Friedrich Hölderlin. De «Quejas de Menón por Diotima»
A diario salgo fuera buscando siempre otro camino,
hace mucho he probado todos los senderos de la tierra;
visito allá arriba las frías alturas, las umbrías
y las fuentes; acá y allá yerra mi espíritu (…)
¿No estoy solo, pues? Pero un algo amistoso debe
desde lejos llegar junto a mí, y debo reír, y asombrarme
de cuánta ventura encuentro aún en medio del dolor (…)
Amorosos jardines, montañas crepusculares,
Sed bienvenidos, y vosotros, silenciosos senderos del bosquecillo,
testigos de celeste ventura, y vosotras estrellas, mirando desde lo alto,
que en otro tiempo me concedisteis miradas de bendición!
¡Y a vosotras también, amorosas hijas del día de mayo,
rosas tranquilas, y a vosotros, lirios, aún os nombro a menudo! (…)
Pasan las primaveras, un año empuja al otro,
alternando y luchando, así muge el tiempo al fluir
sobre las cabezas mortales; pero no ante los ojos felices,
pues a los amantes otra vida les es concedida (…)
…Sin embargo en mi pecho algo suspira esperanzado.
A esta pena no has podido acostumbrarte
y entonces sueñas en tu férrea somnolencia.
¿No estoy solo aquí? Pero un aire me roza
muy suave, venido de lejos; y aunque dolorido
sonrío admirado por sentir el poder
de una felicidad que desborda mi pena (…)
Nace y tiembla la brisa en las hojas más leves del bosque
¡Mírala! Y el fantasma de nuestro universo, la luna,
misteriosamente aparece. Y ya viene la Noche, la Ferviente,
engalanada de estrellas, indiferente a nuestra vida;
la donadora de prodigios, la extranjera entre los hombres
se levanta de aquellas cumbres y en su fausto melancólico brilla.
¡Oh favor milagroso de la Noche sublime! Y nadie sabe
la fuente, la grandeza de los dones que un ser recibe de ella…