Elvis enmascarado

James Hughes Bell habí­a nacido en 1945 en un hogar monoparental de Pascagoula, en el estado estadounidense de Misisipi, indicando su certificado de nacimiento que su madre se llamaba Gladys Bell y el padre un tal Vernon, sin que figure apellido.

Cuando tení­a dos años su madre lo entregó a un hogar infantil, siendo adoptado por el matrimonio Ellis de Orrville, Alabama. Allí­ es donde se crió.


Aunque no se sabe mucho de los principios de su desarrollo musical, años más tarde contó que a los 17 años ya cantaba en público por clubes nocturnos y que ganó la final de un concurso de talentos en el estado de Alabama. Era un cantante de baladas sureñas y de rockabilly que empezó a grabar con solo 19 años: en 1964 lanzó un sencillo para un pequeño sello de Georgia.

Jimmy Ellis, su apellido desde entonces, tení­a la vida resuelta. Sus padres adoptivos constituí­an una familia acomodada y él se ganaba la vida como jinete de exhibición. Tení­a buena planta (1,90 m. de altura), mujer y una granja familiar envidiable pero en 1975, con 30 años, lo deja todo para irse a Los Angeles a cumplir el sueño que le empujarí­a toda la vida: ser cantante.

California lo engulló muy rápido y en menos de un año estaba de vuelta fracasado, como tantos otros aspirantes al éxito. Eso no pareció desanimarlo. Pensaba que tení­a talento como vocalista y como más tarde pudo comprobarse, se comportaba como un intérprete carismático encima de un escenario.

La desgraciada historia del hombre cuya voz sonaba demasiado parecida a Elvis

Podí­a haber sido perfectamente una estrella excepto por el hecho de que, hiciera lo que hiciera, sonarí­a como Elvis.


Porque la voz de Jimmy Ellis cantando era casi clavada a la de Elvis Presley, algo que se producí­a de un modo natural, sin imposturas. Una maldición antes que una bendición, ya que todo el mundo creí­a que Ellis era otro imitador del Rey. Él quiso escapar de eso y jamás lo logró.

Así­ estaban las cosas cuando se produce un acontecimiento que cambiarí­a su vida.

En agosto de 1977, hinchado por el alcohol y las pastillas, el corazón de Elvis Presley dejó de latir.

Muy pronto Shelby Singleton, propietario de la legendaria Sun Records, la discográfica donde habí­a grabado Elvis su primer éxito, comenzó a cocinar en su cabeza una idea bizarra que habí­a surgido tras la lectura de un libro. Una autora norteamericana, Gail Brewer-Giorgio, habí­a escrito una novela sobre la muerte de Elvis con el tí­tulo de Orion donde imaginaba que el cantante fingí­a su propia muerte para escapar de la fama.

A Singleton se le encendió una bombilla: Jimmy Ellis podía ser la oportunidad perfecta para explotar comercialmente aquello, siempre y cuando lo presentara como un cantante misterioso, siempre que nadie le viese el rostro.

Jimmy Ellis se opuso a la idea, puesto que su único deseo siempre fue triunfar por sí­ mismo (de hecho en 1978 grabó una canción titulada «I’m Not Trying To Be Like Elvis («No estoy tratando de ser como Elvis»). Sin embargo el dueño de Sun Records se lo planteó sin tapujos: o se poní­a una máscara o se marchaba de vuelta a casita. Jimmy accedió.

Se trataba de una idea muy friki, difí­cilmente admisible, pero también hay que pensar que en ese momento millones de personas lloraban la muerte del Rey y Jimmy cantaba de manera idéntica. Así que…

Daba igual que midiese casi dos metros y que bajo el antifaz se apreciase que esa no era la cara de Elvis. De algún modo los fans ansiaban con ardor que el í­dolo siguiera allí­.


Shelby Singleton, capo de Sun Records durante muchos años, no tuvo reparos en convertir a Ellis en un fantasma de Elvis Presley y explotó la fórmula si piedad. La clave era jugar con el público con la teorí­a de que Elvis podrí­a haber simulado su propia muerte y que ahora, en 1979, volví­a con nuevo disco al que llamaron oportunamente Reborn (Renacido).

La portada pasó de sutilezas presentando al cantante metido en su ataúd, listo para resurgir, portada que fue censurada y hubo de cambiar (es por otro lado un buen disco que mezcla rock and roll clásico y baladas del último Presley).

Y ahí­ tenemos en escena a un artista enmascarado bajo el nombre de Orion, con tupé y estilismos similares al Elvis Presley de la última época y una voz capaz de engañar a cualquiera.

El antifaz sirvió además para difundir todo tipo de rumores disparatados y el propio Singleton alimentó eso sin escrúpulos, como si fuese el guardián de algún oscuro secreto.


Los periódicos publicaron titulares amarillistas: ¿Elvis estaba vivo?

Entretanto Orion grabó discos, hizo giras con su propia banda, visitó Europa y apareció en shows. Nuevos álbumes se sucedieron y disfrutó de un club de fans propio bien nutrido.

«Sólo trataba de ganarme la vida. Nunca intenté que la gente creyera nada más».

Le diseñaron muchí­simos antifaces, de todas las formas y colores pero al final sólo era una careta que cada dí­a pesaba más a un hombre torturado, sobre todo porque debí­a llevarla por contrato siempre que estuviera en público.

En la nochevieja de 1981, harto de todo, Jimmy se quitó el antifaz en plena actuación. Necesitaba sacudirse el yugo y recuperar su verdadera identidad aún sabiendo perfectamente que su contrato quedaría roto al instante.

En la década de los años 80 probó distintas recetas que le devolvieran a la fama: cambió de estilo musical y muchas veces de nombre artí­stico: Ellis James, Jimmy Ellis, Mr. E, Mr. Excitement, Cadillac Man… En realidad ya no tení­a carrera y apenas ganaba dinero, no obstante siguió actuando en pequeños conciertos y fiestas una y otra vez, siempre que alguien quisiera contratarle. Era su pasión y la llevó hasta el final.


Obligado a redondear ingresos, abrió una casa de empeños en el pueblo de sus padres y allí­ fue donde en 1998 él y su segunda esposa, Elaine, murieron de forma inesperada cuando unos tipos entraron a robar en su establecimiento, Jimmy’s Pawn and Package, y los mataron a tiros.

Esta es la historia que da a conocer Orion: The Man Who Would Be King (2015), un premiado documental que recupera la extraña carrera del cantante enmascarado que imitó al Rey del Rock desde su muerte en 1977 y la investigación sobre el drama de una persona.

Es un film tierno y a la vez patético; basta contemplar las portadas de los discos y los estilismos imposibles de Ellis o más particularmente la entrañable tenacidad que mantuvo este hombre por seguir actuando.

Tampoco olvidemos algunos datos. ¿Cuántos imitadores de Elvis pueden presumir de haber conseguido 10 Top en la Country Music Chart de Estados Unidos? ¿Cuántos de ellos se ganaron la vida sin cantar las canciones del Rey durante la mayor parte de su carrera? ¿Cuántos llegaron a tener un club de fans de 20.000 personas?

Jimmy Ellis consiguió todo eso.


Acaba así­ una de las crónicas más tristes e increí­bles del rock, si bien todaví­a el documental nos reserva una sorpresa final en forma de especulación al comparar una foto de Ellis en edad madura con la de Vernon Presley, padre de Elvis, donde se aprecia un parecido más que razonable.

Y atando cabos, ya se sabe: mismo fí­sico, mismos nombres de los padres (Vernon y Gladys), el tema de la voz calcada… ¿No podría haber sido Ellis el hermano secreto del Rey?

Eso da para entretenerse y nada más. No importa, la cuestión está en la amarga ironí­a de la carrera de Ellis, un artista que se consideraba como tal y en consecuencia aspiró a convertirse en estrella. No pudo ser. No cuando suenas como el cantante más famoso del mundo.

Fuentes:

Página oficial del film

Orion, el imitador que creó la leyenda de Elvis Presley

Tragedy of the man who sounded too much like Elvis

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