¡Oh, hermoso batracio!
Muchas historias se han contado sobre el naturalista y explorador Charles Waterton (1782-1865), algunas difícilmente verificables pero que se suman para darnos un retrato del arquetipo del excéntrico aristócrata inglés.
Waterton recorrió buena parte de América del Sur y desarrolló una excelente técnica de taxidermista que aplicaba con muchos de los animales que encontraba en sus expediciones. Consiguió así reunir en casa una notable colección de animales extraños que el «componía» reuniendo trozos heterogéneos. También acostumbraba a usar esas creaciones para hacer caricaturas de figuras de la política o enemigos suyos.
Como naturalista le apasionaba el mundo animal pero en especial se extasiaba ante los animales más feos de la creación, como por ejemplo el sapo de Bahía, una repugnante criatura que el Dr. Waterton cogía tiernamente en su mano y acariciaba con cariño mientras hablaba emocionado de la profunda mirada y espléndido brillo de los ojos del batracio.
Decían que había montado sobre un cocodrilo y que dormía siempre con los pies al descubierto esperando que un vampiro que había capturado viniese a chuparle los dedos (sin embargo el vampio prefería los dedos de su criado indio).
Le gustaba vestirse de espantapájaros y sentarse en los árboles. Trepador empedernido, en Roma escaló el Castillo de Sant’Angelo hasta el ángel que hay en su cima y también subió a la cúpula de San Pedro para dejar sus guantes en lo más alto. El papa Pío VII le pidió que por favor los retirase.
En su casa de Londres mandó construir las caballerizas de forma que los caballos pudieran comunicarse y hablar entre sí.
Queda claro que poseía un sentido del humor anárquico. Fingía ser su propio mayordomo y a sus invitados les gastaba bromas como lanzarles zapatillas o esconderse debajo de las mesas para morderles las pantorrillas mientras imitaba a un perro.