Heroicos diputados

El Diario de Sesiones del Congreso registra acontecimientos como los que se produjeron en 1874 con motivo del golpe de estado del general Paví­a que dio término a la I República española (sí­, un antecedente del 23-F).

En medio de un ambiente caldeado por los debates que desde horas antes se estaban produciendo en torno a la problemática ocasionada por los movimientos federalistas que brotaban por todo el paí­s, Nicolás Salmerón anuncia con voz temblorosa:

– Señores diputados: hace pocos minutos que he recibido un recado u orden del capitán general de Madrid, para anunciar que se desalojará esta sala en un término perentorio.

Varias voces claman:

– ¡Nunca, nunca!

El presidente del Congreso:

– ¡Orden señores diputados! La calma y la serenidad es lo que corresponde a ánimos fuertes en circunstancias como éstas. Piden que se desaloje el local en un plazo perentorio o que, de lo contrario, lo ocuparán a viva fuerza.

Interrupciones continuas se suceden mientras el presidente reitera la llamada al orden.

El diputado Chao:

– ¡Esta es una cobardí­a miserable!

Vibran con acentos heroicos las proclamas de muchos diputados:

– ¡Viva la República! ¡Viva la Asamblea! ¡Viva la soberaní­a nacional!

El presidente:

– No esperaba yo menos, señores diputados. Ahora somos todos uno.

Emilio Castelar:

– Yo he reorganizado el ejército no para que se volviera contra la legalidad, sino para que la mantuviera (estallan aplausos). Yo, señores, no puedo hacer otra cosa más que morir aquí­ el primero con vosotros. (Se oyen más vivas)

El diputado Benot pide armas:

– ¿Hay armas? Vengan, nos defenderemos

El ministro de la Guerra:

– Señores diputados, en este mismo momento, cumpliendo la voluntad de las Cortes soberanas, voy a extender un decreto destituyendo al general Paví­a de sus honores y condecoraciones (más aplausos. «Muy bien, muy bien», gritan todos).

El diputado Chao:

– Venga el decreto exonerándole y yo lo llevo

El señor Calvo:

– La Guardia Civil ha entrado en el edificio preguntando a los porteros la dirección y diciendo que se desaloje el edificio de orden del capitán general de Madrid.

El señor Bení­tez de Lugo:

– Que entren y todo el mundo a su asiento.

El Presidente:

– Ruego se sirvan ocupar su asiento… ¿Acuerdan los señores diputados que debemos resistir?

Varios diputados:

– Sí­, sí­. Todos.

El señor Castelar:

– Señor presidente, yo estoy en mi puesto y nadie me arrancará de él; yo declaro que me quedo aquí­ y aquí­ moriré.

Entra la fuerza armada en el salón y varios diputados exclaman:

– ¡Qué escándalo!

Castelar:

– ¡Qué vergüenza!

Otros:

– ¡Viva la República Federal! ¡Viva la Asamblea soberana!

Se oyen algunos disparos en la galerí­a, quedando en el acto desierto el salón de sesiones.

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