Satán es mi señor (parte 2): ¡Quiero que mi vida sea un infierno!
Una vez más, vuelven a estar usarcedes a la altura de las circunstancias revelando espantos arquitectónicos que, ni siquiera con una indigestión de chopped con gominolas de pisicola, podríamos imaginar. Al final de muchos de sus sabios comentarios uno veía con estupor que esperaban otro épico catálogo de errores urbanísticos como segunda parte de ente post.
Mientras le decía a Paco: «Pero la segunda parte NO va a ir de eso exactamente», éste me contesto, cual Roger Corman de la vida: «Tienes un éxito del menéame ¿no? ¡Pues entonces haz una tercera parte!».
La desfachatez de la cuestión me sedujo, así que pidiéndoles su ayuda de ustedes, puedo anunciar que puede que… HAYA TERCERA PARTE.
Scream for me Long Beach ¡¡¡SATAAAAAAAAAAAAAN!!!
La idea para la tercera parte es que nos envíen fotos dejando salir ese lado metalero de su personalidad. Extiendan los brazos, hagan los cuernos y griten el nombre del príncipe de las tinieblas en aquellos lugares de sus ciudades donde vean que los arquitectos han decidido que su vida tiene que ser un infierno. Envíen la foto a esta dirección, indicando SATÁN en el asunto del mail. Su vida seguirá siendo un infierno después de ver su afoto publicada pero, por lo menos, aquí habrá quedado constancia de lo que opinan de estos señores.
Furthermore, dicha tercera parte incluirá DOS recorridos satánicos por Madrid a modo de guía turística alternativa. Instamos a todos nuestros lectores a que hagan lo mismo con sus ciudades: aquí pondremos todos los links y los sórdidos del mundo seremos felices yendo a orinar a espantos como el ayuntamiento de Ávila (dejando así, tranquila su muralla).
Y, dicho lo dicho, vayamos con el párrafo con el que se suponía que debía arrancar esta segunda parte.
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Los días impares del mes, conforme sorteo las cacas de perro que pueblan con inusitada alegría mi acera, fantaseo con las maravillosas cosas que haría si fuese dictador de todas las Esp-p-p-p-pañas.
Algunas ya las conocéis, como instaurar el idioma mundial como lengua única oficial del estado, otras las podríais intuir, como las deducciones fiscales a todos aquellos que porten bigotón y otras os harían borrar este blog de vuestros favoritos, como emitir todos los días la muerte de Chanquete en prime time u obligar a TODAS las películas que quieran estrenarse en una sala de cine española a que tengan, por lo menos, una escena protagonizada por Beatriz Rico.
Ya lo veis: todos creemos que el despotismo ilustrado puede ser la solución a nuestros problemas. Sin embargo, olvidamos que YA vivimos en una situación de despotismo ilustrado: ¿Alguien recuerda haber votado en referéndum la aprobación de según qué edificios o qué planes urbanísticos van a convertir nuestra vida en un infierno?
Eso sí, la mayoría de los arquitectos, reacios a explicarnos cosas que nuestras pobras mentes no aprehenderían, dirán que lo hacen todo «por nuestro bien».
Hasta el enfermo de Le Corbusier estaba convencido de que sus poligonazos nos iban a conducir a la felicidad. ¿Y de dónde sacaba ese nazi esa convicción? Muy sencillo, pues porque tanto él como gentuza tipo Alvar Aalto, Niemeyer o los Smithson vieron que, en sus maquetas, habían pegado con Loctite unas figuritas pequeñitas que representaban a los seres humanos. ¡Y éstos se quedaban felices y contentos en medio de la calle maravillados ante las toneladas de hormigón que se les venían encima!
Me imagino a infraseres como el fallecido Enric Miralles -que Satán lo tenga en su gloria- explicándole en su día al alcalde de Barcelona lo feliz que iba a ser la gente en esa explanada satánica de Diagonal Mar:
«¿Ve? ¡Mire qué contentos están los muñequitos en medio de este vertedero de residuos metálicos! ¡Si no se la sacan para machacársela ante este pozo de inmundicia es porque su brazo también está pegado con Loctite a sus jerseys, tú!».
Lo que ignoraba Miralles es que, si los muñecos tuviesen los brazos libres, aprovecharían para calzarle una hostia. Y, lo más importante, si sus pies no estuviesen firmemente fijados con Loctite al suelo, saldrían corriendo.
Pero le voy a conceder una a Enric: de la misma manera que en Cadena Perpetua algunos presos ya no sabían vivir fuera de la cárcel, es posible que alguno de los muñequitos, libre de su Loctite, se quedase quieto en su lugar, contemplando el horror y decidiendo que, sin curación posible alguna, Satán era ya su señor. ¿Y su nuevo grito de guerra?
«¡QUIERO QUE MI VIDA SEA UN INFIERNO!»
A esa gente va dirigido este post: ésta la historia de las personas que, sin ser obligadas a la fuerza por terroríficos planes urbanísticos, decidieron que Satán les sodomizase sin piedad. Jei, es un mundo libre y cada cual se corre como le apetezca. Yo mismo, cuando veo ‘Bones’ junto a lanavaja, no me resisto a darle al botón de pause cada vez que sale el edificio J. Edgar Hoover en el que trabaja Booth:
Y tanto lanavaja como yo exclamamos al unísono «¡Pero qué Satán más precioso!»
Capítulo 1: era un tubo… (los metabolistas)
Me visteis venir en la primera parte. En efecto, hoy les toca el turno a un grupo de pirados japoneses que se hicieron llamar «metabolistas». Se me ocurren otros nombres pero seguro que a vosotros también tras contemplar ésta su obra cumbre:
Es la torre de cápsulas Nakagin del mítico Kisho Kurokawa. En el barrio, también era conocida como “oiiii paaaayo, el cementerio de lavadoras”.
Gocemos ahora un poco del interior de cada cápsula.
Como pueden ver, no faltaba ninguna suerte de comodidad tecnológica: especialmente destacables son esos rollos magnéticos setenteros para ser reproducidos en un modernísimo magnetófono.
Pero, hoygan, de la misma manera que la gente cool juzga que está bien comerse la fritura de los vinilos porque «hay frecuencias que no se oyen, pero se sienten», no duden que acontecerá un revival del magnetófono. ¿O es que hay una forma mejor de gozar de las grabaciones de The Dharma Initiative mientras estás encerrado en la escotilla?
La torre Nakagin se hizo para solteros que no quisiesen follar en su casa y en este vlog, como fans del dillingerismo que somos, no podemos menos que aplaudir el lanzarse a una vida autosuficiente en un par de míseros metros cuadrados fijados por unos pocos tornillos a una estructura central.
Más aún si esos míseros dos metros son una cápsula cuya puerta de la ducha sólo puede manejar un señor japonés. Porque un occidental, invariablemente, se pillaría la minga al cerrarla.
La idea central del metabolismo es que la sociedad cambiaba a tal velocidad que había que estar preparado y ser sumamente flexible para ir respondiendo a los nuevos retos. En este caso, por flexibilidad se entendía el ir cambiando las lavadoras de sitio o el ir recargando el edificio con más lavadoras… perdón, cápsulas.
Por supuesto, la visión del metabolismo iba todavía más allá. En el cenit del delirio «adaptativo» propusieron ¡Ciudades que anduviesen! No, no estoy de coña…
Uno desconoce si el objetivo de estas ciudades era ser cual aves migratorias y vivir siempre en el perpetuo verano (con lo cual unas «ciudades navegantes» serían mejor opción, aunque muchos elegirían quedarse donde están en vez de vivir en el mareo y el vómito continuo) o si su objetivo era facilitar el hacer el clásico chascarrillo de, en pleno botellón, empujar a un colega fuera de la ciudad y que luego éste se levantase de resacón en medio de la tundra siberiana (o en Puertollano, que cada cual elija) gritando el equivalente japonés de «¡Me cago en vuestras muelaaaaaaarrrrlll!»
Qué pena que los metabolistas no entiendan que las necesidades básicas del ser humano (el «CJC» que significa tanto «Camilo José Cela» como «Comer/Joder/Cagar») apenas han conocido evolución en la historia. Y que son necesidades que no necesitan cambiar tu casa/lavadora de sitio. Por ello, otros proyectos soñados del metabolismo japonés como «La ciudad de embudos» tienen un significado que ya se me escapa.
Decir, eso sí, que a la que se decidió la demolición de la torre Nakagin algunos países, como Canadá, se animaron a rescatarla y llevársela a su casa. Porque siempre habrá gente pretenciosa que cree que se está apuntando a una nueva revolución que cambiará el futuro de la sociedad. Y que, además de vivir en una cápsula cuyo exceso de amianto en su diseño les producirá un bello cáncer, esté dispuesta a cada cierto tiempo teclear en uno de los ordenadores de su mísero cubículo los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. ¡El universo depende de ellos y de sus gafas de pasta!
Uno de los grandes avances estructurales de la arquitectura moderna fue el poder abrir ventanas a tutiplén sin miedo a que se cayese el edificio. Toda esta felicidad y luminiscencia, sin embargo, debe haber ofendido a más de uno y la consecuencia lógica para todo espíritu sensible que quiera separarse de la plebe pasa por… Sí, lo sabíais: por tapar esas ventanas.
La opción favorita del movimiento brutalista fue hacer un edificio «normal» para, luego, hacerle un bonito encaje de hormigón. Lo cual demuestra que da igual lo «moelno» que seas: al final, la experiencia traumática de tu madre poniendo sus tapetitos de encaje sobre la tele es lo que te termina marcando.
Eso sí, para qué estancarse en el bello hormigón cuando hay todo un mundo de posibilidades a la hora de dotar de una estética carcelaria al interior de nuestros edificios…
Y cuánto más bella pueda ser la vista al exterior, por favor, tape más la casa.
Personalmente, este enrejado de metal de la foto es una de mis opciones favoritas: no sólo limita enormemente la luz recibida sino que, además, es acongojantemente difícil de limpiar.
Es lo que los ingleses llaman «high maintenance» (en realidad, usan ese palabro para putillas a las que tienes que comprar collares de diamantes para que sigan a tu lado, pero también revela el hecho de que la arquitectura tradicional tolera mejor la roña que la moderna, que se convierte en óxido, chorretón y mugre a la primera de cambio).
Still, en ese edificio no pude menos que aplaudir a la señora que, cual Bree Van de Kamp o Monica Vitti de la vida se dedicaba a alienarse con la complejísima limpieza de su balcón – es ese peluchillo que asoma entre los barrotes – y, de paso, dejar al resto de ocupantes del edificio como la pandilla de guarros que realmente eran.
¿Por qué este odio a las ventanas? ¿Por qué en inglés se dice «Windows»? ¿Por qué Windows suena a Microsoft y todo buen pretencioso usa un Mac?
Es una opción. Griten lo que quieran, pero yo vivo en la convicción de que todo usuario de Macintosh es más proclive a tolerar un régimen totalitario que un pecero. Y esto es así porque un Maqueiro de la vida reverencia a Steve Jobs, pierde la mitad de su tiempo loando los productos de Apple y, a la que el ordenador se le cuelga, va y lo disculpa.
El pecero, por el contrario, SABE que su ordenador es una mierda y que Bill Gates es el anticristo: si quiere que su máquina funcione decentemente tendrá que hurgar en las tripas del código y hacer mil trapis. ¿Tengo que explicar, pues, quién es la persona creativa y crítica y quién es el diseñador gráfico que agradece el despotismo ilustrado del «todo por el usuario pero sin el usuario»?
Ya lo saben: del Mac sólo puede salir diseño gráfico, que es la inanidad absoluta o personas que digan que Le Corbusier molaba porque sus muebles de diseño eran super cool. O el que aplauda Diagonal Mar porque le digan que Miralles hizo el ploteado del proyecto en su iPhone. Pero del PC saldrán las páginas peor maquetadas del Myspace en las que un finstro ripeará de su cassette los mejores momentos del programa de Radiolé «Pasodobles para levantarse». Y ahí está la belleza y la verdad.
Capítulo 3: Como una olla
Sobre arquitectura, se han rodado varias películas. Algunas todavía más imbéciles que ultranazis (“El manantial”) y otras llenas de gran sabiduría («Mon Oncle») pero, desde luego, ninguna tan sincera y penetrante como «Huevos de oro». El momento en el que Javier Bardem anuncia que va a dedicarse a la construcción para erigir, en pleno centro de Benidorm, en rascacielos más grande de la ciudad concluye con un poético y efectivo «como una polla».
Más sinceridad y profundidad que en toda la obra teórica de Le Corbusier indeed.
De todas formas, hay gente que quiere seguir pensando que levantar un rascacielos es algo más que eso: que decirle al mundo lo grande que es tu minga. ¿Es que acaso no les parece sintomático que sean los orientales los que hacen los edificios más altos? Si no entiende la pregunta es que no ha visto suficiente porno asiático, con pichas ridículas y señoritas que sobreactúan como mongólicas en el vano intento de hacernos creer que sienten algo.
Feck, es la segunda vez en el mismo post que llamo pichacortas a los orientales. La imaginación se agota. Echémonos, pues la mano a la entrepierna antes de ver ahora algunos rascacielos que muchos juzgan cool y desde cuya glande superior a uno le gustaría contemplar a la escoria humana.
Sí, señores, esto que ven es un rascacielos giratorio. Comprendo que haya a quién le seduzca la idea de vivir sobre unas aspas de helicóptero que produzcan noche y día un ruido mortal y monótono sólo turbado por el momento en el que un «¡poc!» un graznido nos recuerdan que, además de sobre un aspa de helicóptero, estamos sentados sobre varios pajarracos muertos atrapados por un mecanismo que cualquier día estallará ante tanta porquería acumulada. Y logrará que salgamos despedidos cual disco chino de Enrique y Ana. Pocas muertes más imbéciles se me ocurren.
¿O será que este rascacielos en realidad está diseñado para esquivar los aviones que el bueno de Bin Laden tenga a bien lanzarle? Es una idea porque, de su arquitecto, David Fisher, el notorio inventor del retrete inteligente «Leonardo Da Vinci», me lo puedo esperar todo.
Eso sí, dudo que ningún gafapasta apueste porque el futuro sea concentrar toda la ciudad en un solo edificio. Ya no es sólo una cuestión de que los choris, en vez de vivir en tu barrio, vivan en la habitación de al lado o que una evacuación en caso de incendio o atentado sea una absoluta fiesta. ¡Se trata básicamente de a ver quién tiene huevos de presentarse en una junta de propietarios de un sitio en el que quepa un millón de personas! Antes le hago un beso negro a Esperanza Aguirre que ponerme a discutir la cuantía de una derrama para el portero automático con esa jauría.
Los ejemplos, once more, son japoneses. Aquí la megapirámide de Shimizu
No teman, de momento son sólo proyectos, así que el cetro de Park Hill como la macro urbanización favorita de Satán todavía está a salvo.
Lo que sí tengo claro es que el gafapasta medio recalcitrante elegiría la distinción de la vivienda unifamiliar frente a la uniformización de un rascacielos en el que el vecino pudiese despertarle cada mañana con Radiolé. Así que a esas casas nos vamos ahora.
Capítulo 4: Tadao Ando, Satan is cool
Si el hormigón tiene un poeta minimalista, ese es el japo (again) Tadao Ando. ¿O es que pensabais que Sofia Coppola y la Coixet se iban a rodar sus gilipolleces a Japón así porque sí?
Sus interiores minimal son el ne va plus de la elegancia. He aquí un famoso ejemplo:
El problema viene cuando uno se plantea meter ahí los BIENES DE PRIMERA NECESIDAD que una persona de bien debería poner en el salón. Y es entonces cuando uno se da cuenta de lo poco que encajan y que el bueno de Tadao no deja de ser otro adorador de Satán de primera división. Vean:
Evidentemente, todos aquellos que han decidido que su vida sea un infierno no tendrán mayor problema en renunciar a todos esos bienes terrenales, vestirse de minimal negro y sentarse mayestáticamente en el sofá para alienarse bien a gusto.
Todo sea a mayor gloria de Satán. Porque, al que le pillen poniendo el pedido del Telepizza y las birrillas sobre una mesa de Tadao Ando, y encima con la sana intención de turbar la paz zen del ámbito hormigonístico viendo en la tele el partido del Real Madrid, que sepa que la UNESCO le sodomizará violentamente con un dildo de hormigón por atentar contra el patrimonio de la humanidad. Joer ya.
Capítulo 5: ¿Qué fue de los adornitos?
Posiblemente, el arquitecto favorito del género humano sea Antonio Gaudí. Sin embargo, las escuelas de arquitectura se niegan a otorgarle excesivo peso específico diciendo que «a veces, era más un decorador que un arquitecto». Y yo digo «¿Cuál es el problema?». Muy sencillo: un problema de ego.
La arquitectura de posguerra decidió que un edificio tenía que ser EXCLUSIVAMENTE arquitectura: estructura, juego de espacios, luces, volúmenes… Esa mariconada de poner adornitos, escayolas, florecitas (que tanto nos gustan a los gayers como Paco y un servidor) colorcitos, estatuitas… que hacía Gaudí quitaba protagonismo a lo estrictamente arquitectónico ¡y eso no se podía tolerar! ¡Aquí sólo puedo lucirme YO! Si yo pensase igual, incluiría planos míos montando una secuencia entremedias de unos abusos sexuales de Daniela Mejía a Catalina, o planos míos repitiendo cuarenta veces un corte hasta que haya raccord en medio de un polvo entre la Vane y el Moreno. Pero, qué quieren, creo que eso, a lo mejor, podría cortar algo el rollo.
Pero los arquitectos no piensan como yo. Por eso, de un plumazo, decidieron que la estructura tenía que ser la prota sin nada que la embelleciese. Ante tal soplapollez yo respondo con este fotomontaje:
En efecto, señores, no es lo mismo. Sólo Wolowitz se ponía caliente con los cuerpos exhibido en «Bodies». Lo cual demuestra, eso sí, que hay gente para todo.
Evidentemente, este rollo del diseño minimal, se aplica a todas las disciplinas. Pero SÓLO en la arquitectura es exclusivo. Imaginemos, ahora, un mundo en el que todo fuese tan austero como la arquitectura moderna:
¿Lo pillan? ¿Qué sería de los referentes iconográficos esenciales del frikismo?
Sí, una edición así de «La comunidad del anillo» convertiría en autistas a todos los amantes de la fantasía heroica. Probablemente, para esos nuevos y lobotomizados lectores, habría que redactar de nuevo el texto y dejarlo en un conciso:
– Dame el anillo.
– No.
Lo mismo pasaría en la música. Los Beatles demostraron que no había problema en hacer un día la portada del White Album y, otro, la del Sargent Pepper’s.
Sin embargo, si pasásemos el rodillo de Le Corbusier hasta sus últimas consecuencias por las portadas de discos, cabría la posibilidad de que las diferencias entre ellas fuesen tan sutiles que los compradores pudiesen equivocarse accidentalmente a la hora de pillar el cd en la tienda.
Pagaría por ver la cara que ponen en su casa cuando lo reproduzcan.
En conclusión: ya son demasiados años tragándonos la falacia de que «Eso de poner adornos ya está superado». ¡Y una polla como una olla! Desde ente vlog reivindicamos – tanto Paco como un servidor- a ente adifisio como nuevo icono de cómo hacer las cosas:
Se llama «Le palais ideal» y lo hizo, poco a poco, un cartero francés en un proceso que muchos definieron como «Cadena perpetua a la inversa».
Si en aquella peli (que cito por segunda vez, pero es que está de number one en la imdb) Tim Robbins, para hacer un túnel, quitaba piedrecillas de su celda y las iba tirando al suelo, aquí parece que el cartero recogía piedrecillas por el suelo y las iba acumulando hasta hacer su casa. Con esta foto, comprenderán por qué somos fans de de ente onvre.
Capítulo 6: ¡Queremos ver tu popoch!
Para muchos, la conclusión lógica de cargarse todos los adornitos sería un casa tan icónica como la mítica glass house.
Un servidor sería el mayor fans sobre la tierra de esta versión gafapasta del Gran Hermano si no fuese por el detalle de que… ¡Un muro circular de hormigón, en su interior, me impide ver cómo la gente hace popoch! ¿Es una metáfora sobre la rabia que le produce al gafapasta el cagar la caca marrón/qué vulgaridad/qué mediocridad cuando, en realidad, quiere cagar la caca de colores?
En ese caso, le perdonaría todo a esa casa. Pero, de momento, la recrimino porque, al parecer, existe un arquitecto sórdido/escatológico maravilloso que ha llevado a cabo uno de mis sueños. El señor se llama Wiel Aretz y, aunque su obra y urbanismo son la misma basura filoyonkarra de siempre, juro que existe un adifisio suyo (cuya foto no he logrado encontrar todavía) que ha hecho realidad mi sueño de ver un edificio con bajantes transparentes en el cual poder cotillear la popoch de los vecinos. ¡Qué magggggníficos temas de conversación para el descansillo!
Capítulo 7: Acepta que eres un fan de los Pitufos de una puta vez
Siguiendo con los pretenciosos que deciden adaptar su vida al infierno de la vivienda individual que les proponga un arquitecto servidor de Satán, un tipo humano característico es el de los pretenciosos que son incapaces de lidiar con la pulsión de sus gustos de frikazo integral. Son ese tipo de gente que necesita decir que «esto es una revisitación irónica» para poder jugar con paz de espíritu al Singstar Miliki. A ellos, la arquitectura moderna les ha permitido cumplir el sueño de vivir en la ciudad de los Pitufos sin que la cosa cante mucho.
Y, si quieres comandar una invasión ovni, también puedes hacerlo. Aunque, en esta casa ya puedas disimular menos tu frikismo. Satán deja de ser tu señor, pero comer ratones con Diana puede hacerte más feliz. Desde el frikismo te gritamos «¡Vuelve a casa, que te recibiremos con los brazos abiertos cual hijo pródigo!».
Igualmente, a los talibanes del hormigón, les digo que, en sus residencias de lujo, al hacer piscinas de este tipo, al ligue que allí te llevas para beneficiártelo en plan Showgirls, el único mensaje que esa arquitectura le transmite es “Lo más light que te van a hacer en esta piscina es un doble fistfucking. Avisad@ quedas.”
Capítulo 8: La “sostenibilidad”
No todo el mundo es al 100% un descerebrado superficial consumista capaz de decir cosas como «Eso que llevas no son unos Jimmy Choo, hija, sino una puta mierda del H&M». De vez en cuando, hay que lavar la conciencia. Durante los 90, la palabra de moda fue la «Solidaridad», que se convirtió en cachondeo de tanto usarla.
Hoy en día, le toca el turno a la «sostenibilidad». La basura de Diagonal Mar se ha justificado diciendo que es el parque más ecológico del mundo. Con lo cual me imagino al Miralles proponiendo arrasar el Tibidabo y Montjuic porque tantos árboles al lado de Barcelona no son sostenibles. Y prefiero no imaginar lo que pondría en su lugar, porque la diarrea me duraría hasta el 2013.
De entre todas las barbaridades hechas alegando «sostenibilidad», sin duda alguna me quedo con el intento de colocarle estos bloques de hormigón a la peña:
¡Todo sea por la sostenibilidad!
Aplicando la máxima de «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad», también nos han dicho que barrios como Le Marais en París «no son sostenibles». Así que parece que cosas como Bellvitge son la única opción ¿no?
En una cosa sí que tengo que darles, sin embargo, la razón a todos los que piensan como Miralles: si aceptamos, cual new ages descerebrados de la vida (y hay muchos, sólo llega con ver la taquilla de «Avatar») que TODO lo malo que ocurre en el mundo es culpa del ser humano destruyendo la naturaleza, está claro que la más sostenible que puede hacer la arquitectura es invitarnos al suicidio. Cierto, lo hacen con menos gracia que Siniestro Total gritando «Pueblos del mundo, extinguíos» pero de forma infinitamente más eficaz.
De hecho, llega con recordar la frase de Le Corbusier «Una casa es una máquina de vivir» para luego contemplar, maravillados, la similitud entre sus edificios y su propia tumba. Curioso.
Capítulo 9: el enemigo es «uncool».
De entre las mil porquerías urbanísticas y arquitectónicas que Madrid tiene para criticar me resulta curioso que, a la cabeza del ránking de insultos, esté la minúscula y horterilla estatua de «la violetera» que, en su momento, hizo instalar el alcalde José María Álvarez del Manzano.
Y yo me pregunto… ¿Por qué aberraciones como la nueva plaza de Santo Domingo no han recibido ese trato?
Y yo me respondo, porque periódicos como El País son gafapastas que rinden culto a todos los starchitects que vengan a defecar a las ciudades. Porque los arquitectos son cool y
Álvarez del Manzano (o, en su defecto, nuestro idolatrado Carlos de Inglaterra from the «I wanna be your tampax» hall of fame cuando dijo «Los edificios brutalistas sólo sirven para ser un buen blanco para los bombarderos de la Luftwaffe») pues no es tan cool, hoygan.
Esto confirma mi teoría de que una parte considerable de los lectores de El País votaría a un candidato nazi siempre que fuese guapo, vistiese superfashion y supiese maquillar su oratoria diciendo cosas como «Ahora voy a implementar el i-despidolibre a través de mi nuevo iPad».
Por ello, ahora toca provocar y decir que, para mí, el mejor alcalde de Madrid de los últimos 20 años (o desde que yo vivo en esta ciudad, que viene a ser lo mismo) ha sido, de calle, el señor Álvarez del Manzano. Y eso que destruyó el mejor edificio satánico de Madrid – la pagoda de Fisac – en una maniobra que uno no sabe bien si fue pura corrupción urbanística o venganza del Opus Dei contra el arquitecto Fisac por haberse atrevido a abandonar la secta. ¿El mejor momento de Manzano, sin embargo?
El día que vio lo que habían hecho en la plaza de Olavide tras las obras del parking: la plaza se había convertido en un gigantesco enlosetado a mayor gloria de dos estructuras de hormigón que indicaban el descenso al parking. Esta obra, aplaudida por el colegio de arquitectos, convirtió una de las mejores plazas de Madrid en el principal lugar de concentración skinhead de la capital. Afortunadamente, don José María contraatacó con sus setitos, sus arbolitos, sus fuentecitas, sus mariconaditas y la plaza volvió a ser un agradable lugar en el que comer, a buen precio, la tortilla con ensalada mientras los miembros del colegio de arquitectos (sentados en la mesa de al lado) decían que la plaza antes, con su estética soviética y sus skinheads, estaba mejor. Seguro que están contentísimos con los arrases que el señor Gallardón (la destrucción de Alonso Martínez es su último hit) está logrando a golpe de «pesadilla olímpica».
Epílogo: ¿Qué podemos hacer?
Cada vez que el pueblo intenta imponerse al despotismo ilustrado de los arquitectos, la plutocracia reacciona y los jode un poquito más, para que aprendan.
Por ejemplo, en la muy noble y leal ciudad condal, los vecinos se pusieron en pie de guerra el día que comenzaron la reforma de la Plaça de Lesseps. Juzgaban, con razón, que ellos también deberían opinar a la hora de decidir cómo vivir su vida. Los arquitectos, esgrimiendo sus trece años de carrera, dijeron que una mierda como una piedra. Y los vecinos, con criterio, se pusieron en pie de guerra.
Al final, tras varias conversaciones -aka “paripé- los arquitectos se la metieron doblada a la ciudadanía. Pero esta vez, como represalia, sin tener la cortesía de escupir antes en el ojete:
¿Para qué sirve esa rampa? ¿Para contemplar las «vistas»?
¿Y esos metales? ¿No sostienen ningún cartel de direcciones?
¡Ah, no! Que «era un tubo» que llevaba agua a una fuente… Sí señor, todo un ejemplo de creación de esparcimiento urbano…
Y, para redondearlo, haga una basura de bibliotequilla que, añadiendo insulto al dolor ¡recibe un premio nacional de arquitectura!
No me extraña que la vecindad – con razón – haya respondido asín al ajuntament:
Una propuesta mía: crear un programa español como el ‘Demolition’ de Channel 4. Que la gente insulte, con ganas, los edificios que más odie de España. Que se vote, como en «Vídeos de primera» cuál debería caer. En Inglaterra ya han conseguido cargarse el Imax de Bournemouth: un negocio ruinoso que tapaba salvaxemente las vistas al mar y que añadía, again, insulto al dolor, con la declaración de principios de su arquitecto:
«¡Pero si el techo del edificio representa las olas del mar!». En efecto ¡¿Cómo lo podían echar en falta esos salvajes?!
Creo que un «Demolition» español triunfaría: a pesar de que somos un país sin cultura democrática (esto es, que no pensamos y sólo salimos a la calle a vociferar lo que el caudillo de turno nos diga que hay que vociferar) creo que, ante todo, somos un país de salvajes y nuestro impulso de destrucción se impone a nuestro borreguismo. Ya pueden venir Rajoy o ZP a aplacarnos, que nada nos producirá más gusto que cargarnos algo de Jean Nouvel.
Eso sí, dejaría a los arquitectos un espacio del programa en el que se pudiesen defender. Así si Jean Nouvel dijese de su torre Agbar:
«Es que la hice de esos colores porque son los de Galactus. Así, cuando Galactus viniese a devorar la Tierra, vería esa torre como un acto de amor anal hacia su persona. Y Barcelona se salvaría de la destrucción».
Y yo aplaudiría al señor Nouvel. Y Galactus también.
Eso sí, lo que ahora mismo urge es evitar, a toda costa, que la UNESCO declare patrimonio de la humanidad – si no lo ha hecho ya- la obra de Le Corbusier. Vamos a ver, conservar algunas cosas está bien como quien conserva Auschwitz: como testimonio del horror de lo que no hay que volver a repetir. Pero… ¿Qué TODO sea intocable?
¡Es el momento de ir a por una de sus joyas de la corona! Me refiero a la ciudad india de Chandigarh, diseñada íntegramente por el fascistoide suizo y comenzar a humanizarla de verdad. La propia gente, hastiada de barrios con nombres tan evocadores como «Sector 1», «Sector 41″… (¿sigo?) han convertido en principal atracción turística de la ciudad un jardín con estatuas que un finstro ha hecho con… basura . Ya ven: el sueño del racionalismo del Corbu crea monstruos.
Por lo pronto, una propuesta para ir dotando de mayor festividad y populacherío a los alienantes edificios de Le Corbusier. ¡Conviértanlos en multicines Bar & Grill! Eso sí, su look de hormigonazo marca «he perdido las ganas de vivir» los haría más bien aptos para pelis de este tipo:
La batalla ha comenzado y tenemos que entender una cosa: en ningún sitio está escrito que Satán tenga que ser nuestro señor. Algunos pocos ya se han dado por vencidos y lo han admtido como inevitable. Pero, de la misma forma que se tumbó un diseño de la plaza de Olavide o se destruyó un Imax en la costa, se pueden lograr más cosas. Nos vemos con sus fotos en la tercera parte: los arquitectos habrá logrado jodernos y, además, y en muchos casos, con NUESTRO dinero, pero no tienen por que quedar a salvo de nuestro insulto.
Vayan a ese rincón de su ciudad que les aliena, extiendan los brazos en cuernos y griten «¡Satáaaaaaaaaaaaaaaaan!!». Envíen la foto a esta dirección, indicando SATÁN en el asunto del mail. People have the power!
Fuente: La increible Navaja en el Ojo: http://vicisitudysordidez.blogspot.com/2010/02/satan-es-mi-senor-parte-2-quiero-que-mi.html