Ricardo Molina: Psalmo XXVIII
Los desencantos
¿Por qué nos diste el don de admirar la belleza
y corazón ardiente para amarla?
¿Por qué en la negra noche del deseo sembraste
constelación de ávidos sentidos?
¿Por qué nos diste ojos para ver este mundo,
y oído para escuchar su voz dulcísima?
¿Por qué nos diste brazos para asir la hermosura,
ese humo engañoso que el sol dora?
¿Por qué nos diste el cielo confuso del recuerdo
donde arden imágenes, tal nubes,
cubriendo nuestras almas de sombras y crepúsculos?
Ah, ¿por qué consentiste el loco amor siempre muriendo
y renaciendo siempre de sus propias cenizas
como fénix que enciende en su ocaso su aurora?
¿Por qué siempre gozar o sufrir día y noche,
llama y ceniza inútil la vida de los hombres?
¿Por qué herir, perseguir, vencer y ser vencido
bajo el signo fatal de la ambición?
¿Qué fruto puede dar el hombre que se quema
en el fuego fugaz que, ciego, adora?