La invasión del pajarraco verde y chillón

Si caminado por un agradable parque madrileño escucháis de pronto un graznido estridente que sacude el aire, mirad arriba. A veces sólo es una pareja, otras puede que 6 u 8 pájaros de hermoso plumaje verde que pasan raudos haciéndose notar. Vuelan ruidosos sin levantar nunca las alas por encima del cuerpo. Entonces piensas extrañado que ese no parece un ruido familiar y caes en la cuenta de que la escena va repitiéndose demasiadas veces últimamente.


Desde los años 90, aunque la historia se remonta unos cuantos años más, han ido proliferando en distintos lugares de España de manera paulatina primero y con celeridad después, distintas especies exóticas de aves procedentes de Africa, América o Asia.

La insaciable «mascotamaní­a» de las gentecillas de Occidente puso su ojos en nuevas especies cuyo exotismo garantizaba ese novedoso toque de distinción y simpatí­a. La cotorra de Kramer, la cotorra argentina o el loro de Senegal se situaron en el top ten de las especies importadas como animal de compañí­a enjaulado gracias a unos precios más económicos que los de otros pájaros tropicales.

Los nuevos propietarios se encapricharon con estos vistosos animales que en muchos casos terminaron liberando después de constatar que un piar tan ensordecedor te podí­a volver loco en casa.

Así­ es principalmente como se han extendido estas aves por parques y jardines de numerosos paí­ses de América del Norte y Europa: Canadá, EE. UU., Francia, España e Italia.

A la cabeza de las especies exóticas invasoras se encuenetra la cotorra monje o cotorra verdigris, más conocida simplemente como cotorra argentina (Myiopsitta monachus).


Originaria de Sudamérica, desde hace mucho tiempo era buscada por los argentinos como mascota, retirando los polluelos del nido para domesticarlos desde pequeños. Son animales vistosos y espabilados, bulliciosos y muy territoriales.

Estos pájaros de no más de 30 centí­metros, cola larga, plumaje verde brillante y azul, pico amarillento y pecho gris se han convertido en una amenaza para otras aves autóctonas al competir con ellas por el alimento y las zonas de nidificación y para el ecosistema en general.

La ausencia de depredadores ha permitido que la cotorra argentina haya tenido un crecimiento prácticamente exponencial. Estos invasores verdes construyen unos nidos del copón donde conviven múltiples familias. Lo hacen sobre las copas de grandes árboles como pinos, eucaliptos, cipreses, palmeras y también enredaderas, ocasionando un notable deterioro. En los lugares donde son más numerosos, el parque que colonizan estos intrusos se asemeja a una jungla debido a que con su desagradable griterí­o no ahogan el sonido de los trinos tradicionales del hábitat mediterráneo.

Su grado de adaptabilidad ha sido asombroso, algo que choca en principio, pero es que estos animales tropicales tienen una temperatura corporal de unos 42 grados centí­grados que pueden mantener gracias al aislamiento térmico que les procuran tres capas de pluma. Por eso pueden soportar perfectamente las bajas temperaturas de los inviernos de Madrid.


Personalmente veo las malditas cotorras por mi barrio y alrededores, en la zona norte y noroeste de Madrid, pero también en parques en torno al centro y han pasado innumerables veces chirriando sobre mi cabeza en la periferia de la capital. Daos por colonizados.

A juzgar por los testimonios, ningún parque urbano está libre de ellas y en Barcelona dicen que aún es peor. En Sevilla y otras ciudades también se han detectado desde hace tiempo.

Las cotorras argentinas hacen principalmente dos cosas: comer y procrear y las dos las hacen muy bien. Se han vuelto agresivas, manteniendo su territorio perfectamente delimitado. Ninguna otra ave suele acercarse a ellas y chillan ante la presencia del hombre.

Aunque originalmente graní­voras, ahora se puede decir que comen casi de todo y van desplazando a las especies autóctonas como el mirlo y la urraca. Son además una amenaza para los cultivos.

¿Todaví­a te parece simpática esta avecilla? Si es verdad que hasta las urracas les tienen más que respeto, entonces ya no tenemos ninguna posibilidad (como dirí­a el androide de Alien). ¿Acabaran destruyendo la civilización contemporánea? Hitchcock nos iba poniendo sobre la pista. Nadie le hizo caso.

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