Barcos de hormigón
La inventiva combinada con la audacia llega a suplir la escasez de medios ante la urgencia que conlleva todo conflicto bélico. Cuando se intenta contrarrestar al enemigo en tiempos acuciantes, todo puede valer.
Aparte del proyecto británico Habbakkuk, un plan ideado para construir un portaaviones gigante insumergible, los barcos de hormigón fueron una realidad.
Barco de hormigón varado junto al río Uruguay, cerca de la ciudad de Colón (Argentina)
La embarcación de hormigón armado más antigua que se conoce la construyó en 1848 Joseph-Louis Lambot, inventor del ferrocemento (que a su vez llevó al desarrollo de lo que ahora conocemos como hormigón armado). Se presentó en la Exposición Universal de París de 1855 y aunque no despertó un especial interés, a finales del siglo XIX había barcazas de hormigón en Europa utilizándose en canales fluviales.
La ventaja de construir naves de hormigón consistía en que los materiales eran baratos y fácilmente disponibles; en cambio los costos de mano de obra y de mantenimiento eran más altos. Además los buques requerían cascos gruesos, lo que perjudicaba a la hidrodinámica y quedaba menos espacio para la carga.
Pero como la necesidad manda, durante ambas guerras mundiales la escasez de acero llevó al ejército de los Estados Unidos a ordenar la construcción de pequeñas flotas de barcos de hormigón, el mayor de los cuales fue el SS Selma (1919), hoy parcialmente sumergido en la Bahía de Galveston.
SS Selma (Bahía de Galveston, Texas)
En realidad pocos barcos de hormigón se completaron a tiempo para dar servicio en tiempos de la Primera Guerra Mundial, sin embargo durante 1944 y 1945 se utilizaron barcos y barcazas de hormigón para apoyar distintas operaciones bélicas en Europa y el Pacífico.
El gran resultado que venía dando la fabricación en cadena de la industria del automóvil quiso replicarse para aviones y barcos, elementos de vital importancia en la II Guerra Mundial tanto para los aliados como para las potencias del Eje.
Estados Unidos tenía mucho que decir en tal sentido gracias a sus grandes recursos y a una industria muy potente. No obstante tampoco pudo evitar la escasez y desabastecimiento de materias primas y para desgracia de los aliados, los submarinos alemanes obstaculizaban sin cesar el tráfico de mercancías y armamento entre América y Europa. Por eso no dejaron de estudiarse alternativas.
La construcción naval demandaba enormes cantidades de hierro y acero. Para conseguir el mayor ahorro posible en materias primas se ideó la fabricación de barcos de hormigón que podían finalizarse en poco tiempo y a un coste muy inferior. Se calcula que durante la guerra sólo en los EE.UU. se crearon 24 buques y 80 barcazas de hormigón.
Se trataba no obstante de una situación coyuntural: en esos momentos se daba por bueno todo aquello capaz de transportar carga sobre las aguas; pero lo cierto es que los barcos de hormigón no presentaban ventajas reales respecto a los de hierro así que muchos no pasaron de la fase experimental y posteriormente, cuando la industria norteamericana dejó de correr peligro por desabastecimiento, el proyecto se canceló.
S.S. Palo Alto en Seacliff State Beach, condado de Santa Cruz (California)
Cuando en 1942 el ejército de los EE. UU. descubrió que sus contratistas tenían escasez de acero, el gobierno autorizó la construcción de barcos de hormigón autopropulsados. El astillero de Tampa en Florida empleó en su apogeo a 6.000 trabajadores.
En Europa desempeñaron un papel importante por ejemplo en el Desembarco de Normandía, donde transportaron combustible y municiones.
Uno de aquellos barcos de hormigón, el SS Palo Alto, se encuentra varado al sur de una playa de Santa Cruz en California convertido en una atracción turística y otro, el S.S. Faith (botado en 1918) se destinó al transporte y años después vendido a Cuba donde se utilizaría como rompeolas.
Hay que decir que aunque resulte extraño, aquellos barcos flotaban, seguramente en virtud del principio de Arquímedes.
Existen ocultos por la red más casos de estos armatostes abandonados y dispersos por distintos rincones del planeta.
El hormigón en inglés es «concrete»; una búsqueda de imágenes con «concrete ships» resulta curiosa. En castellano pueden servir también expresiones como «construcción naval en ferrocemento» para rastrear estas curiosas historias.