Es el tiempo del miedo

Pensamos que la mayorí­a de los miedos infantiles tienden a desaparecer a medida que maduramos. Sin embargo, hay otros que entonces ocupan su lugar, incluso puede que se expandan, quedando en mayor o menor medida arraigados.

En esencia ¿qué es el miedo? En principio nada más que una perturbación del ánimo ante un riesgo, real o imaginario, la sospecha incierta de que a uno le suceda algo que no desea. Las páginas del diccionario lo dejan claro, sin embargo de poco sirve saberlo si nunca aprendes a combatirlo.


El auténtico miedo no se presenta bajo sonoras palabras, como tampoco tiene gestualidad o expresión alguna.

Seguramente no haya peor miedo que el que construye uno mismo de manera inconsciente. A veces se derrumba el conjunto de mecanismos mentales que permiten a una persona hacer frente a una amenaza, nadie sabe por qué. Un mal dí­a las cosas pueden cambiar y nuestro cerebro enví­a repentinas señales de funcionamiento anómalo, como si ya no tolerásemos el ritmo acostumbrado, como si una misteriosa ansiedad acudiera a convivir con nosotros bajo la piel.

En un universo de seres angustiados pocos pueden presumir de llevar las riendas propias como es debido. Si has sentido miedo alguna vez, algo muy profundo en ti quiere hablarte. Aunque resulte difícil, trata de escucharlo porque gracias al miedo se puede estar atento a todo, así­ que no debe de ser tan malo.

Alguien dijo: «Nunca me sentí­ más vivo que cuando tuve miedo». Forma parte de lo que constituye el coraje de vivir y si no, muéstrame a una persona sin miedo y te mostraré a un idiota.

Muchos de los que consideramos valientes lo único que hicieron fue permanecer en su puesto porque les avergonzaba la perspectiva de escapar.

A menudo los miedos se esfuman gracias al amor, sin embargo el propio amor nos atemoriza y aquí empieza el festival de las paradojas humanas. No es difí­cil detectar el miedo en otros lugares, en otras personas: se percibe en alguna de sus mil facetas. Pero ¿y el nuestro propio?


El mundo viene plagado de sobresaltos hasta el punto de caer en la sensación de vivir atrapados en ellos. Todo suma en nuestra contra: el temor a defraudar a nuestros seres queridos, a no ser un profesional capacitado, a no resultar útil, la incertidumbre del futuro propio y colectivo…

Somos conscientes de que quedaremos excluidos si no andamos lo suficientemente listos. Para superar desasosiegos se hace preciso escapar de cualquier forma de parálisis, conocer, avanzar, romper la desconfianza, desde luego no son pocas cosas y por desgracia cada vez se cuentan más ciudadanos asustados por las tecnologí­as, el poder, el cambio climático, la manipulación, los cambios sociales acelerados y la zozobra financiera.

La lista es bien larga:

  • Los que trabajan tienen miedo a perder su trabajo. Los que no, ahora sospechan que nunca más trabajarán.
  • En el punto máximo del disparate, unos tienen miedo al hambre y otros al sobrepeso.
  • Los ciudadanos temen a las fuerzas de seguridad; las fuerzas de seguridad a cualquier concentración de gente.
  • Los ricos levantan vallas más altas ante sus preciosas propiedades; entre los pobres ya es común contratar un sistema de seguridad para su pisito de 60 metros cuadrados.
  • Saltan todas la alarmas cuando se estropea la televisión, el ordenador o deja de funcionar Internet en casa. Nos aterroriza la caída de servicios. Nos aterroriza el silencio.
  • Un escalofrí­o recorre tu espalda cuando aparece un comunicado oficial de tu empresa. ¿A quién habrán echado esta vez? ¿Qué otra prestación nos quitan? Y si asoma en el buzón de casa un sobre piensas: ¿con qué me habrán sancionado ahora?
  • Existe tanto pavor a ser un don nadie como ser el centro de todas las miradas.
  • Miedo de que nos controlen o que nos vigilen.
  • Hay miedo a permanecer encadenado pero, extrañamente, también a disponer de demasiada libertad.
  • Son numerosos los recelos ante la competencia que puedan hacernos los demás y nos espanta la inadaptación, encontrarnos fuera de juego y desorientados.
  • Asusta la idea de no tener suficiente carácter y en consecuencia parecer débiles y pusilánimes.
  • Hay un desasosiego constante por la posibilidad de defraudar a los demás y es generalizando el miedo al fracaso.
  • Nos alarma vivir invadidos por las sombras de la incomprensión, no soportamos el fantasma de la incomunicación.
  • Y una de las peores cosas a las que nos enfrentamos: el miedo al olvido.

Miedo al compromiso,
miedo a los otros,
a algún tipo de castigo por nuestros actos
miedo a la violencia,
y a lo desconocido.

Miedo de ser golpeado o de caer al vacío
miedo al dolor, 
al aburrimiento,
a la pobreza y a la soledad,
Miedo a enfrentarse a la realidad.

Miedo de que nos alcance la enfermedad
y de caer en las garras de la decadencia.
Miedo a equivocarnos,
Miedo a tener que suplicar,
Miedo a no tenerte ...

En definitiva, miedo perenne a morir pero también a vivir. Y por último miedo al miedo o Fobofobia, la culminación del cí­rculo vicioso. Por Dios, que la sociedad moderna deje de regalarnos nuevas ansias y temores, bastantes coleccionamos ya.

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