En las horas de la siesta
Verano, de nuevo verano…
Con una ojeada torcida traspaso la ventana para verificar cómo ahí fuera se ha instalado, hoy también, un cielo de un desgastado color azul cuyo tapiz plomizo se yergue sobre pastos calcinados hasta donde se pierde la vista. Y en todo momento persiste un bochorno que poca lírica auspicia, tan plácido por otra parte…
Sobre la copa alegre de las moreras se hace visible un grupo de viejas encinas, impávidas, dominando el sequedal de esta tierra sin bendición.
Es otro verano en mi querida habitación del pueblo, blanca, de pesados silencios, siempre habitada por el vuelo desquiciado en espiral de innumerables moscas.
Esto, amigo, es otro punto en el mundo sin importancia precisa excepto para mi circunstancia y sus devaneos. Bajo una panorámica simple me entrego indolente al tiempo detenido bajo la luz inmensa del sur, acunado por el letargo al que obligan las horas de siesta.
Si, Pablo.
La verdad es que has sabido plasmar de forma magistral ese invento sureño tan querido por todos nosotros llamado siesta.
Cada día mejor. Perfecta oda al decanso al mediodía. Enhorabuena.