España duele

Fiesta y siesta, sólo dos palabras pueden llegar a sintetizar la visión que en el extranjero suelen tener de España. Y hay que subrayar, no es raro que ellos tengan mejor opinión de España que los mismos españoles.

Entonces, ¿qué será realmente lo que vertebra a España?.

No hay desde luego una sola cosa, serí­a radical simplismo pero en caso de mojarse («si tuvieras que llevarte a una isla desierta») y algunas guí­as turí­sticas europeas lo señalan, aquí­ el ritmo de vida está marcado por la necesidad de la gente por encontrarse, principalmente en bares, plazas y otros muchos lugares, porque ante todo prevalece el afán de socializar como una de las principales señas de identidad.


Ahí­ tenemos algo para empezar. Y por supuesto, aunque no entre los primeros valores, el estilo de vida español puede incluir también el noble arte de sestear, tan ridiculizado a pesar de sus evidentes beneficios y cuya técnica no es fácil dominar.

También señalaré algo que me parece importante: tenemos el mérito de beber sin necesariamente emborracharnos, todo un arte existiendo tantí­simos bares aquí. No se produce una invasión de alcohólicos, quizá por haber normalizado lo de sentarnos a beber charlando y comiendo tranquilamente, a diferencia de países «más avanzados» donde muchos, individualmente o en grupos, salen decididos a atiborrarse de alcohol en el menor tiempo posible.

No insistiré sin embargo en hablar de jarana, tapeo y siesta, eso nos llevarí­a a una disquisición circular con mil tópicos y los tópicos llenan la boca de todos anulando un razonamiento preciso y resultan además muy difí­ciles de desincrustar de la mentalidad colectiva. De hecho gran parte de los prejuicios acerca de España y los españoles que generaron los viajeros europeos del siglo XIX en su visita a nuestro paí­s, aún con leves variaciones, perduran hasta el dí­a de hoy.

«Los españoles desayunan una jí­cara de chocolate, comen un ajo mojado en agua y cenan un cigarrillo».

Eso le habí­an advertido a Théophile Gautier antes de emprender su viaje a ese paí­s tan «salvaje» y extraño, pese a ser vecino, que era España.


Siempre me interesó la percepción foránea que tienen de nuestro país, aunque pienso que sería más relevante conocer la percepción propia y así poder rectificar cosas y escoger mejores direcciones.

¿Alguna vez asimilaremos qué significa ser de aquí­? ¿Cómo impulsarnos y proyectarnos? ¿Cómo alcanzar un modelo de desarrollo mejor, algo que una y otra vez se nos escapó?

También en cuanto a modos de convivencia contamos con numerosos fracasos a nuestras espaldas y ni siquiera nosotros mismos somos proclives a hacer patria, un concepto sobado por los sectores más reaccionarios que impiden compartir el sentimiento entre todos los demás. Y no olvidemos que España es plural, mucho, y diversa, heterogénea y que con toda probabilidad lo seguirá siendo.

Como cantaba un poeta del XIX, Joaquí­n Bartrina:

Oyendo hablar a un hombre, fácil es
acertar dónde vio la luz del sol;
si os alaba Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.

En anteriores siglos no faltaron antepasados interrogándose sobre la idea de España, sobre su papel y relevancia cultural y contextual, acerca de lo que significa ser español en este bendito mundo.

Meditaron largamente sobre las rémoras que acompañan al paí­s y replantearon muchas cosas acerca del carácter nacional, de nuestros vicios y virtudes, de las costumbres, el trabajo, la educación o la religión. Sabí­an que se amontonaban males endémicos y formularon diagnósticos y tratamientos en su empeño por regenerar España (de ahí­ el término regeneracionista).

Puesto que no se lee demasiado y aún menos aprenderemos de los errores del pasado, aunque los escritos de José Cadalso, Larra, Unamuno, Ortega y Gasset o Joaquí­n Costa sigan ahí­, volveremos a repensar desde cero -quien esté dispuesto al esfuerzo- y continuarán innumerables cuestiones por resolver al respecto. Básicamente porque no ha cambiado mucho el rumbo.


No necesitamos más a aquellos que se consideran baluartes de nuestra cultura por encima del resto, no necesitamos vivir bajo consignas como A por ellos Oe, ni tampoco dar protagonismo a los que se dan golpes de pecho, a quienes defienden siempre la simpática informalidad hispana o a los que aplauden encantados la conducta de los pí­caros que medran, una lacra inveterada del paí­s.

A veces da la impresión de que no sabemos hacer nada mejor que desfilar llenando de cera las calles.

Decí­a Lorca en la última entrevista que le hicieron, poco antes de ser asesinado:

«Yo soy español integral y me serí­a imposible vivir fuera de mis lí­mites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí­ que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy hombre de mundo y hermano de todos. Desde luego, no creo en la frontera polí­tica».

España forma parte de nuestra alma y siempre nos emocionará intensamente, sin embargo causa sonrojo constatar una serie de comportamientos anacrónicos como la desidia, la superficialidad o la improvisación y luego está la malicia de quienes presumen de las viejas usanzas, de una santa ignorancia que al parecer ha de formar parte de nuestra supuesta idiosincrasia.

Se me ocurre una lista rápida de pecados patrios (hoy no hablaremos de virtudes, que por supuesto también las tenemos):

  • No tenemos término medio: o conmigo o contra mi, oscilando sin remedio entre delirios de grandeza y complejos de inferioridad.
  • Somos reyes del escaqueo y maestros de la desunión.
  • Caemos en la apatía, lo que no impide que a la mí­nima se llene todo muy rápidamente de vocerí­o.
  • Incubamos rencores con suma facilidad.
  • Padecemos una envidia tan confusa como persistente.
  • No hemos logrado recortar la importante brecha económica, social y cultural existente entre ciudadanos que se consideran iguales.
  • A menudo nos atrapa una inclinación hacia la bronca, la charla inconsecuente y el bullicio.

No sigo.


Históricamente hemos sido una nación más bien pobre y atrasada y tal vez aún lo seamos. Como acabamos de ver, obedece a muchas razones aunque quisiera destacar otra más: ¿hasta cuándo tendremos dentro de la estructura del paí­s a élites reaccionarias ocupando influyentes sectores de poder y decisión? Porque implica continuar reñidos con toda innovación, máxime si venimos escasos de estí­mulos reales.

Sinceramente no se si alguna vez alcanzaremos un equilibrio de opinión que supere los antagonismos de siempre. A pesar del paso del tiempo, cuando menos esperas vuelven a saltar las dos Españas pegándose cabezazos. Se dirí­a que esta es una sociedad vengativa.

Si pertenecemos al mismo solar, para entender, defender y promocionar lo nuestro hemos de descifrarnos mejor a nosotros mismos, reinterpretarnos sin tantos complejos y apartar del timón a parásitos y carcas.

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