El galgo, triste orgullo español
Veníamos de visitar unos amigos en Ostersund. Tras tanto aeropuerto, retrasos y aviones viajábamos ya por fin en autobús de Madrid a Málaga. A eso de la 1 de la mañana el autobús hizo una parada en una venta en medio de la nada en algún lugar de Ciudad Real o quizá era ya Jaén, no sé.
El autobús estaciona, me incorporo un poco y veo fuera, en el aparcamiento, un flaco galgo español color canela. Me apresuré a bajar y a tirarle dos pequeños bollos de pan sueco que llevaba encima. El galgo, cabizbajo y con el rabo entre las patas, retrocedió y me miró, una mirada triste, melancólica y desconfiada. Me alejé unos pasos, él se acercó al pan y lo olfateó. Cogió uno de los bollos para soltarlo inmediatamente y alejarse con ese trote saltarín y elegante que sólo estos perros tienen. No sé, quizá ya alguien le habría tirado algo antes y en ese momento no tendría hambre, quien sabe. Me puse en cuclillas y le silbé; por supuesto, no quería saber nada de mí.
Me incorporé, la venta estaba llena de gente con los viajeros de varios autobuses que en ese momento hacían allí una parada. Ruidosos, sonrientes, engullendo bocadillos, dulces, tomando café o simplemente protegiéndose del frío que hacía afuera.
No quería saber nada de ellos, no quería estar junto a toda esa gente, pero tenía sed, así que entré a comprar un botellín de agua. Cuando salí de nuevo al aparcamiento el galgo seguía merodeando por los alrededores de la venta. Subí al autobús y lo observé. Quieto, parado en medio del descampado aquel, con la mirada puesta en ninguna parte, solo. Es una visión muy triste para alguien con un mínimo de sensibilidad, muy triste.
Lo peor de esta historia es que ese galgo es un afortunado, al que «sólo» han abandonado, después de una vida de malos tratos, una vida de miseria y hambre. Como dice una delicada rima llena de sensibilidad:
«Al galgo pan duro que si la liebre salta veinte, el galgo veintiuno»
Y después de servir con lealtad ciega y absoluta al energúmeno hijo de puta analfabeto que ha tenido como amo.
Otros no tienen tanta suerte como el que yo me encontré. Algunos los cuelgan; a otros los cuelgan con las patas traseras rozando el suelo y a los menos afortunados, los atan a la altura precisa para que sólo puedan permanecer de pie, hasta que el animal no puede soportar más y él mismo se ahorca. No puedo entender, en los dos últimos casos, porque añaden ese «plus» de sufrimiento y martirio gratuito al sacrificio del animal prolongando su agonía! ¿Por qué?. Dicen galgueros y cazadores que es una muerte digna! Pero claro, los desgraciados estos no saben lo que es la dignidad ni de lejos, porque nunca la han tenido.
Hay otros métodos para librarse de un galgo de los que no voy a hablar ahora. Ninguno de los cuales implica una muerte rápida, porque como dice esta gentuza «Un galgo no vale una bala». Este es el trato cruel, sádico, rastrero y cobarde que se le da a miles de estos hermosos y elegantes animales cada año en nuestro país, al Galgo, raza autóctona de España.
Hay varias asociaciones que se encargan de rescatar animales abandonados y/o moribundos, recuperarlos y darlos en adopción. Unos pocos afortunados terminan sus días con una familia que les da el cariño y los cuidados que jamás recibieron de los enfermos asesinos y torturadores de animales que han tenido anteriormente como amos.