El escocés que se inventó un paí­s para venderlo

Habí­a una vez en el corazón de América Central un paí­s llamado Poyais, excepcionalmente rico en recursos, cultura y civilización, a cuyo frente se encontraba un soldado escocés inteligente y decidido, Sir Gregor MacGregor, convertido en gobernante después de sus hazañas en las luchas por la independencia de los paí­ses de América del Sur.

Rumbo hacia una nueva vida, una mañana de 1823 llegaba en barco un grupo de inmigrantes escoceses a este edén tropical llamado Poyais. Muy pronto los colonos comprobaron que habían sido víctimas de uno de los engaños más elaborados de la historia: las tierras que les vendieron no eran fértiles, eran parajes infestados de mosquitos, los billetes, títulos bancarios y otros documentos que portaban, falsos y sin valor alguno. Porque Poyais, sencillamente, no existía.

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Poco se sabe de los primeros años de vida de Gregor MacGregor (1786-1845), uno de los más grandes impostores del siglo XIX. Nacido en Edimburgo, decía ser hijo de una antigua familia de oficiales escoceses y al menos su padre había sido capitán aunque teniendo en cuenta lo pródigo de su imaginación, quién sabe.

Con solo 16 años ingresa en la Armada Británica, dos años después es teniente y a los 19 fue ascendido a capitán. Merced a su matrimonio con la hija de un almirante británico se hizo rico. También se sabe que estudió algo de química y ciencias naturales en la Universidad de Edimburgo.

MacGregor se retira formalmente del servicio militar británico en 1810 y junto a su esposa se mudó a una casa alquilada en Edimburgo. Allí asumió el título de «Coronel» y llevaba la insignia de una orden de caballería portuguesa. Al no alcanzar el estatus social al que aspiraba, MacGregor regresó a Londres y siguió trabajándose una estrategia de prestigio y respetabilidad afirmando tener lazos familiares con la nobleza.

Cuando en 1811 muere repentinamente su esposa, MacGregor perdió su principal fuente de ingresos y el apoyo de su influyente familia política. Sus opciones eran entonces limitadas: ¿buscar otra rica heredera a la que unirse? ¿cultivar las pocas tierras de los MacGregor en Escocia, algo que le aburría? ¿ingresar de nuevo en el ejército donde había tenido una experiencia breve y del que había salido de forma incómoda?

En esta época de comienzos del siglo XIX toda Europa seguí­a con atención los movimientos de emancipación en Sudamérica del imperio español. Las jóvenes naciones necesitaban dinero y emitían bonos a la banca internacional ofreciendo en garantía minas de oro y plata y tierras.


Retrato del general Francisco de Miranda

Precisamente en el verano de 1811 se iniciaba la guerra de independencia de Venezuela. El general revolucionario venezolano Francisco Miranda había sido agasajado en la sociedad londinense durante su reciente visita y puede haber conocido a MacGregor. Al notar el tratamiento que los círculos más altos de Londres dieron a Miranda, MacGregor formó la idea de que las aventuras exóticas en el Nuevo Mundo podrían reportarle celebridad y riquezas. Vendió entonces la pequeña propiedad escocesa que había heredado de su padre y abuelo y navegó a Sudamérica a principios de 1812.

MacGregor, que se presentó como Sir, barón escocés y ex oficial británico, ofrece sus servicios directamente a Miranda en Caracas. Fue recibido con prontitud y se le dio el mando de un batallón de caballería con el rango de coronel. En su primera acción, MacGregor y su caballería derrotaron a una fuerza realista y aunque los episodios posteriores tuvieron menos éxito, los líderes republicanos estaban satisfechos de contar con el glamour de un apuesto oficial escocés luchando por la causa.

Ese mismo año MacGregor se casó con Josefa Aristeguieta y Lovera, hija de una prominente familia de Caracas y prima del revolucionario Simón Bolívar. Miranda promovió a MacGregor a general de brigada pero la causa revolucionaria estaba fracasando frente a las fuerzas realistas. Miranda es capturado por los españoles y la dirección republicana, incluyendo a MacGregor y su mujer, son evacuados. Bolívar se unió a ellos más tarde.

Con Miranda encarcelado en España, Bolívar surgió como el nuevo líder del movimiento independentista venezolano, quien decidió tomarse un tiempo y prepararse antes de regresar al continente. MacGregor ofreció sus servicios al General Antonio Nariño en Nueva Granada y éste le otorgó el mando de 1.200 hombres cerca de la frontera con Venezuela.


Las numerosas actividades militares de MacGregor en América del Sur se recuerdan de forma contradictoria según la fuente que sea consultada, para algunos se desempeñó como un oficial valioso, para otros era un manipulador y un fanfarrón insoportable.

Bolívar levantó mientras tanto una fuerza de exiliados venezolanos y tropas locales en Cartagena y capturaron Caracas en agosto de 1813. Sin embargo las tropas realistas se reunieron y aplastaron a Bolívar al año siguiente. También los nacionalistas de Nariño se rindieron y MacGregor se retiró a Cartagena, todavía en manos revolucionarias. Una fuerza española llega en el verano de 1815 y somete la ciudad a un bloqueo. En noviembre, los defensores decidieron abandonar la ciudad a los realistas.

La clase mercantil británica en Jamaica lo trató como un héroe, quizá porque el escocés se encargó de contar relatos embellecidos del asedio de Cartagena. Al inicio de 1816, MacGregor y su esposa se dirigieron a Santo Domingo donde Bolívar estaba levantando un nuevo ejército. MacGregor recibió el rango de general de brigada del ejército venezolano.

A partir de ahí seguirá participando activamente en numerosas campañas con los revolucionarios por todo el territorio de Venezuela, siendo ascendido a General de División y honrado con la Orden de los Libertadores. Más tarde pasó a Estados Unidos para recaudar dinero y voluntarios: en los planes de Simón Bolívar estaba lograr la independencia de la Florida. MacGregor anunció una «República de las Floridas» bajo un gobierno encabezado por él mismo pero finalmente fracasó. También actuó en Haití, donde persuadió a los comerciantes para que lo apoyaran con fondos, armas y municiones y planeó una expedición a Río Hacha en el norte de Nueva Granada.

A MacGregor lo buscaban en Jamaica por piratería. Tampoco podía volver con Bolívar, indignado por el proceder militar y la conducta de MacGregor en diversas campañas donde había actuado a su manera particular y personalista.

La siguiente ubicación conocida de MacGregor es junto a George Frederic Augustus, último rey del Reino de Misquita en el Golfo de Honduras en 1820. Un momento, ¿reyes? Pues sí, allí los descendientes de esclavos africanos y pueblos indígenas compartían una histórica antipatía hacia España y las autoridades británicas de la región habían coronado a sus jefes como «reyes» desde tiempo atrás, en realidad sólo un nombre sin un control efectivo sobre el país. Gran Bretaña los coronó y los protegió simplemente para obstaculizar las reclamaciones españolas.

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Precisamente en 1820 nuestro protagonista regreso a Londres y declara ser el prí­ncipe Gregor I, cacique de Poyais, un hipotético país centroamericano situado en la costa de Honduras. ¿Cómo generar falsa confianza y conseguir que la gente crea en algo inexistente? Preguntad a MacGregor, él sacó de la chistera un país completo y acto seguido se dispuso a venderlo.

Porque no era una simple fantasmada de salón, MacGregor hizo valer su condición de soberano del exótico principado abriendo embajada en el corazón de Londres y organizando recepciones para la nobleza, el cuerpo diplomático y los banqueros.

Para ganarse la confianza de inversores publica una lujosa guía describiendo la naturaleza paradisíaca de Poyais, las inagotables riquezas de sus bosques y la abundancia de recursos naturales como oro y plata. También hace mención a una ciudad producto de su fantasí­a, Saint Joseph, capital de bellos edificios neoclásicos, castillo, parlamento, teatros y hasta una ópera.

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La emisión de bonos que daban intereses del 6% garantizados por el Reino de Poyais, hizo que aristócratas y banqueros de la City comprasen 200.000 libras de deuda de un paí­s imaginario. Cuando los inversores comienzan a dudar de los argumentos de MacGregor sobre un país prometedor que sin embargo nadie conoce, éste pone en marcha un plan de colonización buscando gente dispuesta a emigrar a la tierra prometida. A finales de 1822 zarparon varios barcos con más de 250 inmigrantes hacia Centroamérica no sin antes cambiar sus  libras esterlinas por la moneda del país fantasma que MacGregor había ordenado imprimir en Escocia. 

Llegando a la desembocadura del Rí­o Negro en la Costa de los Mosquitos, uno de los barcos naufragó y los supervivientes escaparon con dificultad. En lugar de una urbe, los ingenuos colonos habí­an encontrado las ruinas de un antiguo establecimiento inglés, una selva impenetrable, pantanos y toneladas de mosquitos. Como los empobrecidos indí­genas no podí­an darles suficiente comida, muchos murieron y los demás hubieron de ser evacuados entre distintos infortunios y padecimientos.

A pesar de que la aventura habí­a finalizado en fiasco, mucho era el prestigio e influencia del escocés, lo que evitó un escándalo público mayor. Al parecer incluso los colonos prefirieron no culparlo a él sino a su entorno de consejeros, publicistas e inversores. Como buen defraudador, hombre narcisista y ambicioso cazador de fondos, no se vio afectado por tan triste episodio, al contrario, siguió vendiendo más acciones.

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Cuando en 1824 la nueva República de Colombia declara por decreto que no existe el estado de Poyais, MacGregor parece comprender que no puede seguir confiando eternamente en su buena suerte aunque de todas formas huye a Parí­s y en 1825 ya tenía casi listo un nuevo proyecto para enviar colonos -esta vez franceses- a Poyais, de la que decía entonces que mediante una Constitución había pasado de ser Principado a República.

Las autoridades francesas recelaron, investigaron y finalmente hicieron algunas detenciones. McGregor escapó a Londres, donde sería apresado.

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Él y sus secuaces hubieron de afrontar dos procesos judiciales pero a MacGregor le imputaron solamente un delito de «falsas promesas», así que poco tiempo pasó entre rejas. Por delirante que parezca, el mismo banco que le había prestado antes de ir a juicio le concedió un nuevo crédito y bien fuera vendiendo bonos o tierras, McGregor siguió viviendo del cuento hasta 1837, fecha en que aparece registrado su último intento de hacer negocios en nombre de Poyais o Territorio de Mosquitia, como también lo llamaba.

En 1837 lleva a cabo un movimiento final: regresar a Venezuela, donde le esperan los viejos compañeros de armas -ahora en el poder- dispuestos a ayudar al hermano en dificultades.

Es así como recupera su rango y vuelve a ser el muy británico General de División Gregor McGregor. También obtuvo la nacionalidad venezolana y en pago por sus méritos (al fin y al cabo le consideraban héroe de la Independencia) percibió los correspondientes salarios acumulados desde su partida en 1820. Escribió una autobiografía y se dedicó al cultivo del gusano de seda hasta que septuagenario y ciego, fallecía en 1845 en Caracas este rey de los estafadores que pasó gran parte de su vida timando a incautos.

Con distintas variantes, los trucos financieros de Poyais crearían escuela entre futuros embaucadores.

Más información y la historia completa en Wikipedia y JorgeLetralia

Existe una biografí­a sobre la figura de MacGregor escrita por el periodista británico David Sinclair y publicada en 2003: Sir Gregor MacGregor and the Most Audacious Fraud in History (La tierra que nunca fue. Sir Gregor MacGregor y el fraude más audaz de la historia).

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