Juan Bernier: «Crepúsculo»
¡Oh! Cuando el sol cae como una inmensa
piedra que cierra el horizonte cada día,
cuando la luz se extingue lenta y la sombra
sale de los valles profundos,
vanguardia oscura de los ejércitos negros
de la noche que vienen a su
colosal parada de silencio,
cuando la tierra toma un rostro de asfalto
como un espejo para mirarse agonizante
bajo el desierto ceniza de las nubes,
inmóvil como una mano
una mano muerta,
mientras que la hora en todos los relojes
del mundo suena una misma
melancolía,
he aquí que yo, exprimido como una
esponja amarga bajo
el cielo que se desploma
no soy sino unos ojos donde se petrifica
toda tristeza,
un agua límpida que recibe acaso el
temblor de una esquila lejana,
sin ser cuerpo ni ser hombre,
sino una vaga niebla que piensa
y se funde y se aniquila y se esfuma
lentamente
cuando pasada la angustia de la hora
en que el universo duda su cambio
la noche extiende su túnica y cubre el
cadáver frío del horizonte derrumbado.