¿quiénes son los buenos?»